Radar Covid, la app de rastreo de contactos que prometía ser la salvación durante la pandemia, tuvo un final silencioso y prematuro. Sin embargo, lo que pocos saben es que su «desmantelamiento elegante» estaba planeado desde el inicio. La ingeniera Carmela Troncoso, cerebro detrás de la tecnología, celebra su desaparición como una prueba de que el diseño, centrado en la privacidad del usuario, funcionó a la perfección. ¿Entendió la gente realmente cómo funcionaba? Esa es la pregunta del millón.
El fugaz paso de Radar Covid: ¿fracaso o victoria de la privacidad?
La aplicación de rastreo de contactos, Radar Covid, tuvo un recorrido tan breve como agitado. Artículos periodísticos, descargas masivas y debates acalorados entre las comunidades autónomas marcaron su existencia entre junio y diciembre de 2020. Al final, su funcionamiento fue irregular y pocos argentinos llegaron a enterarse de que podrían haber detectado un posible contagio gracias a ella. Luego, desapareció sin dejar rastro.
Pero, acá viene lo interesante: esa desaparición sigilosa formaba parte del plan original. En los documentos de diseño, disponibles desde mayo de 2020, se contemplaba una «disolución armoniosa» o un «desmantelamiento elegante» como objetivo fundamental de la tecnología de rastreo. ¿Paradójico? Tal vez, pero con una lógica que vale la pena analizar.
«Años después la gente me preguntaba: ‘¿no estás triste porque haya desaparecido todo?’”, comenta Carmela Troncoso, la ingeniera española que lideró el desarrollo de la tecnología de rastreo. “Y yo respondo que no, que es perfecto, que es la demostración de que nuestro diseño funcionó. Hizo lo que tenía que hacer y desapareció. Especialmente por ser una intervención en una emergencia así, sin tiempo para pensar y cuando la gente no tiene capacidad de decir que no. Si nos hubieran puesto otro tipo de sistema, se hubiera quedado ahí”.
Este «desmantelamiento elegante» se fundamentaba en dos pilares: el control del usuario y la limitación de funciones. Los usuarios tenían el poder de desactivar la aplicación, impidiendo la recopilación de datos. Además, el intercambio de información se limitaba exclusivamente al rastreo de contactos, evitando su uso para otros fines.
Privacidad en el diseño: ¿un valor real o una utopía?
Seda Gurses, investigadora de la Universidad Tecnológica de Delft, quien participó en el proyecto, destaca que la privacidad no es solo una etiqueta, sino un proceso complejo que requiere experiencia y colaboración multidisciplinaria. No es algo que una simple *startup* pueda manejar, a menos que esté altamente especializada en ingeniería de privacidad.
Radar Covid funcionaba a través de Bluetooth, intercambiando códigos entre dispositivos cercanos. Cuando un usuario daba positivo y lo notificaba en la aplicación, sus códigos se subían a un servidor para alertar a otros posibles contactos. La información era limitada y la identidad de los usuarios permanecía protegida.
El temor al «desplazamiento de funciones» era real. Gurses explica que les preocupaba que, una vez implementado el rastreo digital, otras entidades pudieran intentar usarlo con fines de vigilancia, afectando la libertad individual.
¿Entendimos el juego? La confianza, clave del asunto
El éxito de Radar Covid dependía de la confianza masiva de la población. En aquel contexto de incertidumbre y temor al contagio, la privacidad se convirtió en un factor crucial. Bart Preneel, profesor de la Universidad Católica de Lovaina, destaca la importancia de minimizar la recopilación de datos y eliminar la información innecesaria a nivel local.
A pesar de los esfuerzos, la confusión y la dificultad para comprender el funcionamiento de la aplicación fueron obstáculos importantes. «“¿La gente lo entendió?”, se pregunta ahora Troncoso. “No. ¿Y los gobiernos? Algunos más que otros. Había gente politizándolo. Ahora sabemos más y si volviéramos a tener que hacerlo tendría más éxito. Pero al final, con toda la evidencia, su influencia fue positiva. Donde se usó, ayudó, pero si solo tienes un 10-20% de la población usándolo, no será muy eficaz”.
Preneel agrega: “En mi opinión, muy pocos usuarios habrían usado voluntariamente una app que guardara datos detallados de ubicación y contactos. Creo que el mundo médico no valora lo suficiente que una de las ventajas de estas apps era que permitían a los usuarios tener control sobre su comportamiento. Podían ver el impacto de sus decisiones en términos de riesgo (por ejemplo, ir a clase o tomar el bus). Este tipo de autonomía es difícil de medir, pero para algunas personas significó mucho”.
En definitiva, Radar Covid representa un caso de estudio complejo. ¿Fue un fracaso por su escaso impacto o un éxito por priorizar la privacidad del usuario? La respuesta, como suele ocurrir, no es tan sencilla. Lo que sí queda claro es que la confianza y la transparencia son fundamentales a la hora de implementar tecnologías de este tipo, especialmente en situaciones de emergencia.