IA «escucha» a los animales: ¿entiende sus emociones?

Redacción Cuyo News
5 min
Cortito y conciso:

Investigadores daneses desarrollaron un modelo de Inteligencia Artificial capaz de identificar emociones positivas y negativas en animales herbívoros como vacas, cerdos y caballos, analizando sus vocalizaciones. El sistema, con una precisión cercana al 90%, abre nuevas perspectivas para el bienestar animal y la gestión ganadera. ¿Será que pronto tendremos el «Traductor de animales» en el celu?

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¿Se imaginan charlar con una vaca sobre el precio del pasto o consolar a un chancho preocupado por el dólar? Si bien todavía estamos lejos de eso, un grupo de científicos daneses le puso un chip más al asunto y desarrolló una inteligencia artificial (IA) capaz de descifrar las emociones de los animales a través de sus sonidos.

La investigación, digna de un capítulo de Black Mirror versión pampeana, se centró en siete especies de herbívoros: bovinos, ovinos, caballos (incluyendo los de Przewalski, esos que parecen sacados de un documental de National Geographic), cerdos, jabalíes y cabras. ¿El resultado? Un modelo de aprendizaje automático que distingue, con una precisión del 89.49%, entre emociones «positivas» (como la satisfacción después de comer o la relajación en un entorno seguro) y «negativas» (aislamiento, ansiedad o peligro).

Ahora bien, ¿cómo lograron semejante hazaña? Según los investigadores, la clave está en analizar los patrones acústicos de los gritos de los animales. «Ser capaz de monitorear las emociones de los animales en tiempo real podría revolucionar el bienestar animal, la gestión del ganado y los esfuerzos de conservación», asegura Elodie F. Briefer, profesora asociada de la Universidad de Copenhague y especialista en biología. Palabras que suenan a futuro, pero que ya están acá.

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Para llegar a este punto, Briefer y su equipo grabaron la friolera de 3,181 vocalizaciones de los animales estudiados. A partir de ahí, identificaron 17 características acústicas clave, desde la duración y la frecuencia fundamental (ese «tono» que define cada sonido), hasta la modulación de la amplitud (cómo varía el volumen a lo largo del tiempo).

Luego, aplicaron técnicas de estandarización y análisis de datos de alta complejidad (¿alguien dijo UMAP y k-means?) para clasificar los sonidos en emociones positivas y negativas. En pocas palabras, transformaron el lenguaje animal en un código binario apto para ser interpretado por una máquina. Y vaya si les funcionó.

Queda claro que, si bien el debate sobre si los animales «sienten» o no como nosotros está lejos de terminar, esta investigación abre un camino fascinante para comprender su mundo emocional. ¿Se imaginan las implicancias para la industria ganadera? Podríamos tener feedlots más «felices» y animales menos estresados. O al menos, eso es lo que nos venden.

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La pregunta del millón es: ¿qué hacemos con esta información? ¿Empezamos a «traducir» los sonidos de nuestros perros y gatos para saber si están contentos o si necesitan un cambio de dieta? ¿Implementamos sistemas de monitoreo emocional en las granjas para mejorar las condiciones de vida del ganado?

Las posibilidades son infinitas, pero también plantean interrogantes éticos importantes. ¿Dónde trazamos la línea entre el bienestar animal y la manipulación de sus emociones? ¿No estaremos proyectando nuestros propios sentimientos sobre seres que tienen una forma diferente de experimentar el mundo?

Como siempre, la ciencia nos da herramientas poderosas, pero la responsabilidad de usarlas sabiamente recae sobre nosotros. Y en un país como Argentina, donde la relación con el campo y la ganadería es tan visceral, este debate se vuelve aún más relevante. Que los balidos y mugidos nos guíen… siempre y cuando sepamos escucharlos con atención.

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