El amor en la era de la inteligencia artificial: Kate y su terapeuta virtual
Denver, Colorado – Kate, una treinta y cinco años con una vida aparentemente normal, ha encontrado en ChatGPT, el popular *chatbot* de OpenAI, un inusual confidente y consejero amoroso. Lo que empezó como una herramienta para optimizar su desempeño laboral, derivó en una búsqueda de respuestas a los intrincados laberintos del corazón, con resultados que, como suele suceder en estos casos, son tan reveladores como inquietantes.
Kate, como muchas otras, no es ajena a la búsqueda de validación externa. Antes de la explosión de la inteligencia artificial, ya se sumergía en foros y buscadores en busca de respuestas a preguntas existenciales como: «¿Cómo saber si el tipo con el que salgo ha superado a su ex?». «Tenía un claro estilo de apego ansioso», confiesa, una condición que se agudiza especialmente al principio de sus relaciones. Y es que, como diría el poeta, las heridas del pasado siempre dejan una cicatriz, y a veces, una espina clavada.
El quiebre llegó a los seis meses de una nueva relación. Su pareja, un hombre divorciado con un hijo, desató en Kate un torbellino de inseguridades y temores, evocando fantasmas de relaciones anteriores. Ante esta situación, la solución fue, digamos, poco convencional: exportó toda la conversación de chat con su pareja y la cargó en ChatGPT. La solicitud fue directa, casi como un ultimátum: «Le pedí que analizara nuestros intercambios de mensajes y me diera una puntuación». Desde la identificación de estilos de apego hasta la evaluación de la salud de la relación, culminando con la pregunta del millón: «¿A quién le gusta más quién?».
«Me lo tomé muy mal, la verdad», admite Kate, recordando la fría objetividad de la IA. ChatGPT le indicó que su pareja se inclinaba hacia un estilo de apego evitativo, una característica que ella, con razón, buscaba evitar. «Pero fue muy esclarecedor. De hecho, lo compartí con mis amigas». Para Kate, la perspectiva objetiva de la IA fue un bálsamo, una especie de «tercera persona» que podía analizar la situación desde una óptica imparcial. «Me tranquilizó en ese momento, porque si mi cabeza o mis pensamientos se escapan, era increíble tener una especie de tercera persona que pudiera experimentar rápidamente las cosas desde mi perspectiva». Como si fuera un árbitro en un partido de amor, dictando sentencia con la frialdad de un algoritmo.
La reacción ante esta peculiar forma de buscar consejo amoroso es, previsiblemente, mixta. Kate, sin embargo, se muestra abierta a la idea de que su pareja recurriera a ChatGPT para analizar la relación. «Si te soy sincera, me sentiría honrada de que me tuvieras tan en cuenta como para que pidieras que ChatGPT hablara de mí. Me gustaría saber qué dice ChatGPT y luego valorar cómo me siento». Pero, añade con una sinceridad que desarma: «También me rompería el corazón». La dualidad de sentimientos ante la injerencia de la IA en lo más íntimo queda así expuesta, como un espejo que refleja nuestras propias inseguridades.
Actualmente, ChatGPT se ha convertido en una suerte de «terapeuta» para Kate, acumulando una vasta cantidad de información sobre su relación. Sin embargo, esta práctica también genera ansiedad. La IA puede ofrecer interpretaciones del comportamiento de su pareja que sugieren un alejamiento inexistente, atribuyéndolo simplemente a compromisos laborales. Kate admite pasar horas alimentando al sistema con mensajes, reconociendo que «no digo que siempre sea lo más sano». Es como si, en lugar de buscar soluciones, se perpetuara un ciclo de análisis obsesivo.
La terapeuta de Kate, en el mundo real, no comparte su entusiasmo por ChatGPT. Su consejo es contundente: «Kate, prométeme que no volverás a hacerlo. Lo último que necesitas son más herramientas de análisis a tu alcance. Lo que necesitas es sentarte con tu malestar