La IA en educación: ¿sustituirá los cerebros de los alumnos o los potenciará?

Redacción Cuyo News
11 min

<div class="semiton-wrapper" data-texto="Atención, seres humanos con órganos pensantes: la maestra Elisa Guerra, de Harvard y la UNESCO, soltó la bomba de que la IA se usa a diario. ¿La pregunta del millón? No es si reemplaza al profesorado, sino si se dignará a sustituir a los mismísimos alumnos. O a sus cerebros. Sí, leyó bien.

 Mientras tanto, en Corea del Sur, invierten 70 millones para que la IA asista y 'libere' a docentes del peso burocrático. ¿El objetivo? Más ocio para los estudiantes, quizás reduciendo la presión. El MIT ya sugiere que ChatGPT te vuelve, uhm, menos inteligente. En dos años sabremos si la 'liberación cerebral' es un éxito. ¡A seguir pensando (o no)!"></div>

En una reciente disertación en la Universidad Tecnológica de Querétaro, en el marco de un debate sobre los modelos educativos y la irrupción de nuevas tecnologías como la inteligencia artificial (IA), la reconocida educadora Elisa Guerra interpeló a la audiencia estudiantil con una pregunta directa: ¿quién de ellos empleaba la IA a diario? La respuesta fue unánime, o casi: la mayoría alzó la mano, confirmando lo que ya era un secreto a voces entre pasillos y pantallas.

"Efectivamente, las tecnologías ya están entre nosotros", sentenció la docente mexicana, cuyas credenciales incluyen una maestría en Estudios especializados de educación por la Universidad de Harvard y la coautoría del libro La enseñanza en la cuarta revolución industrial (Pearson, 2019), obra que desmenuza los dilemas éticos que se ciernen sobre el futuro educativo. Y prosiguió, con una contundencia que hizo temblar algún que otro procesador neuronal: "La pregunta no es si la tecnología va a sustituir a los maestros. La pregunta que todo el mundo debería hacerse es si va a sustituir a los alumnos o a sus cerebros". Una verdad que, según parece, golpea más fuerte que la factura de la luz en invierno.

Guerra, quien ostenta el título de "Mejor educadora en América Latina" otorgado por el Banco Interamericano para el Desarrollo en 2015, no es precisamente una recién llegada a estos debates. De hecho, en diciembre pasado fue convocada a Corea del Sur como parte de la Comisión Internacional de la UNESCO, responsable del informe global ‘Reimaginar nuestros futuros juntos: Un nuevo contrato social para la educación’. La nación asiática, siempre un paso adelante, o quizás dos, se erige como el primer país en integrar la inteligencia artificial en todas sus escuelas desde el tercer año de primaria. La misión era clara: visitar una de sus instituciones piloto, emplazada en las afueras de Seúl, para palpar de cerca esta revolución educativa.

En este panorama de avances vertiginosos y cuestionamientos existenciales, voces como la del escritor Juan Villoro, en su libro No soy un robot, advierten sobre la creciente deshumanización, postulando que "Técnicamente, la mayoría de nosotros ya somos sustituibles". Un pensamiento para abrazar con la misma alegría que un aumento de impuestos.

El proyecto surcoreano, dotado de un ambicioso presupuesto de 70 millones de dólares (una cifra que podría solventar unos cuantos déficits locales, claro), inició su despliegue con libros de texto digitales en áreas clave como las matemáticas, para luego, con la paciencia de un algoritmo entrenado, expandirse a otras asignaturas.

"A grandes rasgos, ellos lo ven como un modelo que ayuda a dividir labores", detalló la escritora, autora de más de 25 libros y figura central del documental México: El poder de la educación temprana. "La tecnología no viene a sustituir al docente, sino a apoyarlo como su asistente de enseñanza. Delegarían la base de los conocimientos a estos desarrollos, y la parte de la metacognición, del análisis y de la aplicación de esos conocimientos o de la creatividad es de la que supuestamente se encargarían los maestros, una vez liberados de todo el peso académico-burocrático". En otras palabras, la IA se ocuparía del "cerebro" mientras los maestros se dedicarían a esa nebulosa llamada "creatividad", una vez que el sistema los liberase de imprimir papeles y llenar formularios. Suena a utopía, o a una película de ciencia ficción con un giro burocrático.

La IA: tu nuevo tutor

En un país donde la excelencia académica es casi un deporte nacional, los jóvenes surcoreanos enfrentan riesgos considerables de desarrollar problemas de inteligencia emocional, fruto de una carga académica que roza lo inhumano y una presión constante por asegurar un codiciado lugar en las universidades de élite. "Entonces dicen que con la inteligencia artificial van a liberarlos, dejándoles más tiempo para su diversión y ocio", acotó Guerra, con un matiz que podría interpretarse como optimismo o escepticismo, dependiendo de cuántas horas de sueño se hayan sacrificado por estudiar. La promesa: más tiempo para jugar al "StarCraft" o simplemente mirar el techo sin sentir culpa.

Datos de Statistics Korea, la agencia oficial de estadísticas del país, revelan una realidad cruda: el suicidio figura como la principal causa de muerte entre los surcoreanos de 10 a 49 años. "Parte de la culpa reside en una cultura que prioriza el éxito académico y profesional, y crea un sistema particularmente exigente y competitivo que genera estrés, aislamiento e insatisfacción", sentenció Guerra. Los exámenes para acceder a las codiciadas escuelas de élite comienzan a los ¡4 y 7 años! Y como si eso no fuera suficiente, casi la mitad de los niños (un 47.6%) están inscriptos en escuelas o cursos de preparación adicionales. No es de extrañar que cerca de la mitad de ellos padezca fatiga crónica y no duerma lo suficiente. Parece que en Corea, el "éxito" se mide en ojeras y el nivel de exposición a la IA, o a los antidepresivos.

La apuesta es que la IA funcione como una suerte de "tutor virtual", un compañero incansable que asista a los estudiantes sin las ataduras de un horario escolar rígido, brindándoles mayor flexibilidad para sus tardes. "En dos años nos prometieron que contarían sus avances", explicó Guerra, dejando entrever la expectativa (o la intriga) sobre los resultados. Mientras tanto, en latitudes como Latinoamérica, donde la implementación de estas tecnologías se da de forma "más orgánica" – léase, a los ponchazos y sin 70 millones de dólares de presupuesto –, la pregunta que resuena en las aulas y los grupos de WhatsApp es: "¿Quién realmente hace las tareas?". Una inquietud que, con la IA presente, adquiere nuevas dimensiones filosóficas.

Hacia una «alfabetización tecnológica»

A pesar de su agenda global de conferencias, el trabajo en el aula sigue siendo, para la maestra Guerra, la piedra angular de la educación. Por ello, enfatiza la urgencia de replantear las actividades que los docentes proponen a las nuevas generaciones. "Porque si pedimos algo que la inteligencia artificial ya puede hacer, ahí nos quedamos", subrayó con la franqueza de quien ha visto a la tecnología adelantar al currículum. "Estamos desaprovechando los cerebros y la capacidad de los estudiantes". En un mundo donde la IA redacta ensayos y resuelve problemas, la tarea del maestro es encontrar aquello que un algoritmo no puede simular: la chispa de la originalidad, la ética de un razonamiento, o la capacidad de pagar el subte con la Sube sin que se trabe.

Frente a los nuevos hábitos que las tecnologías instalan, la educación tradicional y sus abnegados maestros se ven empujados a dilemas que, más que abrir puertas, parecen derrumbar muros, invitando a debates que no soslayan las cuestiones fundamentales del aprendizaje. Estudios como el recientemente divulgado por el prestigioso Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) exploran la, para algunos, previsible disminución de habilidades de aprendizaje por el uso de modelos de lenguaje masivos como ChatGPT. El veredicto del MIT es lapidario: el grupo que se apoyó en estos sistemas "obtuvo peores resultados en todos los niveles: neuronal, lingüístico y de puntuación". Una noticia que a nadie debería sorprender, salvo quizás a los que creyeron que delegar la capacidad de pensar en un algoritmo era una estrategia infalible para la evolución de la especie.

La innegable realidad es que una vasta mayoría de estudiantes ya ha incorporado estas aplicaciones, que aún operan bajo el principio de "ensayo y error" (mucho error, a veces), como una extensión de su propia vida. Ante este panorama, Guerra propone la urgente necesidad de diseñar políticas que regulen a tiempo estos desarrollos y fomenten una "alfabetización tecnológica". El objetivo: que las personas reciban la formación adecuada y adquieran mayor conciencia sobre los riesgos inherentes. "En este caso", subraya, "las escuelas juegan un papel trascendental en su misión de formar personas no solo capaces, sino profundamente humanas". Porque al final del día, si bien la IA puede escribir un soneto, aún no ha aprendido a sentir la angustia de un lunes o la alegría de un viernes de cobro.

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