Contenido versus claridad: la IA, el ‘workslop’ y su costo invisible.

Redacción Cuyo News
8 min

La inteligencia artificial, esa que nos prometieron como el adalid de la eficiencia y la productividad sin límites, parece estar cumpliendo su cometido de una forma bastante peculiar. En lugar de liberarnos, nos está sumergiendo en un océano de contenido estéril, una marea de texto que nadie tuvo el interés de generar genuinamente y, seamos sinceros, nadie tiene el más mínimo deseo de leer.

La última gran revolución tecnológica redefinió las reglas de juego en la circulación de la información. Las plataformas sociales y los algoritmos nos dotaron de una capacidad inédita para difundir mensajes a escala masiva, reorientando el desafío hacia la captura de atención en un universo digital inabarcable.

Ahora, nos encontramos en el umbral de una era novedosa. Si antaño la capacidad de distribuir contenido se democratizó, hoy asistimos a la masificación de su creación. La IA generativa produce en meros segundos lo que antes demandaba horas de esfuerzo: correos electrónicos, presentaciones, reportes exhaustivos, análisis complejos. La barrera que alguna vez contuvo la proliferación de contenido se ha desmoronado por completo.

A priori, esto debería ser un cambio sísmico, revolucionario en su esencia. Y lo es, sin duda. Pero, para sorpresa de muchos y desesperación de otros, no de la manera que habíamos vaticinado o deseado.


LinkedIn

En la era del reclutamiento automatizado, un usuario de LinkedIn puso una trampa: pidió que toda IA que le escribiera incluyera una receta de flan. La columna de PROMPTING de hoy se pregunta: ¿Queda algún humano por ahí que nos esté leyendo?


Los datos son contundentes: el uso de la inteligencia artificial en el ámbito laboral se ha duplicado desde 2023. Las empresas que han automatizado sus procesos de manera integral también vieron casi duplicar su número el año pasado. Sin embargo, la paradoja es cruel: el 95% de las organizaciones no perciben un retorno tangible de su inversión en IA, «según el MIT Media Lab». En la misma línea, McKinsey informa que el 80% de las corporaciones no han logrado un impacto significativo en sus resultados financieros.

Tanto entusiasmo desbordante, tan magro retorno. ¿Cuál es la razón de esta desconexión abismal?

Cuando el contenido se vuelve slop

Porque, al parecer, hemos incurrido en una confusión fundamental: hemos equiparado la noción de contenido con la de claridad.

El contenido, en su acepción más llana, es aquello que producimos. La claridad, en cambio, es la comprensión que logramos forjar en la mente de otra persona. El contenido se cuantifica en palabras, en documentos; la claridad solo puede medirse en la profundidad del entendimiento que provoca.

Investigadores de BetterUp Labs y Stanford han acuñado un término para este fenómeno: «workslop«. Se trata de un tipo de contenido generado por IA que, cual lobo con piel de cordero, se disfraza de trabajo profesional inmaculado pero que, en su esencia, carece de cualquier sustancia o valor real. Y su proliferación, lejos de ser un caso aislado, es más común de lo que podríamos imaginar.

Todos, en algún momento, hemos experimentado esa sensación. Abrimos un documento enviado por un colega y, a primera vista, es impecable: un formato pulcro, un lenguaje cuidado, párrafos perfectamente estructurados. Pero a medida que avanzamos en la lectura, algo no encaja. Las oraciones son gramaticalmente correctas, pero vacías de significado. La lógica subyace, sí, pero desconectada de un propósito claro. Al finalizar, la pregunta persiste: ¿Qué demonios quiso transmitir realmente mi compañero?

Y la frustración no tarda en manifestarse: «¿Qué es esto, exactamente?». Inmediatamente, surge la sospecha incómoda: «¿Acaso recurrió a la inteligencia artificial en lugar de emplear el pensamiento?».

Las cifras confirman la tendencia: más del 40% de los trabajadores estadounidenses reportan recibir este tipo de contenido de forma regular. Prácticamente la mitad de la fuerza laboral se topa con material que aparenta ser un trabajo acabado, pero que, en realidad, no comunica absolutamente nada.

El costo invisible: la transferencia cognitiva

Lo que confiere al «workslop» su singularidad no es simplemente su baja calidad; contenido deficiente ha existido siempre. Lo verdaderamente distintivo radica en su mecanismo intrínseco: transfiere la carga del esfuerzo mental desde el emisor hacia el receptor.

La teoría de la carga cognitiva desglosa el esfuerzo mental en tres categorías. La carga intrínseca se refiere a la dificultad inherente al tema en cuestión. La carga extrínseca, por su parte, es el esfuerzo adicional provocado por una presentación deficiente o confusa. Finalmente, la carga germana representa el trabajo productivo que implica el aprendizaje y la comprensión genuina.

El «workslop» opera maximizando la carga extrínseca para quien lo recibe, mientras que, convenientemente, minimiza el esfuerzo cognitivo de quien lo emite.

En la escritura tradicional, el autor se enfrasca en una batalla por clarificar sus ideas, y esa lucha interna se traduce, a menudo, en la propia textura del texto. Existe una carga cognitiva compartida, un esfuerzo mutuo. Sin embargo, con el «workslop«, el emisor instrumentaliza la inteligencia artificial para eludir el imperativo de pensar con lucidez. No ha pulido sus ideas, no ha discernido lo esencial, no ha ponderado las necesidades reales del lector. Simplemente, solicita a la IA un texto que «suene» profesional.

El desenlace es predecible: el receptor se ve forzado a decodificar el contenido, a inferir el contexto faltante, a reconstruir lo que el emisor pretendía decir. Debe, en esencia, realizar el proceso de pensamiento que el emisor delegó a la IA, pero sin el acceso privilegiado a su contexto o a su intención genuina.

«Lo que el emisor percibe como un atajo», aseveran los investigadores, «se convierte en un hoyo del que el receptor necesita salir». Una descripción que, sin eufemismos, condensa la esencia de esta nueva y sutil forma de pereza intelectual.

La erosión de la confianza

Las implicaciones de este fenómeno van mucho más allá de una simple pérdida de productividad. Estamos siendo testigos de una preocupante erosión de la confianza.

La confianza en cualquier proceso comunicacional se cimenta en un supuesto fundamental: que quien te envía un mensaje ha reflexionado seriamente sobre lo que está diciendo. Cuando esa premisa básica se fractura, cuando la autenticidad del pensamiento se pone en duda, todo el entramado de la interacción profesional se vuelve, inexorablemente, sospechoso.

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