Pese al auge de la inteligencia artificial, la promesa de que los grandes modelos de lenguaje puedan predecir el número ganador de la Lotería de Navidad, basándose en datos históricos, es un bulo. La suerte es ciega y el sorteo, diseñado para la aleatoriedad, no guarda memoria de resultados pasados. Todos los números tienen la misma probabilidad, sin importar su historia o si nos parecen «lindos» o «feos». Una cuestión de azar puro versus la popularmente malentendida falacia del jugador.
En tiempos donde la inteligencia artificial promete soluciones para casi todo, desde diseñar autos voladores hasta resolver el enigma de la vida, era cuestión de tiempo que asomara la promesa de lo imposible: adivinar el número del Gordo de la Lotería de Navidad. Y sí, ya circulan por la red esos agentes de los grandes modelos de lenguaje, los LLM que decimos, ofreciendo predicciones basadas en el análisis de datos históricos. La tentación, claro, es grande. ¿Quién no querría descifrar el algoritmo de la suerte?
La credulidad, sin embargo, se apoya en una intuición equivocada y una falta de comprensión básica del azar. Porque, aunque la IA mejore a pasos agigantados y el análisis de datos sea una herramienta poderosa en otros campos, en este ring particular, el de la lotería, estamos ante un nuevo bulo, un cuentito más para los incautos. El sorteo navideño, damas y caballeros, está construido sobre un principio inquebrantable: cada número tiene la misma probabilidad de salir premiado. Todas las bolas son idénticas, se mezclan con esmero en el bombo y se extraen a ciegas. Tan simple como eso.
Por más que le busquemos el lado esotérico o estético, que un número nos parezca «bonito» o «feo» no influye un ápimo en sus chances de ganar. El 00000, ese patito feo que muchos evitan comprar, tiene exactamente las mismas posibilidades de ser el Gordo que cualquier otro. El azar, se ve, no tiene remilgos ni le importa el diseño gráfico.
El sorteo no tiene memoria: la falacia del jugador
Y aquí viene el nudo gordiano de la cuestión, la famosa «falacia del jugador». Pensar que la probabilidad futura de un suceso aleatorio concreto cambia porque ha ocurrido muchas (o pocas) veces antes es un error de principiante. La Lotería no tiene memoria. Si una moneda salió cinco veces cara, la sexta tirada sigue teniendo un 50% de probabilidades de ser cara y un 50% de ser cruz. Simple, ¿verdad? Pues en la Lotería ocurre lo mismo. Creer que un número «tiene más opciones» porque hace años que no sale, o evitar el número del Gordo del año pasado porque «es imposible» que repita, es caer de lleno en esta trampa mental.
La confusión radica en mezclar churras con merinas: las frecuencias globales, que a largo plazo sí se equilibran, con los sucesos individuales, que jamás están influidos por el pasado. La «ley de los grandes números» nos dice que, si repetimos un experimento muchas veces, la proporción de resultados observados se acercará a la probabilidad teórica. Pero atención, esta ley no actúa sobre cada suceso particular, no corrige desviaciones. Es una propiedad estadística del conjunto, cuando el número de ensayos es monumental.
Es decir, lanzar una moneda 10 veces puede dar ocho caras y dos cruces, y es normal. Pero si la lanzamos decenas de miles de veces, las proporciones de caras y cruces se acercarán muchísimo al 50%. Ahora bien, el registro histórico de la Lotería de Navidad, con poco más de 200 años, es una muestra ínfima si consideramos todos los posibles resultados. Es esperable, entonces, que observemos «patrones» numéricos que no son otra cosa que espejismos. Que haya, por ejemplo, más números terminados en 5 no significa que estos sean, al contrario de lo que indica la teoría, más probables que los que terminan en 2. Los supuestos «analizadores avanzados de Lotería» que emplean modelos de aprendizaje automático detectan estos falsos patrones. Pero son, en definitiva, humo de colores que no te van a dar el número ganador.
El millón de sorteos que la lotería no tiene: una cuestión de escala
De hecho, si se repitieran los sorteos suficientes veces, todos los valores se irían equilibrando, acercándose a su probabilidad real: 1/100.000. Carlos García Mexide, investigador predoctoral en el Instituto de Ciencias Matemáticas, es categórico: «Haciendo un cálculo probabilístico básico, se estima que hace falta realizar más de un millón de sorteos (100.000 por logaritmo de 100.000) para que obtuvieran el Gordo todos los números que se juegan en La Lotería». Un palo. Y aún así, ni con ese mastodóntico volumen de datos podríamos predecir el número de un sorteo individual. Seguirá siendo, cada año, un misterio indescifrable.
La ley de los grandes números tiene sus aplicaciones serias y útiles en la vida real: desde encuestas confiables hasta estimaciones de riesgo para seguros. La clave, allí, es el empleo de un número verdaderamente enorme de observaciones, que permite que las proporciones observadas se acerquen a las teóricas. Pero en el bombo de la Lotería, donde cada bola es un universo en sí mismo y el pasado no deja huella, la única certeza es que la predicción más certera sigue siendo un billete en la mano y la ilusión intacta. Lo demás, es puro cuento.