Adultos mayores de 55 años están redefiniendo su relación con la tecnología, rompiendo prejuicios y superando la brecha digital. Con un 83,2% conectándose a diario, figuras como Mariana (73) y Flora (72) lideran una silenciosa revolución, aprendiendo desde operaciones bancarias hasta inteligencia artificial, empoderándose y recuperando autonomía. Programas de capacitación y la reflexión sobre el «humanismo digital» son clave en esta transformación.
La imagen tradicional del abuelo o la abuela preguntando "¿cómo se usa esto?" o "mandame el mensaje vos, que yo no entiendo" parece estar viviendo sus últimos estertores. En una sociedad que a menudo tiende a encasillar y subestimar, un fenómeno disruptivo emerge desde la franja etaria más insospechada: los mayores de 55 años están plantando bandera en el universo digital, demostrando que la edad es apenas un número, y la capacidad de aprender, una constante vital. El "edadismo" tecnológico, ese prejuicio que asocia la vejez con la supuesta incompetencia digital, hoy tambalea.
Tomemos el caso de Mariana Gómez, de 73 años, una mujer que decidió ponerle un freno al "hágalo usted mismo" de sus nietos. Harta de que le resolvieran las dudas del celular en lugar de enseñarle, optó por la vía más directa: se anotó en clases de tecnología. Lo mismo le ocurrió a Flora López, de 72, quien pasó de consultar a sus hijas a interactuar directamente con Gemini o ChatGPT, o a zambullirse en los tutoriales de YouTube. "Ya no me da vergüenza equivocarme", sentencia Flora, con la autoridad de quien ha librado una batalla personal y ha salido victoriosa.
Este entusiasmo no es un capricho aislado. Según los datos del Centro de Investigación Ageingnomics de la Fundación Mapfre, el 83,2% de los mayores de 55 años se conecta diariamente a internet. Una cifra que, a pesar de los prejuicios, evidencia una realidad innegable. "Hay que combatir esa brecha digital, la tecnología se asocia a nuestra edad como un problema, pero eso hay que combatirlo, no tenemos que tener ningún complejo de inferioridad, ni ningún miedo. Uno está siempre aprendiendo, a los 25 y a los 75", advierte Juan Fernández Palacios, presidente del centro, quien además impulsó una guía para los "cultos digitales" senior. Digamos que el "no vas a entender" dejó de ser una excusa para convertirse en un desafío.
La tercera edad: ¿digital o analógica? La respuesta que no esperabas
Mariana, exadministrativa, cuenta que su primer contacto tecnológico fue la máquina de escribir eléctrica. Flora, enfermera jubilada, esperó a retirarse para sumergirse en la web. "Fue entonces cuando empecé, primero con el correo y luego, avanzando, avanzando…", recuerda. Hoy, Mariana maneja su certificado digital, hace operaciones bancarias online, envía bizums y controla citas médicas. Su asignatura pendiente, paradójicamente, es la inteligencia artificial. Mientras tanto, sus habilidades se han robustecido gracias a los cursos del Punto Vuela de La Albaida. Mercedes Olea, monitora en dicho centro, lo explica con claridad: "Todos llegan diciendo que no son capaces de aprender, con la frustración de que no quieren molestar en casa pidiendo ayuda, pero lo que necesitan es ganar un poco de paciencia y de confianza y en cuanto la obtienen se les olvida el hándicap de que son mayores y ven que son capaces de hacerlo todo". Un poco de paciencia, un poco de confianza… y mucha autonomía recuperada.
Del miedo al clic: la cruzada por la autonomía digital
Flora también encontró en la Cruz Roja de Sevilla el empuje que necesitaba. Javier López, responsable del proyecto Click-A de la ONG, señala la principal barrera: "Vienen con una desconfianza, primero, en ellos y, luego, hacia la propia tecnología". Asuntos bancarios, compras online y la proliferación de noticias falsas suelen ser los puntos de mayor recelo. Pero una vez superado el umbral, la curiosidad se dispara: "Lo que solemos trabajar son recordatorios, cómo realizar compras, pequeñas gestiones, a comunicarse, buscar información, entretenimiento… Y cuando se familiarizan ya piden más cosas, aprender a hacer presentaciones, algún tipo de edición de imagen o fotografía, vídeos para desarrollar la creatividad personal… Todo en función de sus intereses e inquietudes", detalla López.
Curiosamente, el proyecto Click-A atrae más mujeres que hombres. "Interpretamos que tienen más predisposición a aprender y a dejarse ayudar", comenta López, sugiriendo quizás que esa supuesta "debilidad" femenina a la hora de pedir ayuda en realidad es una fortaleza. El rango etario va de los 55 a los 70, pero no faltan alumnas de 87 años "muy interesadas en la banca online". Un panorama similar al de los cursos de Olea, que abarca desde personas con Parkinson hasta octogenarias activas en el mundo digital. En estas clases, no solo se aprende tecnología; también se ofrece, "en cierta forma, acompañamiento humano y emocional", un bálsamo en tiempos de aislamiento.
Humanismo frente al algoritmo: ¿internet nos sirve o nos usa?
La Universidad de Huelva, a través del Proyecto Mentores, profundiza en esta "comunión" digital, analizando el impacto de mentores de la misma generación frente a los más jóvenes. Las primeras pruebas ya arrojan un "sentimiento positivo y de bienestar", según López. Y es justamente esa vertiente humana la que Carlos Pérez, empresario jubilado y fundador de SeniorTic, rescata y confronta con la "dictadura del algoritmo". "Cuando nació Internet, era la democracia, donde todos aportábamos un conocimiento que era para todos. Eso ha evolucionado y ahora las plataformas condicionan la navegación y no nos damos cuenta de que al final las decisiones que tomamos no las estamos tomando a favor de nuestros intereses, sino a favor del de otros", sentencia Pérez. Una reflexión que, lejos de la inocencia inicial, nos obliga a repensar el rol de la red en nuestras vidas. ¿Estamos navegando o nos están navegando?
Para Pérez, el humanismo es la brújula para los "cultos digitales", tanto seniors como jóvenes, en un mundo que corre a ritmo de clic. "Nosotros nos acercamos al mundo de Internet de una manera acomplejada, actuábamos con la prudencia que teníamos en el mundo analógico, si hubiéramos ido con más inteligencia tendríamos más autoridad para navegar a favor de nuestros intereses", reflexiona, cuestionando un diseño de aplicaciones que, en general, prioriza las inquietudes inmediatas de las nuevas generaciones.
Mariana y Flora usan WhatsApp y Facebook. Pero Olea va más allá: obliga a sus alumnos a tener TikTok. "Es importante que sepan de lo que se está hablando", sostiene. Y así, el "influencer", el "hater" o el "spoiler" dejan de ser jeroglíficos para integrarse al vocabulario diario. "No nos damos cuenta de cómo en algunas reuniones, si están con gente más joven, de pronto se pierden porque no entienden lo que están diciendo, hay una brecha que se forma de manera inadvertida", advierte Olea, ilustrando la sutil, pero profunda, desconexión que puede generar la ignorancia digital.
Desde que son "cultas digitales", Mariana y Flora disfrutan de una mayor integración, sin sentirse expulsadas por la tecnología. Flora, incluso, se siente cómoda con la inteligencia artificial, percibiendo ventajas donde otros ven recelos. Las redes sociales acortan distancias, sí. Pero la experiencia, esa sabiduría que se gana con el almanaque, también las mantiene alerta. "Un mensaje de WhatsApp, a veces, priva de conversaciones que deberían tenerse", advierte Carlos. Porque al final, ni toda la tecnología del mundo podrá reemplazar el valor de una buena charla de café, cara a cara, como las de antes. ¿O sí?