Mark Zuckerberg, el mismo que prometió el metaverso como la próxima gran revolución digital y hasta rebautizó su empresa como Meta, ahora lo menciona casi de refilón. La compañía planea recortar un 30% el presupuesto destinado a esta ambiciosa apuesta, redirigiendo la inversión hacia la inteligencia artificial y las gafas inteligentes. ¿Es el fin de la utopía virtual o una movida estratégica frente a la fiebre de la IA y el implacable escrutinio de los accionistas?
Mark Zuckerberg, el gurú que en octubre de 2021 nos vendió el metaverso como la «tecnología de tecnologías», la piedra angular de un futuro inmersivo y la razón de un sonoro cambio de nombre a Meta, parece haber olvidado la partitura. ¿Dónde quedaron aquellas promesas de un universo virtual que movería «centenares de miles de millones de dólares» para 2031? ¿Y los analistas, que con un optimismo digno de mejor causa, llegaron a pronosticar 800.000 millones de verdes ya para 2024? Hoy, el magnate de las redes sociales apenas lo roza en sus intervenciones, un silencio que es, en sí mismo, un mensaje.
Evidentemente, esas proyecciones eran un canto de sirena en el océano de las expectativas. Un reciente informe de Bloomberg adelantó un dato que hizo ruido: Meta tiene en agenda recortar un 30% el presupuesto destinado a esta odisea virtual el próximo año. El hachazo golpearía con particular fuerza a Reality Labs, la división del grupo dedicada a los desarrollos a largo plazo, como las gafas de realidad aumentada y los visores de realidad virtual. Curiosamente, Andrew Bosworth, el responsable de Reality Labs y una de las mentes más influyentes para Zuckerberg, apenas menciona la palabra metaverso en la última frase de su resumen anual en el blog de la compañía. ¿Coincidencia? ¿O un síntoma inequívoco del cambio de rumbo?
Entonces, ¿estamos ante el ocaso del metaverso? ¿Este recorte presupuestario, contundente por donde se lo mire, es la rendición frente al avasallador avance de la inteligencia artificial (IA)? Algunos lo ven así. Desde Meta, sin embargo, la narrativa es otra, más pulcra y estratégica. Fuentes de la compañía aseguran que «estamos moviendo parte de nuestra inversión del metaverso a las gafas con IA y los wearables [tecnología ponible], dado el buen momento que atraviesan. No planeamos grandes cambios más allá de eso». Una movida de fichas, dirían los ajedrecistas, para reacomodarse en el tablero.
Los especialistas consultados por este medio también leen la situación en clave de estrategia. «Es una reorientación estratégica bastante coherente con la fase actual de competencia capitalista en la economía digital», sentencia Ekaitz Cancela, codirector del Center for the Advancement of Infrastructural Imagination (CAII) y autor de Utopías digitales. Para el economista, «estamos ante un proceso clásico de reestructuración de capital en respuesta a la presión competitiva: Meta no puede permitirse estar desarrollando tecnología de largo plazo mientras OpenAI, Anthropic, Google y hasta xAI de Musk se disputan el dominio del mercado de la IA. Quien más rápido la domine, más dinero ganará vendiendo sus servicios». La cruda realidad del mercado, en definitiva, se impone a cualquier visión futurista.
El discurso de Zuckerberg, lejos de la nebulosa metaversal, ha virado en los últimos tiempos hacia la concreción de la IA. Ahora, el foco está en los modelos de chatbots y, de manera muy particular, en las gafas inteligentes Ray-Ban, que, a diferencia de los ambiciosos visores de realidad virtual, sí están encontrando su nicho. Zuckerberg mismo lo dijo en septiembre, durante el gran evento corporativo anual: realidad virtual, realidad aumentada e IA son los tres pilares del metaverso. Y, al parecer, se está avanzando en los tres, aunque con matices. «No hay que ver esto como un juego de suma cero. Las nuevas gafas Meta Ray-Ban Display, que incorporan una pequeña pantalla monocular y una pulsera neural para interpretar gestos de la mano, necesitan un análisis del espacio, como las de realidad virtual», explica Víctor Javier Pérez, director de marketing en Invelon y un buen conocedor de las industrias inmersivas.
Para Pérez, el repentino éxito de las gafas Ray-Ban con IA podría haber encendido una lámpara en la mente de Zuckerberg: ¿y si el camino al metaverso no es directo, sino «inverso»? Es decir, en lugar de apostar todas las fichas a los visores de realidad virtual, que demandan una inmersión total y resultan menos intuitivos para el gran público, la estrategia pasaría por capitalizar el furor de las gafas interactivas e ir sumándoles funcionalidades de a poco. La pulsera neural, ese pequeño invento que permite usar gestos de la mano para navegar por la pantallita que se superpone a la realidad, es un ejemplo claro de esta hoja de ruta.
La IA, lejos de ser un rival, es en realidad una pieza clave. Es una de las tecnologías fundamentales para el desarrollo del reconocimiento espacial que hará (o al menos promete hacer) posible el metaverso. Y la IA generativa, esa misma que alimenta chatbots como ChatGPT, Gemini o Claude, también está aportando su grano de arena a la construcción de mundos virtuales. De hecho, Meta ha ido un paso más allá y lanzó un generador de escenarios a partir de prompts (instrucciones) para que los desarrolladores den rienda suelta a su imaginación en Horizon Worlds, la plataforma virtual de la compañía. Una apuesta por la creatividad, ¿o un intento de mantener viva la llama?
Reorientación del negocio
Meta no es la única en este giro hacia las gafas inteligentes. Gigantes como Google y HTC también están en la carrera, desarrollando sus propios modelos. Parece que el mercado, o al menos una porción de él, le ve potencial a este segmento. Andrew Bosworth, en su ya citado resumen anual, lo deja claro: «Durante la última década, hemos estado explorando la frontera de la computación tratando de anticipar qué viene después de los ordenadores y los móviles. (…) La plataforma que estábamos buscando son las gafas con IA». Una declaración que, entre líneas, suena a autocrítica por la ruta anterior.
Cuando Zuckerberg nos deslumbró con su gran proyecto del metaverso, también advirtió que sería una maratón, no un sprint. Años, quizás décadas, para verlo completado. «La década importante será la de los años 30. Entonces tendremos la suficiente evolución tecnológica y todos los elementos para poder construir la siguiente generación de dispositivos que te permitan estar hiperconectado», proyecta Roberto Romero, especialista en medios inmersivos y consultor. Y aventura: «La gente empezará a ver que ya no necesitaremos móviles porque habrá un dispositivo que entienda todo lo que hay a tu alrededor». ¿Será?
Mientras tanto, los pasos hacia ese mundo virtual, aunque más lentos y cautos, se siguen dando. Meta presentó en noviembre, por ejemplo, Hyperscape Capture, una aplicación que promete ser un gemelo virtual de cualquier entorno físico. La idea es que el usuario pueda compartir, digamos, el living de su casa con otros contactos y que estos, equipados con visores de realidad virtual, sientan que están allí. La promesa de la inmersión sigue viva, pero quizás en dosis más pequeñas. El lanzamiento de las Apple Vision Pro en 2024, si bien no fue un batacazo en ventas, sí se vio como una señal de que el metaverso y la realidad mixta todavía tienen espacio para crecer, aunque sea a los tumbos.
Romero, sin embargo, pone los puntos sobre las íes. Considera una osadía que Meta se autoproclame «constructor» de su metaverso. «Sería como decir que alguien está construyendo su internet: es el entorno en el que nos moveremos», puntualiza con pragmatismo. También baja a tierra las expectativas, a veces desmedidas, que películas como Ready Player One o novelas como Snow Crash han sembrado sobre la magnitud del metaverso. «Nunca va a ser un mercado de la realidad virtual masivo, en el que todo el mundo esté allí todo el día. Esa visión no es certera ni tiene mucho sentido». Una bofetada de realidad para los más entusiastas.
Nerviosismo entre los accionistas
El recorte del 30% en el presupuesto del metaverso, según revelaron fuentes de la compañía a Bloomberg, no es casualidad. Responde a que «no se ha encontrado el nivel de competencia industrial en torno a esta tecnología que se esperaba». Una frase que, leída con atención, suena a admisión de un error de cálculo. Bloomberg también puso el foco en el «especial escrutinio» de los accionistas, quienes ven este proyecto como un pozo sin fondo, un auténtico sumidero de recursos. Y no solo ellos: activistas han levantado la voz, preocupados por cómo los mundos virtuales diseñados por Meta «comprometen la privacidad y seguridad de los niños». Los inversores, se sabe, no son monjas de caridad, y los escándalos de privacidad no ayudan a la cotización.
Las cifras son elocuentes y explican el apriete. Reality Labs, el cerebro detrás del metaverso de Meta, ha quemado más de 70.000 millones de dólares desde principios de 2021, según datos de Bloomberg. El anuncio del tijeretazo presupuestario para 2026, que por un guiño del destino vino de la mano de la aprobación de un dividendo para los inversores, tuvo un efecto inmediato: las acciones de Meta se dispararon más de un 7%. Un bálsamo para una cotización que venía de una caída del 15% desde finales de octubre y un 20% desde su pico anual de agosto. Parece que el mercado tiene sus propias reglas y prioridades, y el metaverso, al menos por ahora, está en segundo plano.