El debate legislativo en torno a la denominada «Ley de Leyes» ha ingresado en un punto muerto estratégico. Ante la inviabilidad de reunir los votos necesarios para aprobar el texto original diseñado por el Ministerio de Economía, sumado a la negativa rotunda del presidente Javier Milei a negociar el equilibrio fiscal, el oficialismo ha tomado la determinación de suspender la discusión parlamentaria. La maniobra no radica en una promesa de benevolencia institucional, sino en un cálculo político frío: el Ejecutivo ha optado por retirar el debate para evitar el costo de vetar una normativa alterada por la oposición.
La estrategia predominante apunta ahora a la reconducción del Presupuesto 2024. Esta situación, lejos de representar un revés para la administración central, paradójicamente otorga al Poder Ejecutivo una mayor discrecionalidad en el manejo de los fondos públicos que la que tendría con una nueva ley aprobada bajo restricciones parlamentarias. Desde el gobierno de La Libertad Avanza (LLA), la premisa del «Déficit Cero» se mantiene como una regla inquebrantable. El mandatario ya había advertido que cualquier modificación del Congreso que amenazara el superávit fiscal sería vetada inmediatamente, sentando precedentes con la Ley de Movilidad Jubilatoria y la Ley de Financiamiento Universitario.
La «trampa» de la reconducción presupuestaria
Sin embargo, la utilización reiterada del veto presidencial conlleva un costo político e institucional elevado. Por este motivo, la narrativa oficial ha mutado: de la promesa de «no vetar» se ha pasado a la decisión táctica de «no aprobar algo que obligue al veto». Si el Congreso no sanciona una nueva normativa para 2025, el gobierno se ampara en la Ley de Administración Financiera (Ley 24.156, Art. 27), que faculta al Ejecutivo a prorrogar el presupuesto vigente.
Esta prórroga ofrece a Javier Milei una ventaja táctica significativa en dos frentes:
- Discrecionalidad administrativa: Al carecer de partidas actualizadas por ley para el ciclo 2025, el Jefe de Gabinete adquiere mayor libertad para reasignar las partidas excedentes generadas por la inflación. Mientras la recaudación nominal aumenta, el gasto presupuestado se mantiene en los valores históricos bajos, permitiendo al Ejecutivo decidir el destino de la diferencia sin ataduras legislativas.
- Evitar el costo del veto: Al impedir que la ley salga del Congreso, el Presidente elude el desgaste de imagen que implicaría vetar aumentos para provincias o universidades. El argumento oficial se simplifica: «la oposición no quiso aprobar el presupuesto de déficit cero».
El reclamo de las provincias y el factor Francos
El punto de quiebre en las negociaciones fue la exigencia planteada por los gobernadores, tanto del peronismo como del PRO y la UCR. Los mandatarios provinciales presentaron cinco puntos clave que el gobierno nacional se negó a incorporar, anticipando que hacerlo implicaría un veto posterior. Los reclamos incluían el pago de deudas a las cajas previsionales provinciales, la coparticipación del Impuesto a los Combustibles, una distribución más equitativa de los Aportes del Tesoro Nacional (ATN), la reactivación de obras públicas y fondos específicos para universidades.
En este contexto, el Jefe de Gabinete, Guillermo Francos, ha declarado en medios radiales que «no se va a negociar el equilibrio fiscal», subrayando que la administración prefiere no contar con un presupuesto a tener uno deficitario. Los gobernadores han respondido con documentos exigiendo federalismo fiscal, advirtiendo que sin esos fondos no acompañarían la ley, lo que forzó al oficialismo a pausar el debate.
Ante la disyuntiva de negociar gastos —y perder la bandera del déficit cero— o vetar la ley —y asumir el costo político—, Milei ha optado por una tercera vía: gobernar 2026 con el presupuesto prorrogado. Los antecedentes inmediatos de los vetos a la Ley de Financiamiento Universitario en octubre y a la Movilidad Jubilatoria en septiembre sirven como prueba de que la herramienta del veto está activa, reforzando la decisión estratégica de congelar el Presupuesto antes que exponerse a un tercer conflicto institucional de magnitud.
<p>El tratamiento del Presupuesto 2026 se encuentra paralizado ante la negativa del Ejecutivo a negociar el equilibrio fiscal. La estrategia oficialista busca evitar el costo político de vetar una norma modificada por la oposición, optando por la reconducción del presupuesto vigente. Esta maniobra, paradójicamente, otorgaría al gobierno de Javier Milei una mayor discrecionalidad en la administración de los fondos públicos durante el próximo año.</p>
Resumen generado automáticamente por inteligencia artificial
Resulta fascinante observar cómo la «motosierra» ha evolucionado hacia una forma mucho más sofisticada de poda ornamental: la «parálisis estratégica». El Gobierno Nacional, en un movimiento digno de un gran maestro de ajedrez que decide tirar el tablero porque no le gustan las fichas del oponente, ha descubierto la pólvora de la administración pública: si no hay ley, no hay reglas nuevas, y si no hay reglas nuevas, hacemos lo que se nos canta. Es la versión libertaria del «si me llevo la pelota, el partido termina cuando yo digo», pero con la caja del Estado.
La genialidad —o la picardía, según quién lo mire— radica en vender la inacción como un acto de heroísmo fiscal. Nos dicen que no quieren vetar, cuando en realidad lo que no quieren es tener que explicar por qué vetan. Es como ese estudiante que decide no presentarse al final para no desaprobar; técnicamente no reprobó, simplemente «pospuso el éxito». La narrativa oficial ha pasado del «no hay plata» al «no hay ley», y en ese vacío legal, la discrecionalidad florece como hongos después de la lluvia. Al reconducir el presupuesto viejo, la inflación hace el trabajo sucio: licúa los montos asignados y deja los excedentes de recaudación libres para ser repartidos a dedo, convirtiendo al Jefe de Gabinete en el Papá Noel más arbitrario de la historia reciente.
Mientras tanto, los gobernadores miran la escena con la ñata contra el vidrio, viendo cómo sus reclamos por las cajas previsionales y la coparticipación se desvanecen en la neblina de la «libertad». Pedían cinco puntos clave, y recibieron a cambio un silencio administrativo ensordecedor. Es la trampa perfecta: Milei evita el desgaste de firmar decretos impopulares y, al mismo tiempo, culpa a la «casta» por no aprobarle el déficit cero que él mismo se encargó de blindar contra cualquier negociación. En resumen, el plan económico para 2025 parece ser una mezcla de austeridad forzada y «viva la pepa» administrativa, donde la única regla clara es que la lapicera la tiene uno solo, y no piensa prestarla.
Contenido humorístico generado por inteligencia artificial
El debate legislativo en torno a la denominada «Ley de Leyes» ha ingresado en un punto muerto estratégico. Ante la inviabilidad de reunir los votos necesarios para aprobar el texto original diseñado por el Ministerio de Economía, sumado a la negativa rotunda del presidente Javier Milei a negociar el equilibrio fiscal, el oficialismo ha tomado la determinación de suspender la discusión parlamentaria. La maniobra no radica en una promesa de benevolencia institucional, sino en un cálculo político frío: el Ejecutivo ha optado por retirar el debate para evitar el costo de vetar una normativa alterada por la oposición.
La estrategia predominante apunta ahora a la reconducción del Presupuesto 2024. Esta situación, lejos de representar un revés para la administración central, paradójicamente otorga al Poder Ejecutivo una mayor discrecionalidad en el manejo de los fondos públicos que la que tendría con una nueva ley aprobada bajo restricciones parlamentarias. Desde el gobierno de La Libertad Avanza (LLA), la premisa del «Déficit Cero» se mantiene como una regla inquebrantable. El mandatario ya había advertido que cualquier modificación del Congreso que amenazara el superávit fiscal sería vetada inmediatamente, sentando precedentes con la Ley de Movilidad Jubilatoria y la Ley de Financiamiento Universitario.
La «trampa» de la reconducción presupuestaria
Sin embargo, la utilización reiterada del veto presidencial conlleva un costo político e institucional elevado. Por este motivo, la narrativa oficial ha mutado: de la promesa de «no vetar» se ha pasado a la decisión táctica de «no aprobar algo que obligue al veto». Si el Congreso no sanciona una nueva normativa para 2025, el gobierno se ampara en la Ley de Administración Financiera (Ley 24.156, Art. 27), que faculta al Ejecutivo a prorrogar el presupuesto vigente.
Esta prórroga ofrece a Javier Milei una ventaja táctica significativa en dos frentes:
- Discrecionalidad administrativa: Al carecer de partidas actualizadas por ley para el ciclo 2025, el Jefe de Gabinete adquiere mayor libertad para reasignar las partidas excedentes generadas por la inflación. Mientras la recaudación nominal aumenta, el gasto presupuestado se mantiene en los valores históricos bajos, permitiendo al Ejecutivo decidir el destino de la diferencia sin ataduras legislativas.
- Evitar el costo del veto: Al impedir que la ley salga del Congreso, el Presidente elude el desgaste de imagen que implicaría vetar aumentos para provincias o universidades. El argumento oficial se simplifica: «la oposición no quiso aprobar el presupuesto de déficit cero».
El reclamo de las provincias y el factor Francos
El punto de quiebre en las negociaciones fue la exigencia planteada por los gobernadores, tanto del peronismo como del PRO y la UCR. Los mandatarios provinciales presentaron cinco puntos clave que el gobierno nacional se negó a incorporar, anticipando que hacerlo implicaría un veto posterior. Los reclamos incluían el pago de deudas a las cajas previsionales provinciales, la coparticipación del Impuesto a los Combustibles, una distribución más equitativa de los Aportes del Tesoro Nacional (ATN), la reactivación de obras públicas y fondos específicos para universidades.
En este contexto, el Jefe de Gabinete, Guillermo Francos, ha declarado en medios radiales que «no se va a negociar el equilibrio fiscal», subrayando que la administración prefiere no contar con un presupuesto a tener uno deficitario. Los gobernadores han respondido con documentos exigiendo federalismo fiscal, advirtiendo que sin esos fondos no acompañarían la ley, lo que forzó al oficialismo a pausar el debate.
Ante la disyuntiva de negociar gastos —y perder la bandera del déficit cero— o vetar la ley —y asumir el costo político—, Milei ha optado por una tercera vía: gobernar 2026 con el presupuesto prorrogado. Los antecedentes inmediatos de los vetos a la Ley de Financiamiento Universitario en octubre y a la Movilidad Jubilatoria en septiembre sirven como prueba de que la herramienta del veto está activa, reforzando la decisión estratégica de congelar el Presupuesto antes que exponerse a un tercer conflicto institucional de magnitud.
Resulta fascinante observar cómo la «motosierra» ha evolucionado hacia una forma mucho más sofisticada de poda ornamental: la «parálisis estratégica». El Gobierno Nacional, en un movimiento digno de un gran maestro de ajedrez que decide tirar el tablero porque no le gustan las fichas del oponente, ha descubierto la pólvora de la administración pública: si no hay ley, no hay reglas nuevas, y si no hay reglas nuevas, hacemos lo que se nos canta. Es la versión libertaria del «si me llevo la pelota, el partido termina cuando yo digo», pero con la caja del Estado.
La genialidad —o la picardía, según quién lo mire— radica en vender la inacción como un acto de heroísmo fiscal. Nos dicen que no quieren vetar, cuando en realidad lo que no quieren es tener que explicar por qué vetan. Es como ese estudiante que decide no presentarse al final para no desaprobar; técnicamente no reprobó, simplemente «pospuso el éxito». La narrativa oficial ha pasado del «no hay plata» al «no hay ley», y en ese vacío legal, la discrecionalidad florece como hongos después de la lluvia. Al reconducir el presupuesto viejo, la inflación hace el trabajo sucio: licúa los montos asignados y deja los excedentes de recaudación libres para ser repartidos a dedo, convirtiendo al Jefe de Gabinete en el Papá Noel más arbitrario de la historia reciente.
Mientras tanto, los gobernadores miran la escena con la ñata contra el vidrio, viendo cómo sus reclamos por las cajas previsionales y la coparticipación se desvanecen en la neblina de la «libertad». Pedían cinco puntos clave, y recibieron a cambio un silencio administrativo ensordecedor. Es la trampa perfecta: Milei evita el desgaste de firmar decretos impopulares y, al mismo tiempo, culpa a la «casta» por no aprobarle el déficit cero que él mismo se encargó de blindar contra cualquier negociación. En resumen, el plan económico para 2025 parece ser una mezcla de austeridad forzada y «viva la pepa» administrativa, donde la única regla clara es que la lapicera la tiene uno solo, y no piensa prestarla.