Bernardo Quintero, el visionario detrás de VirusTotal y hoy director de ciberseguridad de Google en Málaga, puso fin a una búsqueda de 33 años. Tras un rastreo casi forense, logró identificar al enigmático creador del «Virus Málaga» de los años 90, un código que no buscaba daño pero que le marcó el rumbo profesional. El autor era Antonio Enrique «Kike» Astorga, un profesor de informática ya fallecido, cuya identidad se reveló gracias a la memoria de un excompañero y el emotivo testimonio de su familia, cerrando así un círculo personal y honrando un legado tecnológico.
A principios de los años 90, en los pasillos de la Escuela Politécnica de la Universidad de Málaga, algo se movía con sigilo entre los ordenadores. No era una conspiración, sino un virus desconocido. Un bicho, dirían algunos, que si bien no buscaba el mal absoluto, se encargaba de molestar con su presencia. Nadie sabía cómo lidiar con él, hasta que un profesor, Adolfo Cid, lanzó un desafío que cambiaría una vida: encontrar la solución a cambio de una mejor nota. Un joven Bernardo Quintero no solo aceptó el reto, sino que lo superó, y en ese proceso, encontró su vocación. Aquel episodio fue la chispa que encendió la mecha de Hispasec, la primera empresa española de seguridad informática, y más tarde de VirusTotal, la joya que Google adquiriría en 2012.
Hoy, Quintero, quien comanda el centro de ciberseguridad del gigante de Mountain View en Málaga, acumulaba un éxito personal y profesional rotundo, pero con una astilla clavada: el misterio del creador de aquel virus fundacional. Un enigma que, en sus múltiples entrevistas, siempre emergía como punto de partida, casi al nivel de aquel mítico ordenador Spectrum de su infancia. El «Virus Málaga», como lo bautizaron las grandes firmas antivirus como McAfee o Panda, era una pieza de ingeniería notable para su época. Con apenas 2610 bytes, se ocultaba en la memoria, propagándose con cada disquete o ejecutable. “No borraba nada” ni impedía el uso del ordenador, detalla Quintero. Sin embargo, tenía una particularidad que lo volvía polémico: cada día 1 de mes, lanzaba un mensaje contundente: «HB=ETA=ASESINOS. PENA DE MUERTE AL TERRORISMO.» Una proclama que, en una España azotada por los atentados etarras casi semanales, no pasaba desapercibida.
La intriga del «Virus Málaga» lo acechaba. Esta semana, y en plenas vacaciones, el responsable de Google decidió tentar la suerte una vez más. Ya lo había intentado en 2022 sin éxito, pero la tenacidad rioplatense (en este caso, malagueña) es implacable: “Si tienes alguna pista o simplemente quieres reivindicar tu obra maestra de la juventud, ¡manifiéstate!”, escribió este lunes en redes sociales, desgranando su historia. “Buscaba nostalgia, talento, poder agradecerle a su autor el reto que me supuso”, confiesa el experto. Si bien sus allegados sabían que lo lograría, Quintero no las tenía todas consigo. Las primeras respuestas eran vagas, difusas. Descartó cinco mensajes con más detalles, mientras se zambullía de nuevo en el código original, como si los bytes pudieran susurrarle al oído. Encontró una única pista: dos bytes —4B y 49, que en código ASCII se traducen como KI—, una firma silenciosa. Luego, analizó la segunda versión, el «Málaga II», que no solo replicaba el mensaje el día 1, sino que lo sumaba el día 15, y revelaba más bytes sin utilidad, pero que deletreaban: KIKESOYYO.
El misterio de Kike: un nombre, una firma y un destino.
A Quintero, recientemente nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Málaga, la secuencia ya no le parecía una mera coincidencia. Era un grito, una voz del pasado que decía «aquí estoy», pero las pistas seguían siendo elusivas. Hasta que, como en todo buen thriller, un personaje inesperado entró en escena: Adolfo Ariza, empleado del Ayuntamiento de Córdoba, le escribió por privado en LinkedIn. Lo conocía, había sido compañero suyo en la Politécnica malagueña entre 1989 y 1995, y había vivido la creación de aquel código en primera persona. “Nunca tuvo intención de hacer nada malo más que sacar aquellos mensajes sobre ETA y probarse como programador”, le dijo Ariza. El detalle de ETA, desconocido por todos salvo por Quintero, cerró el círculo. Ariza le dio un nombre: Antonio Astorga. Y con él, una triste noticia: había fallecido hacía unos años a causa de un cáncer.
Entonces, el «googleo» se volvió personal. Quintero descubrió que Astorga había sido profesor de informática en el instituto Miraya del Mar, en Torre del Mar, a escasos cuatro kilómetros de Vélez-Málaga, la ciudad natal de Quintero. Entre sus proyectos, Astorga había desarrollado Evalúa, un precursor del actual iPasen que la Junta de Andalucía utiliza para el seguimiento académico de estudiantes. Todo encajaba, salvo el enigmático KIKESOYYO. Pero el destino, o el algoritmo, tenía más sorpresas guardadas.
La era digital y las huellas que dejan sus pioneros.
Quintero encontró el contacto de la hermana de Astorga y le escribió para contarle la historia. Hablaron un jueves por la noche. Cuando Quintero preguntó, la pieza final se acomodó: el segundo nombre de Antonio era Enrique, y en la familia lo conocían como Kike. La hermana recordaba vagamente el virus, pero sugirió hablar con Sergio Astorga, el hijo, también informático. “Yo miré el teléfono a eso de las once de la noche”, recuerda el joven de 22 años, quien acaba de terminar Ingeniería del Software mientras estudia Matemáticas en la UNED. La sorpresa fue mayúscula al ver un mensaje del mismísimo director de Google en Málaga. Más aún cuando lo citaba al día siguiente en las instalaciones de la compañía.
Un cierre agridulce: el legado de un genio anónimo.
Allí, este viernes, Sergio Astorga fue puesto al tanto de la odisea. “Que me llamara para honrar la memoria de mi padre me ha hecho mucha ilusión”, relata el joven, quien evoca que, a sus diez años, en una de sus últimas charlas, su progenitor le confió que su mayor proyecto había sido un virus informático que le tomó más de dos años desarrollar. “Ha sido muy emocionante cerrar un círculo de 33 años”, explica un Quintero, asombrado por la cercanía geográfica del autor, “pero también algo agridulce al conocer su fallecimiento, aunque conocer a su hijo ha sido muy especial y emotivo”. Un encuentro que, augura, no será el último, y que selló con un nuevo mensaje en redes, una dedicatoria póstuma: “Allá donde estés: encontré tu llamada, encontré tu firma, y no será en vano”. Un final que, para muchos, es la prueba de que incluso en la era digital, las huellas de los pioneros, por pequeñas que sean, siempre encuentran el camino de regreso.