Los algoritmos han puesto el ojo en el reloj biológico femenino, bombardeando a mujeres jóvenes con publicidad sobre la congelación de óvulos. Promocionado como «poder» o «amor propio», este costoso tratamiento (entre 2.000 y 5.000 euros más cuotas) genera una presión creciente, con la edad media para realizarlo descendiendo a los 35 años y un aumento del 7500% en una década. Expertos alertan que, si bien es una alternativa, no soluciona problemas sociales como la precariedad laboral. La vigilancia algorítmica prioriza la lógica comercial, influyendo encubiertamente y generando una sensación de invasión en la intimidad de las mujeres, a pesar de que la mayoría nunca utiliza los óvulos congelados.
Los algoritmos no se andan con rodeos: han penetrado hasta en los rincones más íntimos de nuestra existencia y, ahora, parecen empeñados en marcar el compás del reloj biológico femenino. Basta con pasar menos de media hora en plataformas como Instagram, Spotify o YouTube para que una mujer de 30 años se vea inundada por una docena de anuncios que sentencian: “Es tiempo de planear. Congela tus óvulos”, “Ahora tienes el poder de parar el tiempo. 55 euros al mes” o, con un toque más emocional, “Congelar también es amor propio”. Una sinfonía publicitaria que suena a urgencia y que, dicho sea de paso, no es precisamente económica: el tratamiento de extracción y congelación de óvulos ronda entre los 2.000 y 5.000 euros, a lo que hay que sumar medicación y unos 500 euros anuales por almacenamiento, con la recomendación tácita de hacerlo antes de los 35 años. ¿Negocio o empoderamiento? El interrogante queda flotando en el aire.
Luisa Ávila, una técnica de voluntariado y comunicación de 28 años, es una de las tantas protagonistas de esta nueva era de “vigilancia” digital. Ella asegura que lleva tres años recibiendo este tipo de mensajes. “Primero empezaron los de donación de óvulos y, recientemente, los de congelación. Van por temporadas, pero siempre vuelven”, cuenta. Lo llamativo es que este bombardeo no se limita a la pantalla personal; se ha infiltrado en el tejido social, convirtiéndose en un tema recurrente en sus charlas con amigas. “Recuerdo que surgió en una charla porque era justo la publicidad de cabecera de algunos pódcast, como Estirando el chicle o Saldremos mejores. Está tan normalizado que te lo encuentras ahí, entre bromas y risas”, comenta, reflejando cómo lo que antes era un asunto estrictamente médico o personal, hoy se debate como un tema más en la agenda cotidiana.
Pero el impacto emocional de esta publicidad es un arma de doble filo, según Ávila. "Donar óvulos te hace sentir joven, válida, como si tu cuerpo sirviera para ayudar a otros a cumplir un deseo". La contracara llega con los anuncios de congelación: "En cambio, cuando empiezan a salirte los de congelar, sientes justo lo contrario: que se te acaba el tiempo, que ya vas tarde. Y ahí tienes que hacer un esfuerzo por decirte que todavía tienes 28 años". Una presión que no distingue de la edad real, sino del algoritmo que ya te etiquetó como "potencialmente tardía".
La ginecóloga Sara López Sánchez, especialista en reproducción asistida en la clínica privada CIRH del grupo Eugin, en Barcelona, reconoce un fenómeno: la mayoría de sus pacientes llegan con la decisión tomada. “Algunas no saben si querrán ser madres o no han encontrado la pareja ideal, pero prefieren tener esa opción”. López valora que las redes hayan dado visibilidad al tema. "Lo importante es informarse bien: la reserva ovárica es finita y no estamos toda la vida pudiendo ser madres", advierte. Sin embargo, su aporte más lúcido llega al diferenciar: la congelación no es una solución definitiva, sino una alternativa. "La verdadera solución sería tener condiciones laborales y económicas que permitan ser madre sin retrasarlo. La ciencia solo nos da un respaldo para decidir más adelante", sentencia, poniendo el dedo en la llaga de un problema estructural disfrazado de elección individual.
El boom de la vitrificación: ¿Elección o presión social?
Las cifras, a veces, gritan más fuerte que cualquier eslogan. Según el grupo privado Dexeus Mujer, referente en obstetricia y medicina reproductiva, la edad media para congelar óvulos por motivos no médicos ha caído de 38 a 35 años entre 2012 y 2023. Pero el dato que estremece es el aumento exponencial: el número de mujeres que opta por esta técnica se ha multiplicado por 75 en una década, pasando de 75 casos en 2012 a 5.677 en 2023, según la Sociedad Española de Fertilidad (SEF). Apenas tres de cada diez veces se hace por motivos puramente médicos. ¿Es esta masificación una consecuencia de una verdadera libertad de elección, o la respuesta a una ansiedad inducida por un sistema que nos empuja a la precariedad y, luego, nos vende la "solución" para eludir sus propias fallas?
En este escenario, la digitalización agrega una capa más de complejidad y, para muchos, de preocupación. Luana Mathias Souto, investigadora del grupo Género de la Universitat Oberta de Catalunya y líder del proyecto Thelma (Reproductive Health Under Algorithm Surveillance), es contundente: “La vigilancia algorítmica aplicada a la salud reproductiva puede utilizarse para influir de forma encubierta en las decisiones de las mujeres, aumentar las desigualdades y vulnerar derechos”. Su estudio concluye que los anuncios "priorizan la lógica comercial frente a la información objetiva", utilizando reclamos seductores como “preservación de la fertilidad” o “tasas de éxito”, sin profundizar en riesgos ni limitaciones. “Estos mensajes persuaden más que informan y trasladan toda la responsabilidad a las mujeres, cuando el problema de fondo es social: la precariedad laboral, la vivienda o la conciliación”, argumenta, desnudando la lógica de un mercado que capitaliza nuestras inquietudes más profundas.
Si uno se asoma a la biblioteca pública de anuncios de Meta, donde se exhiben las campañas activas en sus plataformas, la estrategia queda al descubierto. Los anuncios de vitrificación están dirigidos a mujeres entre 30 y 47 años, mientras que los de donación de ovocitos apuntan a un público más joven, de 18 a 32. Una segmentación que no es casual, sino quirúrgica, diseñada para impactar en cada etapa del ciclo reproductivo femenino con el mensaje más rentable.
Ángel Cuevas, profesor titular del departamento de Ingeniería Telemática de la Universidad Carlos III de Madrid, desmenuza el mecanismo detrás de esta precisión algorítmica. Meta ofrece varias vías para contratar publicidad. La más directa implica crear audiencias personalizadas, donde el anunciante carga datos sensibles (nombre, correo electrónico, teléfono) de al menos mil personas, que luego la plataforma cruza para llegar a esos perfiles o a otros similares. La segunda opción es definir el género, edad, geolocalización y comportamientos, construyendo un perfil de intereses basados en "lo que hacemos en las plataformas, los perfiles que visitamos… Vamos dejando muchas señales y algunas son sobre temas sensibles", explica Cuevas. Y la tercera, más reciente, es dejar que la inteligencia artificial de la plataforma analice el contenido del anuncio y, por su cuenta, encuentre a los posibles "clientes". Una suerte de caza invisible, pero implacable.
¿Control o invasión? El algoritmo que sabe lo que te preocupa
La red social TikTok, con su énfasis en el contenido orgánico, no se queda atrás. Allí, la maquinaria publicitaria se aceita a través de influencers que comparten su "experiencia" de vitrificación, o médicos que muestran su método de trabajo, generando una aparente cercanía que disfraza el impulso comercial. Fernanda Caballero, estudiante de doctorado de 43 años, confiesa que lo que más le molesta no es el contenido en sí, sino la sensación ominosa de vigilancia: “Estos anuncios me generan la impresión de que ya lo saben todo de nosotros: los deseos, las necesidades, los miedos. Es como si te estuvieran espiando”. Y añade, con una punzada de nostalgia por tiempos pasados: “Antes había cosas que eran íntimas, privadas, y ahora parece que hasta lo más personal se usa para venderte algo”.
Ruth Romero, ginecóloga experta en medicina reproductiva del Instituto Bernabéu, un grupo de clínicas privadas especializadas en fertilidad, observa un incremento diario de pacientes jóvenes interesadas en congelar sus óvulos. “La técnica se ha perfeccionado, es segura y eficiente, pero no es una garantía. Hay que hacerlo con buena información y a la edad adecuada, no solo por un impulso creado por la publicidad”, enfatiza, advirtiendo sobre la delgada línea entre información y manipulación. El procedimiento, según la doctora, dura unos 12 días, comenzando con pruebas y analíticas, seguido de un tratamiento hormonal con inyecciones diarias durante diez días, tres visitas de control y, finalmente, la extracción de óvulos mediante una punción vaginal con sedación. Un proceso no menor, que contrasta con la ligereza de los "55 euros al mes" de la publicidad.
Pero el final de esta historia algorítmica y reproductiva es, quizás, el más irónico. La mayoría de las mujeres que invierten tiempo, dinero y emociones en congelar sus óvulos, nunca llegan a utilizarlos. En Europa, solo el 13% recurre a ellos; en Estados Unidos, apenas un 6%. Los óvulos, cuidadosamente preservados en tanques de nitrógeno líquido, suelen permanecer allí. Romero lo explica: “Muchas logran un embarazo espontáneo; otras simplemente no los necesitan. Congelarlos aporta una tranquilidad psicológica, una sensación de control”. Y así, la promesa de "parar el tiempo" se transforma, para la inmensa mayoría, en una costosa póliza de seguro emocional, en una especie de placebo que alivia la ansiedad de un reloj biológico que, curiosamente, los algoritmos se encargan de hacer sonar cada vez más fuerte.