El sector minero argentino ha marcado en su calendario una fecha determinante: febrero de 2026. Durante este mes, el Congreso de la Nación debatirá en sesiones extraordinarias la modificación de la Ley de Glaciares, una pieza legislativa que ya cuenta con dictamen del Senado y cuya resolución definirá el inicio de proyectos de cobre con inversiones estimadas en u$s 14.000 millones.
El dilema entre la protección hídrica y el potencial exportador
El núcleo del debate reside en el artículo 1 de la normativa vigente, que establece los presupuestos mínimos para la protección de glaciares y del ambiente periglacial como reservas estratégicas de recursos hídricos. Desde la Cámara Argentina de Empresarios Mineros (CAEM), su presidente Roberto Cacciola sostiene que la actual redacción posee zonas grises que impiden el desarrollo económico incluso en áreas sin función hídrica real.
“La Ley de Glaciares se excede con el espíritu. En el texto de la ley hay zonas confusas. Cualquier formación que esté en el ambiente glaciar que no tiene ninguna función hídrica, de todas manera podría ser considerado un activo protegido”, señaló Cacciola. Para el sector, es imperativo realizar una nueva lectura que permita la convivencia de la actividad minera con la preservación del agua, evitando interpretaciones que, según los empresarios, han sido utilizadas para asimilar cualquier zona cordillerana con glaciares de gran magnitud como el Perito Moreno.
El cobre como sucesor del oro y la plata
Si bien la minería argentina tiene una trayectoria consolidada en el oro y la plata, estos sectores enfrentan hoy una etapa de producción declinante. Según los expertos, la falta de nuevos proyectos de envergadura responde a la inestabilidad macroeconómica sufrida entre 2010 y 2018, período en el cual los inversores enfrentaron dificultades para el giro de dividendos y trabas a las importaciones.
En este escenario, el cobre surge como la «gran promesa». Argentina no produce cobre actualmente a escala industrial, pero cuenta con siete proyectos de clase mundial listos para iniciar su construcción. San Juan lidera la nómina con cuatro proyectos, seguida por Mendoza, Salta y Catamarca. La puesta en marcha de estas minas permitiría al país alcanzar una producción de 1.200.000 toneladas anuales, posicionando a la Argentina entre el cuarto y quinto lugar del ranking mundial de proveedores.
El impacto del RIGI y la necesidad de infraestructura
La implementación del Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI) ha revitalizado el interés de los principales actores mineros globales, como BHP, Río Tinto, Glencore y Lundin. El esquema ofrece la estabilidad fiscal que la Ley de Inversiones Mineras de 1993 no pudo garantizar debido a incumplimientos estatales posteriores al año 2007. “Si Argentina hubiera cumplido con la Ley de Inversiones Mineras, posiblemente el RIGI no hubiera sido necesario”, afirmó el titular de CAEM.
Más allá del marco legal, el sector advierte sobre un déficit crítico en infraestructura. El desarrollo de los proyectos de cobre demandará una mejora sustancial en rutas nacionales, provisión energética y, fundamentalmente, en el sistema ferroviario. Actualmente, el costo del transporte interno puede superar el valor del flete internacional, lo que resta competitividad a la producción local frente a potencias regionales como Chile.
De concretarse la reforma en febrero, cada uno de los siete proyectos principales podría emplear a unas 7.000 personas de forma directa durante su fase de construcción y mantener una dotación permanente de 2.400 trabajadores durante ciclos de operación que se extienden por 40 o 50 años. El desenlace legislativo determinará si Argentina inicia finalmente su transformación en un actor clave de la transición energética global.
<p>El Congreso Nacional abordará en sesiones extraordinarias de febrero de 2026 la modificación de la Ley de Glaciares, un debate decisivo para el sector minero. La reforma busca destrabar inversiones por 14.000 millones de dólares en proyectos de cobre, principalmente en San Juan. El cambio normativo permitiría a la Argentina posicionarse como el cuarto exportador mundial del mineral, en medio de tensiones por la protección de recursos hídricos.</p>
Resumen generado automáticamente por inteligencia artificial
Bienvenidos a febrero de 2026, el mes en el que el Congreso de la Nación ha decidido que la mejor forma de combatir el calor agobiante es discutir qué tan congelada debe estar una piedra para ser considerada intocable. La reforma de la Ley de Glaciares llega a sesiones extraordinarias con el suspenso de una final de mundo, pero con más presupuesto en juego: unos 14.000 millones de dólares que están esperando que los legisladores decidan si el «ambiente periglacial» es una reserva estratégica de agua o simplemente un lugar muy frío donde los «antimineros» imaginan que hay un Perito Moreno en cada bache de la cordillera. Es la eterna batalla argentina: por un lado, queremos ser potencia exportadora de cobre y codearnos con Chile; por el otro, tratamos a los inversores extranjeros con la misma calidez y estabilidad emocional con la que un adolescente trata a su primer desamor.
Roberto Cacciola, presidente de la Cámara de Mineros, lo explica con la paciencia de quien ha visto pasar más crisis que glaciares: el problema no es el hielo, sino la «creatividad» interpretativa de una ley que parece escrita por alguien que nunca subió más allá del tercer piso de un edificio en Buenos Aires. Mientras tanto, el sector del oro y la plata está en una «franca declinación», no por falta de metal, sino porque Argentina se encargó de «maltratar» a quienes pusieron la plata entre 2010 y 2018. Les prohibimos pagar dividendos, les complicamos las importaciones y les cambiamos las reglas del juego a mitad del partido con la destreza de un carterista en el subte. Ahora, el RIGI aparece como el nuevo «escudo protector», una suerte de contrato de convivencia donde el Estado promete, esta vez de verdad (lo juramos por las reservas del BCRA), que no les va a meter la mano en el bolsillo apenas los camiones de 360 toneladas empiecen a rodar.
Lo más fascinante de esta «Gran Promesa» del cobre es que San Juan tiene cuatro de los siete proyectos listos para arrancar, lo que nos convertiría en el nuevo Congo, pero con mejor vino y menos conflictos armados (siempre que la paritaria docente no se complique). Estamos ante la posibilidad de producir 1,2 millones de toneladas de cobre por año para abastecer la fiebre de las energías limpias y los autos eléctricos, mientras el resto del mundo se pregunta si finalmente dejaremos de ser un país que «cajonea» tratados de integración con Chile desde 1997. Si la ley se modifica, seremos el cuarto exportador mundial; si no, seguiremos siendo los campeones mundiales de la exportación de «potencial desaprovechado», protegiendo rocas secas mientras el tren del desarrollo pasa de largo porque las vías del ferrocarril siguen siendo más un deseo que una infraestructura real.
Contenido humorístico generado por inteligencia artificial
El sector minero argentino ha marcado en su calendario una fecha determinante: febrero de 2026. Durante este mes, el Congreso de la Nación debatirá en sesiones extraordinarias la modificación de la Ley de Glaciares, una pieza legislativa que ya cuenta con dictamen del Senado y cuya resolución definirá el inicio de proyectos de cobre con inversiones estimadas en u$s 14.000 millones.
El dilema entre la protección hídrica y el potencial exportador
El núcleo del debate reside en el artículo 1 de la normativa vigente, que establece los presupuestos mínimos para la protección de glaciares y del ambiente periglacial como reservas estratégicas de recursos hídricos. Desde la Cámara Argentina de Empresarios Mineros (CAEM), su presidente Roberto Cacciola sostiene que la actual redacción posee zonas grises que impiden el desarrollo económico incluso en áreas sin función hídrica real.
“La Ley de Glaciares se excede con el espíritu. En el texto de la ley hay zonas confusas. Cualquier formación que esté en el ambiente glaciar que no tiene ninguna función hídrica, de todas manera podría ser considerado un activo protegido”, señaló Cacciola. Para el sector, es imperativo realizar una nueva lectura que permita la convivencia de la actividad minera con la preservación del agua, evitando interpretaciones que, según los empresarios, han sido utilizadas para asimilar cualquier zona cordillerana con glaciares de gran magnitud como el Perito Moreno.
El cobre como sucesor del oro y la plata
Si bien la minería argentina tiene una trayectoria consolidada en el oro y la plata, estos sectores enfrentan hoy una etapa de producción declinante. Según los expertos, la falta de nuevos proyectos de envergadura responde a la inestabilidad macroeconómica sufrida entre 2010 y 2018, período en el cual los inversores enfrentaron dificultades para el giro de dividendos y trabas a las importaciones.
En este escenario, el cobre surge como la «gran promesa». Argentina no produce cobre actualmente a escala industrial, pero cuenta con siete proyectos de clase mundial listos para iniciar su construcción. San Juan lidera la nómina con cuatro proyectos, seguida por Mendoza, Salta y Catamarca. La puesta en marcha de estas minas permitiría al país alcanzar una producción de 1.200.000 toneladas anuales, posicionando a la Argentina entre el cuarto y quinto lugar del ranking mundial de proveedores.
El impacto del RIGI y la necesidad de infraestructura
La implementación del Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI) ha revitalizado el interés de los principales actores mineros globales, como BHP, Río Tinto, Glencore y Lundin. El esquema ofrece la estabilidad fiscal que la Ley de Inversiones Mineras de 1993 no pudo garantizar debido a incumplimientos estatales posteriores al año 2007. “Si Argentina hubiera cumplido con la Ley de Inversiones Mineras, posiblemente el RIGI no hubiera sido necesario”, afirmó el titular de CAEM.
Más allá del marco legal, el sector advierte sobre un déficit crítico en infraestructura. El desarrollo de los proyectos de cobre demandará una mejora sustancial en rutas nacionales, provisión energética y, fundamentalmente, en el sistema ferroviario. Actualmente, el costo del transporte interno puede superar el valor del flete internacional, lo que resta competitividad a la producción local frente a potencias regionales como Chile.
De concretarse la reforma en febrero, cada uno de los siete proyectos principales podría emplear a unas 7.000 personas de forma directa durante su fase de construcción y mantener una dotación permanente de 2.400 trabajadores durante ciclos de operación que se extienden por 40 o 50 años. El desenlace legislativo determinará si Argentina inicia finalmente su transformación en un actor clave de la transición energética global.
Bienvenidos a febrero de 2026, el mes en el que el Congreso de la Nación ha decidido que la mejor forma de combatir el calor agobiante es discutir qué tan congelada debe estar una piedra para ser considerada intocable. La reforma de la Ley de Glaciares llega a sesiones extraordinarias con el suspenso de una final de mundo, pero con más presupuesto en juego: unos 14.000 millones de dólares que están esperando que los legisladores decidan si el «ambiente periglacial» es una reserva estratégica de agua o simplemente un lugar muy frío donde los «antimineros» imaginan que hay un Perito Moreno en cada bache de la cordillera. Es la eterna batalla argentina: por un lado, queremos ser potencia exportadora de cobre y codearnos con Chile; por el otro, tratamos a los inversores extranjeros con la misma calidez y estabilidad emocional con la que un adolescente trata a su primer desamor.
Roberto Cacciola, presidente de la Cámara de Mineros, lo explica con la paciencia de quien ha visto pasar más crisis que glaciares: el problema no es el hielo, sino la «creatividad» interpretativa de una ley que parece escrita por alguien que nunca subió más allá del tercer piso de un edificio en Buenos Aires. Mientras tanto, el sector del oro y la plata está en una «franca declinación», no por falta de metal, sino porque Argentina se encargó de «maltratar» a quienes pusieron la plata entre 2010 y 2018. Les prohibimos pagar dividendos, les complicamos las importaciones y les cambiamos las reglas del juego a mitad del partido con la destreza de un carterista en el subte. Ahora, el RIGI aparece como el nuevo «escudo protector», una suerte de contrato de convivencia donde el Estado promete, esta vez de verdad (lo juramos por las reservas del BCRA), que no les va a meter la mano en el bolsillo apenas los camiones de 360 toneladas empiecen a rodar.
Lo más fascinante de esta «Gran Promesa» del cobre es que San Juan tiene cuatro de los siete proyectos listos para arrancar, lo que nos convertiría en el nuevo Congo, pero con mejor vino y menos conflictos armados (siempre que la paritaria docente no se complique). Estamos ante la posibilidad de producir 1,2 millones de toneladas de cobre por año para abastecer la fiebre de las energías limpias y los autos eléctricos, mientras el resto del mundo se pregunta si finalmente dejaremos de ser un país que «cajonea» tratados de integración con Chile desde 1997. Si la ley se modifica, seremos el cuarto exportador mundial; si no, seguiremos siendo los campeones mundiales de la exportación de «potencial desaprovechado», protegiendo rocas secas mientras el tren del desarrollo pasa de largo porque las vías del ferrocarril siguen siendo más un deseo que una infraestructura real.