Un fantasma recorre las calles de Buenos Aires: el de las persianas bajas. La Ciudad enfrenta una de sus peores crisis comerciales de la última década, con un aumento interanual del 40% en la cantidad de locales inactivos durante el bimestre mayo-junio de 2025, según el último informe de la Cámara Argentina de Comercio y Servicios (CAC). Este dato, que representa un incremento del 12,3% respecto al bimestre anterior, pone en cifras una realidad que los porteños constatan a diario: vidrieras vacías, carteles de «se alquila» y una sensación de desolación en zonas que hasta hace poco bullían de actividad.
El relevamiento de la CAC, que abarcó las principales arterias comerciales de la capital, detectó un total de 238 locales sin actividad, ya sea en alquiler, venta o simplemente cerrados. La situación es especialmente crítica en avenidas como Córdoba, Rivadavia y la peatonal Florida, tradicional termómetro del consumo.
Preocupación empresarial y números alarmantes
Desde las cámaras empresariales, la voz de alerta es unánime. “Estamos ante un panorama de extrema gravedad”, sentenció un vocero de la Federación de Comercio e Industria de la Ciudad de Buenos Aires (FECOBA), quien atribuyó la debacle a una «tormenta perfecta» de factores: inflación persistente, caída abrupta del consumo, costos de alquiler exorbitantes y una presión tributaria que asfixia al pequeño y mediano comerciante.
Datos de la Dirección General de Estadística y Censos de la Ciudad, correspondientes al primer cuatrimestre de 2025, ya anticipaban la tendencia, con una tasa de desocupación de locales comerciales del 9,7%, lo que equivale a más de 1.500 locales vacíos en el distrito.
Historias detrás de las persianas bajas
Detrás de cada cierre hay una historia personal. Aunque los datos macroeconómicos son fríos, los testimonios de comerciantes que debieron cerrar sus puertas reflejan el impacto humano de la crisis. “Me rindo, no puedo con la inflación”, confesaba a principios de año el dueño de un minimercado en Villa Devoto, una frase que resume el sentir de muchos. “Comprás caro y cada vez vendés menos. La inflación me comió la ganancia, el capital, el almacén está prácticamente vacío, es insostenible”, relataba entre lágrimas.
Desde tiendas de indumentaria hasta pequeños restaurantes, la situación se repite. “Mantener un local es cada vez más difícil. O subís precios, o vendés online, o cerrás”, resumió un comerciante de Villa Crespo consultado por la CAC.
El microcentro, zona cero de la desolación comercial
El microcentro porteño, antiguo corazón financiero y comercial, es hoy la zona más afectada, con hasta tres locales desocupados por cuadra. El cambio de hábitos post-pandemia y el teletrabajo vaciaron las oficinas, y con ellas, desapareció la clientela. “No hay turismo, no hay oficinas: nadie factura. San Telmo, avenida Corrientes, Lavalle, avenida de Mayo, Florida, son lugares donde parece que hubiesen tirado una bomba”, graficaba un directivo de FECOBA.
Factores que explican la debacle
Economistas consultados coinciden en que la inflación sostenida y paritarias rezagadas han pulverizado el poder adquisitivo. El consumo, principal motor del comercio, se encuentra en mínimos históricos.
A esto se suma el auge del comercio electrónico, que se potenció con la pandemia y compite ferozmente con el comercio físico. A diferencia de una tienda online, un local a la calle debe enfrentar costos fijos muy altos, siendo los alquileres comerciales el factor más crítico. Según plataformas inmobiliarias, alquilar un local en zonas transitadas puede costar entre 2.000 y 13.000 dólares mensuales, cifras inalcanzables para muchos emprendedores.
Mientras las grandes cadenas y los shoppings también acusan el golpe, el comercio barrial es el más golpeado. Sin respaldo financiero ni margen de maniobra, muchas familias se ven obligadas a abandonar años de trabajo y esfuerzo.
El horizonte es incierto. Con comerciantes mirando con preocupación sus números y cámaras empresariales reclamando medidas de alivio fiscal y estímulo al consumo, las persianas bajas se multiplican como una señal silente, pero contundente, de que la crisis no es un titular: es una realidad diaria.