El snack “Peronachos” irrumpió en el mercado argentino con una propuesta tan curiosa como provocadora: papas sabor choripán, con estética justicialista y un precio más alto que muchos cortes de carne. Lejos de ser una simple excentricidad, el producto se convirtió en fenómeno cultural y disparador de una sátira sobre el merchandising político y el consumo simbólico.
Una estética militante que se vuelve mercancía
El autor Javier Boher reflexiona con ironía sobre cómo el kirchnerismo convirtió al peronismo en una estética vacía de contenido, con productos orientados a una clase media que disfruta de simular lo popular desde el consumo. Desde bombachas con la cara de Kicillof hasta mates con la cabeza de Néstor, el fenómeno lleva más de una década construyendo una narrativa donde la ideología se empaca y se vende.
De la ley de oferta y demanda al fetiche del choripán
Los Peronachos salieron al mercado a $1.000, pero en cuestión de días su valor se disparó hasta los $2.000 por 72 gramos, con un precio por kilo que llegó a superar los $27.000, por encima del matambre, la entraña o la molleja. “Es más barato comer cerdo que Peronachos”, ironiza el autor, señalando la contradicción entre el discurso militante y el consumo elitista de un producto que remite a lo popular.
¿Y si cada partido fuese un snack?
En un ejercicio de sátira política, Boher imagina cómo serían los snacks de otras fuerzas:
- Radicales: bocaditos de arroz sin gusto, que se comen en nichos porque “son más saludables”.
- Izquierda: papitas fritas “naturales” pero que desaparecen rápido, como sus listas internas.
- PRO: chizitos clásicos, con múltiples marcas, pero sin igualar el sabor del original (Macri).
- Libertarios: snacks picantes incomibles, con packaging tan radical que asusta a los propios.
- Peronismo racional/federal: palitos salados, insulsos pero nostálgicos, como fideos fritos del pasado.
El peronismo kirchnerista, por supuesto, se queda con los Peronachos: un snack con muchos octógonos negros en el envase y un sabor que no se justifica ni en Córdoba. “No saben si largar el de Cristina porque no tiene gusto definido”, remata con acidez.
El negocio de lo simbólico
Más allá del humor, el análisis concluye con una verdad incómoda: el mercado siempre triunfa. Ya sea vendiendo choripanes en una marcha o papas en una góndola, el consumo atraviesa la política, y todo puede ser objeto de marketing. Incluso Perón.
El fenómeno de los 'Peronachos', un snack sabor choripán con estética justicialista, desató un análisis ácido sobre el merchandising político en Argentina. Con un precio que supera al kilo de carne, el producto se convirtió en objeto de deseo y sátira. La discusión va más allá del gusto: ¿qué snack representaría mejor a cada partido político? Una reflexión entre la góndola y la urna.
Resumen generado automáticamente por inteligencia artificial
Contenido humorístico generado por inteligencia artificial
El snack “Peronachos” irrumpió en el mercado argentino con una propuesta tan curiosa como provocadora: papas sabor choripán, con estética justicialista y un precio más alto que muchos cortes de carne. Lejos de ser una simple excentricidad, el producto se convirtió en fenómeno cultural y disparador de una sátira sobre el merchandising político y el consumo simbólico.
Una estética militante que se vuelve mercancía
El autor Javier Boher reflexiona con ironía sobre cómo el kirchnerismo convirtió al peronismo en una estética vacía de contenido, con productos orientados a una clase media que disfruta de simular lo popular desde el consumo. Desde bombachas con la cara de Kicillof hasta mates con la cabeza de Néstor, el fenómeno lleva más de una década construyendo una narrativa donde la ideología se empaca y se vende.
De la ley de oferta y demanda al fetiche del choripán
Los Peronachos salieron al mercado a $1.000, pero en cuestión de días su valor se disparó hasta los $2.000 por 72 gramos, con un precio por kilo que llegó a superar los $27.000, por encima del matambre, la entraña o la molleja. “Es más barato comer cerdo que Peronachos”, ironiza el autor, señalando la contradicción entre el discurso militante y el consumo elitista de un producto que remite a lo popular.
¿Y si cada partido fuese un snack?
En un ejercicio de sátira política, Boher imagina cómo serían los snacks de otras fuerzas:
- Radicales: bocaditos de arroz sin gusto, que se comen en nichos porque “son más saludables”.
- Izquierda: papitas fritas “naturales” pero que desaparecen rápido, como sus listas internas.
- PRO: chizitos clásicos, con múltiples marcas, pero sin igualar el sabor del original (Macri).
- Libertarios: snacks picantes incomibles, con packaging tan radical que asusta a los propios.
- Peronismo racional/federal: palitos salados, insulsos pero nostálgicos, como fideos fritos del pasado.
El peronismo kirchnerista, por supuesto, se queda con los Peronachos: un snack con muchos octógonos negros en el envase y un sabor que no se justifica ni en Córdoba. “No saben si largar el de Cristina porque no tiene gusto definido”, remata con acidez.
El negocio de lo simbólico
Más allá del humor, el análisis concluye con una verdad incómoda: el mercado siempre triunfa. Ya sea vendiendo choripanes en una marcha o papas en una góndola, el consumo atraviesa la política, y todo puede ser objeto de marketing. Incluso Perón.