El conflicto gremial en el sector aeronáutico ha escalado nuevamente, poniendo en jaque la conectividad del país en uno de los meses de mayor movimiento turístico y familiar. A diferencia de medidas anteriores protagonizadas por pilotos o tripulantes de cabina, esta vez el foco de la tensión se ubica en las torres de control: quienes paran no son empleados de las aerolíneas, sino los controladores aéreos nucleados en ATEPSA (Asociación Técnicos y Empleados de Protección y Seguridad a la Aeronavegación).
El reclamo apunta directamente contra la Empresa Argentina de Navegación Aérea (EANA), la compañía estatal que posee el monopolio del control del tráfico aéreo en el país. El sindicato exige una recomposición salarial urgente en paritarias, además de denunciar condiciones operativas deficientes y una alarmante falta de personal para cubrir los puestos clave de seguridad.
El cronograma del caos: cuándo no se vuela
ATEPSA ha diseñado un esquema de «medidas legítimas de acción sindical» quirúrgico, interrumpiendo los despegues en franjas horarias específicas que prometen generar un efecto dominó de demoras y cancelaciones. El calendario de protestas para lo que resta de diciembre es el siguiente:
- Miércoles 17 de diciembre: De 08:00 a 11:00 hs (Afectó vuelos nacionales).
- Jueves 18 de diciembre: De 16:00 a 19:00 hs (Impacto en vuelos nacionales).
- Martes 23 de diciembre: De 19:00 a 23:00 hs (Afecta a toda la aviación, en la previa crítica de Navidad).
- Sábado 27 de diciembre: De 14:00 a 17:00 hs (Foco en vuelos internacionales).
- Lunes 29 de diciembre: De 08:00 a 11:00 hs (Paro total en todas las terminales).
Es importante destacar que, durante estas ventanas de inactividad, el gremio solo garantizará las guardias mínimas para vuelos esenciales: sanitarios, humanitarios, de Estado, tareas de búsqueda y salvamento, y emergencias en vuelo.
«Cielos Abiertos» con torres cerradas
El impacto de la medida golpea de lleno al sector privado, generando una contradicción operativa en medio de la política de desregulación impulsada por el Gobierno nacional. Aunque aerolíneas como Flybondi y JetSmart no tienen conflicto con sus propios empleados, dependen al 100% de la autorización de EANA para operar. Esto ha obligado a las compañías «low cost» a cancelar servicios, reprogramar horarios para esquivar las franjas de paro e incluso trasladar operaciones a aeropuertos alternativos como Ezeiza.
La situación también afecta a la aviación ejecutiva. Los propietarios de aviones privados se encuentran imposibilitados de presentar planes de vuelo o recibir autorización de despegue durante las horas de huelga. Este escenario expone el «cuello de botella» del sistema: mientras se avanza en la desregulación de servicios como el de rampas (permitiendo la entrada de nuevos actores privados), el control del tráfico aéreo sigue centralizado en una única empresa estatal. Si la torre para, todo el ecosistema de «Cielos Abiertos», tanto público como privado, queda inoperable en tierra.
<p>La Asociación Técnicos y Empleados de Protección y Seguridad a la Aeronavegación (ATEPSA) inició un plan de lucha con paros rotativos que afectan la operación aérea en todo el país durante diciembre. El conflicto salarial con la empresa estatal EANA impacta directamente en aerolíneas privadas y vuelos ejecutivos, obligando a reprogramaciones masivas en vísperas de las fiestas, garantizándose únicamente los vuelos sanitarios y de emergencia.</p>
Resumen generado automáticamente por inteligencia artificial
Si alguien pensaba que la adrenalina de diciembre se limitaba a esquivar las ofertas engañosas del shopping a último momento o a sobrevivir a la discusión política con el tío borracho en la mesa de Navidad, los muchachos de la torre de control decidieron subir la apuesta. Resulta que la política de «Cielos Abiertos» del Gobierno se encontró con un pequeño, casi imperceptible detalle técnico: la «Puerta Giratoria Cerrada» de los controladores aéreos. Es esa maravillosa paradoja argentina donde podés tener la aerolínea más moderna, el handling desregulado y hasta a Elon Musk queriendo poner una base en Ezeiza, pero si el señor que mira el radar decide que su sueldo perdió contra la inflación (spoiler: como el de todos), tu avión se queda en tierra firme, transformándose en el colectivo más caro y estático del mundo.
Lo tragicómico del asunto es ver a los pasajeros de las «Low Cost» tratando de entender por qué, si pagaron un pasaje más barato que una pizza grande de muzzarella, ahora tienen que acampar en el hall del aeropuerto. Y ahí es donde la narrativa libertaria choca contra la pared de hormigón del monopolio estatal: podés desregular las rampas, podés echar a los de Intercargo, pero al final del día, el que te da la luz verde para despegar sigue siendo un empleado público con un chaleco de EANA y un cronograma de paros en la mano. Es como liberar el precio de la nafta pero que el único playero de la ciudad decida irse a tomar mate justo cuando llegás con el tanque en reserva.
Para colmo, el calendario de huelgas parece diseñado por el Grinch con un posgrado en logística aeroportuaria. Elegir el 23 de diciembre para cortar los vuelos es de una maldad poética sublime, asegurándose de que miles de argentinos pasen la víspera de Navidad comiendo sándwiches de miga vencidos en Aeroparque en lugar de vitel toné con la familia. Mientras tanto, los dueños de aviones privados, esos que pensaban que su riqueza los blindaba de los problemas de la plebe, descubren con horror que sus jets ejecutivos también necesitan permiso para volar. Bienvenidos al comunismo del espacio aéreo, muchachos: acá, sin la torre, no despega ni el Espíritu Santo.
Contenido humorístico generado por inteligencia artificial
El conflicto gremial en el sector aeronáutico ha escalado nuevamente, poniendo en jaque la conectividad del país en uno de los meses de mayor movimiento turístico y familiar. A diferencia de medidas anteriores protagonizadas por pilotos o tripulantes de cabina, esta vez el foco de la tensión se ubica en las torres de control: quienes paran no son empleados de las aerolíneas, sino los controladores aéreos nucleados en ATEPSA (Asociación Técnicos y Empleados de Protección y Seguridad a la Aeronavegación).
El reclamo apunta directamente contra la Empresa Argentina de Navegación Aérea (EANA), la compañía estatal que posee el monopolio del control del tráfico aéreo en el país. El sindicato exige una recomposición salarial urgente en paritarias, además de denunciar condiciones operativas deficientes y una alarmante falta de personal para cubrir los puestos clave de seguridad.
El cronograma del caos: cuándo no se vuela
ATEPSA ha diseñado un esquema de «medidas legítimas de acción sindical» quirúrgico, interrumpiendo los despegues en franjas horarias específicas que prometen generar un efecto dominó de demoras y cancelaciones. El calendario de protestas para lo que resta de diciembre es el siguiente:
- Miércoles 17 de diciembre: De 08:00 a 11:00 hs (Afectó vuelos nacionales).
- Jueves 18 de diciembre: De 16:00 a 19:00 hs (Impacto en vuelos nacionales).
- Martes 23 de diciembre: De 19:00 a 23:00 hs (Afecta a toda la aviación, en la previa crítica de Navidad).
- Sábado 27 de diciembre: De 14:00 a 17:00 hs (Foco en vuelos internacionales).
- Lunes 29 de diciembre: De 08:00 a 11:00 hs (Paro total en todas las terminales).
Es importante destacar que, durante estas ventanas de inactividad, el gremio solo garantizará las guardias mínimas para vuelos esenciales: sanitarios, humanitarios, de Estado, tareas de búsqueda y salvamento, y emergencias en vuelo.
«Cielos Abiertos» con torres cerradas
El impacto de la medida golpea de lleno al sector privado, generando una contradicción operativa en medio de la política de desregulación impulsada por el Gobierno nacional. Aunque aerolíneas como Flybondi y JetSmart no tienen conflicto con sus propios empleados, dependen al 100% de la autorización de EANA para operar. Esto ha obligado a las compañías «low cost» a cancelar servicios, reprogramar horarios para esquivar las franjas de paro e incluso trasladar operaciones a aeropuertos alternativos como Ezeiza.
La situación también afecta a la aviación ejecutiva. Los propietarios de aviones privados se encuentran imposibilitados de presentar planes de vuelo o recibir autorización de despegue durante las horas de huelga. Este escenario expone el «cuello de botella» del sistema: mientras se avanza en la desregulación de servicios como el de rampas (permitiendo la entrada de nuevos actores privados), el control del tráfico aéreo sigue centralizado en una única empresa estatal. Si la torre para, todo el ecosistema de «Cielos Abiertos», tanto público como privado, queda inoperable en tierra.
Si alguien pensaba que la adrenalina de diciembre se limitaba a esquivar las ofertas engañosas del shopping a último momento o a sobrevivir a la discusión política con el tío borracho en la mesa de Navidad, los muchachos de la torre de control decidieron subir la apuesta. Resulta que la política de «Cielos Abiertos» del Gobierno se encontró con un pequeño, casi imperceptible detalle técnico: la «Puerta Giratoria Cerrada» de los controladores aéreos. Es esa maravillosa paradoja argentina donde podés tener la aerolínea más moderna, el handling desregulado y hasta a Elon Musk queriendo poner una base en Ezeiza, pero si el señor que mira el radar decide que su sueldo perdió contra la inflación (spoiler: como el de todos), tu avión se queda en tierra firme, transformándose en el colectivo más caro y estático del mundo.
Lo tragicómico del asunto es ver a los pasajeros de las «Low Cost» tratando de entender por qué, si pagaron un pasaje más barato que una pizza grande de muzzarella, ahora tienen que acampar en el hall del aeropuerto. Y ahí es donde la narrativa libertaria choca contra la pared de hormigón del monopolio estatal: podés desregular las rampas, podés echar a los de Intercargo, pero al final del día, el que te da la luz verde para despegar sigue siendo un empleado público con un chaleco de EANA y un cronograma de paros en la mano. Es como liberar el precio de la nafta pero que el único playero de la ciudad decida irse a tomar mate justo cuando llegás con el tanque en reserva.
Para colmo, el calendario de huelgas parece diseñado por el Grinch con un posgrado en logística aeroportuaria. Elegir el 23 de diciembre para cortar los vuelos es de una maldad poética sublime, asegurándose de que miles de argentinos pasen la víspera de Navidad comiendo sándwiches de miga vencidos en Aeroparque en lugar de vitel toné con la familia. Mientras tanto, los dueños de aviones privados, esos que pensaban que su riqueza los blindaba de los problemas de la plebe, descubren con horror que sus jets ejecutivos también necesitan permiso para volar. Bienvenidos al comunismo del espacio aéreo, muchachos: acá, sin la torre, no despega ni el Espíritu Santo.