En el marco de una nueva transmisión conjunta entre el CONICET y el Schmidt Ocean Institute, un grupo de científicos argentinos se vio sorprendido por un inesperado descubrimiento en las profundidades del Mar Argentino: un viejo casete VHS apareció depositado en el lecho marino, convertido en un improvisado soporte de vida. El hallazgo dio cuenta de manera gráfica y contundente del alcance del impacto humano en la naturaleza, incluso en zonas remotas.
Este suceso se produjo durante la continuidad del proyecto “Vida en los extremos”, una expedición científica de alta complejidad que es transmitida en vivo desde grandes profundidades. La misión, liderada por el organismo científico nacional junto a socios internacionales, comenzó sus operaciones el pasado 14 de diciembre y tiene previsto extenderse hasta el 10 de enero de 2026.
Un residuo tecnológico integrado al ecosistema
La escena fue captada durante una inmersión a miles de metros bajo la superficie. Mientras el equipo de investigadores analizaba la biodiversidad y las características geológicas del fondo oceánico, las cámaras de alta definición enfocaron una cinta de video VHS. El objeto era claramente reconocible a pesar del paso del tiempo y de estar sometido a las condiciones extremas de presión y salinidad del entorno.
Más allá del asombro inicial por encontrar un residuo tecnológico obsoleto en un punto tan inaccesible del océano, lo que terminó de captar la atención de los expertos fue que el casete formaba parte activa del ecosistema: una estrella de mar se había adherido firmemente a su superficie, utilizándolo como sustrato.
El episodio, que pudo verse en el stream oficial, puso en primer plano la problemática de la persistencia de la contaminación humana. La presencia de plásticos y desechos electrónicos ha llegado a regiones que, durante décadas, se consideraron prístinas e inaccesibles para la actividad del hombre.
Detalles de la misión «Vida en los extremos»
Desde el 14 de diciembre, el CONICET, la Universidad de Buenos Aires (UBA) y el Schmidt Ocean Institute llevan adelante la transmisión en vivo de la expedición “Vida en los extremos”. La campaña científica se desarrolla a bordo del buque de investigación RV Falkor (too), una embarcación de vanguardia equipada con tecnología robótica para la exploración submarina.
Esta iniciativa permite a la comunidad global seguir en tiempo real las exploraciones, escuchar los intercambios técnicos entre los científicos y ser testigos de los hallazgos —tanto biológicos como antrópicos— que surgen desde el fondo del Atlántico Sur, aportando datos clave para la conservación marina.
<p>Científicos del CONICET y el Schmidt Ocean Institute realizaron un sorprendente hallazgo en el Mar Argentino durante la expedición “Vida en los extremos”: un casete VHS en el fondo del océano, el cual servía de soporte para una estrella de mar. El descubrimiento, transmitido en vivo desde el buque RV Falkor (too), evidencia la persistencia de la contaminación humana en ecosistemas profundos. La misión científica continuará operando hasta el 10 de enero de 2026.</p>
Resumen generado automáticamente por inteligencia artificial
Cuando uno imagina los misterios del fondo del mar, piensa en calamares gigantes, tesoros piratas o la dignidad perdida de algún funcionario, pero jamás en la posibilidad de encontrarse con una copia de «Terminator 2» juntando moho a miles de metros de profundidad. El hallazgo del CONICET confirma dos cosas: primero, que la basura humana llega más lejos que nuestras aspiraciones salariales; y segundo, que algún desalmado en los años 90 prefirió tirar la cinta al Atlántico antes que pagar el recargo por no rebobinarla. Porque seamos honestos, ese VHS no llegó ahí por arte de magia; es la evidencia de un crimen contra un videoclub de barrio que cerró esperando esa devolución.
Lo maravilloso de la escena es la estrella de mar adherida al plástico, en una demostración de adaptación darwiniana que emociona y da risa. El bicho está ahí, abrazado al casete, quizás esperando que alguien baje con una videocasetera de cuatro cabezales para ver si es la comunión de la prima Marta o una película de acción de bajo presupuesto grabada de la tele con las publicidades incluidas. Es la imagen perfecta de la nostalgia tóxica: la fauna marina colonizando nuestra chatarra obsoleta mientras nosotros seguimos generando residuos digitales en la superficie. Si la estrella pudiera hablar, seguro preguntaría dónde está el control de tracking para mejorar la imagen.
Ahora bien, la pregunta que desvela a la comunidad científica (y a nosotros, que no tenemos nada mejor que hacer) es calcular los intereses punitorios de esa devolución tardía. Si aplicamos la inflación acumulada desde 1998 hasta este 2025, la deuda de ese socio moroso podría pagar tranquilamente la deuda externa o financiar tres campañas antárticas completas. Al final del día, el mar nos devuelve lo que somos: una civilización capaz de mandar robots al abismo solo para descubrir que ya habíamos estado ahí antes para tirar basura. Ojalá la próxima expedición encuentre el control remoto que perdimos en el 86.
Contenido humorístico generado por inteligencia artificial
En el marco de una nueva transmisión conjunta entre el CONICET y el Schmidt Ocean Institute, un grupo de científicos argentinos se vio sorprendido por un inesperado descubrimiento en las profundidades del Mar Argentino: un viejo casete VHS apareció depositado en el lecho marino, convertido en un improvisado soporte de vida. El hallazgo dio cuenta de manera gráfica y contundente del alcance del impacto humano en la naturaleza, incluso en zonas remotas.
Este suceso se produjo durante la continuidad del proyecto “Vida en los extremos”, una expedición científica de alta complejidad que es transmitida en vivo desde grandes profundidades. La misión, liderada por el organismo científico nacional junto a socios internacionales, comenzó sus operaciones el pasado 14 de diciembre y tiene previsto extenderse hasta el 10 de enero de 2026.
Un residuo tecnológico integrado al ecosistema
La escena fue captada durante una inmersión a miles de metros bajo la superficie. Mientras el equipo de investigadores analizaba la biodiversidad y las características geológicas del fondo oceánico, las cámaras de alta definición enfocaron una cinta de video VHS. El objeto era claramente reconocible a pesar del paso del tiempo y de estar sometido a las condiciones extremas de presión y salinidad del entorno.
Más allá del asombro inicial por encontrar un residuo tecnológico obsoleto en un punto tan inaccesible del océano, lo que terminó de captar la atención de los expertos fue que el casete formaba parte activa del ecosistema: una estrella de mar se había adherido firmemente a su superficie, utilizándolo como sustrato.
El episodio, que pudo verse en el stream oficial, puso en primer plano la problemática de la persistencia de la contaminación humana. La presencia de plásticos y desechos electrónicos ha llegado a regiones que, durante décadas, se consideraron prístinas e inaccesibles para la actividad del hombre.
Detalles de la misión «Vida en los extremos»
Desde el 14 de diciembre, el CONICET, la Universidad de Buenos Aires (UBA) y el Schmidt Ocean Institute llevan adelante la transmisión en vivo de la expedición “Vida en los extremos”. La campaña científica se desarrolla a bordo del buque de investigación RV Falkor (too), una embarcación de vanguardia equipada con tecnología robótica para la exploración submarina.
Esta iniciativa permite a la comunidad global seguir en tiempo real las exploraciones, escuchar los intercambios técnicos entre los científicos y ser testigos de los hallazgos —tanto biológicos como antrópicos— que surgen desde el fondo del Atlántico Sur, aportando datos clave para la conservación marina.
Cuando uno imagina los misterios del fondo del mar, piensa en calamares gigantes, tesoros piratas o la dignidad perdida de algún funcionario, pero jamás en la posibilidad de encontrarse con una copia de «Terminator 2» juntando moho a miles de metros de profundidad. El hallazgo del CONICET confirma dos cosas: primero, que la basura humana llega más lejos que nuestras aspiraciones salariales; y segundo, que algún desalmado en los años 90 prefirió tirar la cinta al Atlántico antes que pagar el recargo por no rebobinarla. Porque seamos honestos, ese VHS no llegó ahí por arte de magia; es la evidencia de un crimen contra un videoclub de barrio que cerró esperando esa devolución.
Lo maravilloso de la escena es la estrella de mar adherida al plástico, en una demostración de adaptación darwiniana que emociona y da risa. El bicho está ahí, abrazado al casete, quizás esperando que alguien baje con una videocasetera de cuatro cabezales para ver si es la comunión de la prima Marta o una película de acción de bajo presupuesto grabada de la tele con las publicidades incluidas. Es la imagen perfecta de la nostalgia tóxica: la fauna marina colonizando nuestra chatarra obsoleta mientras nosotros seguimos generando residuos digitales en la superficie. Si la estrella pudiera hablar, seguro preguntaría dónde está el control de tracking para mejorar la imagen.
Ahora bien, la pregunta que desvela a la comunidad científica (y a nosotros, que no tenemos nada mejor que hacer) es calcular los intereses punitorios de esa devolución tardía. Si aplicamos la inflación acumulada desde 1998 hasta este 2025, la deuda de ese socio moroso podría pagar tranquilamente la deuda externa o financiar tres campañas antárticas completas. Al final del día, el mar nos devuelve lo que somos: una civilización capaz de mandar robots al abismo solo para descubrir que ya habíamos estado ahí antes para tirar basura. Ojalá la próxima expedición encuentre el control remoto que perdimos en el 86.