La administración del presidente Javier Milei y el ministro de Economía Luis Caputo ha decidido poner fin a meses de resistencia y ejecutar una modificación sustancial en el esquema monetario y cambiario. Esta decisión, que marca un giro de 180 grados respecto a la postura sostenida desde abril —cuando las autoridades llegaban a calificar de «mandriles» y de «no entender nada» a quienes sugerían cambios—, responde a una urgencia financiera ineludible: la Argentina se encuentra a escasos 25 días de tener que afrontar pagos por US$ 4.300 millones.
Este vencimiento corresponde a los cupones y la amortización de capital de los Bonares y Globales, títulos heredados de la reestructuración de deuda realizada por el exministro Martín Guzmán en agosto de 2020. La necesidad de evitar un default técnico ha forzado al equipo económico a pragmatizar su estrategia.
El fin del ancla rígida y la realidad inflacionaria
Desde el inicio de la gestión, la estrategia se basó en utilizar al dólar como ancla para forzar una baja acelerada de la inflación. El plan de estabilización original proyectaba llevar el Índice de Precios al Consumidor (IPC) por debajo del 1% mensual hacia el período de mayo-julio de 2026. Sin embargo, la dinámica de los precios mostró otra realidad.
A partir de abril de este año, aunque el techo de la banda cambiaria subía a un ritmo del 1% mensual, la inflación comenzó a escalar lentamente, pasando del 1,5% mensual en mayo hasta alcanzar el 2,5% mensual en noviembre. Esta disparidad provocó que todos los tipos de cambio se movieran muy cerca del techo de la banda, generando un atraso cambiario que le impedía al Banco Central (BCRA) comprar reservas de manera genuina.
El detonante: una licitación que no fue
El cambio hacia un esquema más flexible no es casualidad, sino consecuencia directa de un revés en los mercados. La semana pasada, el Gobierno intentó una colocación de deuda en dólares, algo inédito desde enero de 2018. Las expectativas oficiales eran altas: estaban convencidos de recibir ofertas por más de US$ 4.000 millones para colocar un nuevo Bonar AN29 (con cupón del 6,5% anual) a una tasa inferior al 9%.
No obstante, la realidad fue contundente. «La oferta fue de apenas US$ 1.400 millones y para tomar US$ 910 millones (ya que el papel fue colocado bajo la par) se terminó pagando 9,26% anual». Este resultado obligó al titular del BCRA, Santiago Bausili, a comunicar este lunes las nuevas medidas, buscando juntar los dólares necesarios para el pago del 9 de enero. Inmediatamente, los anuncios fueron felicitados por Julie Kozack, vocera del Fondo Monetario Internacional (FMI).
La reacción del mercado y la explicación oficial
En su anuncio, Bausili intentó presentar el cambio de rumbo como una medida «estudiada con mucha anticipación» y positiva, argumentando que tras el triunfo electoral del oficialismo, la demanda de dólares por parte de la población se había frenado. El BCRA informó que la compra de dólares por personas físicas cayó de US$ 6.890 millones en septiembre a US$ 1.100 millones en noviembre.
La respuesta del mercado financiero fue mixta pero evidente. Aunque los anuncios se oficializaron tras el cierre, los rumores previos generaron un escenario donde los dólares financieros mostraron un aumento sensible y el dólar blue dio un salto más importante. En contraste, el BCRA logró aprovechar la jornada para sumar reservas por US$ 332 millones gracias a la intervención del Tesoro, mientras los bonos subieron y los ADR argentinos cotizaron en verde en Wall Street.
<p>El gobierno de Javier Milei y el ministro Luis Caputo implementaron un giro drástico en la política cambiaria, abandonando la resistencia a flexibilizar el esquema ante la inminencia de pagos de deuda por <strong>US$ 4.300 millones</strong> en enero. La medida, precipitada por una licitación de bonos por debajo de las expectativas y el repunte inflacionario, busca acumular reservas y evitar un default técnico, recibiendo el visto bueno inmediato del <strong>FMI</strong>.</p>
Resumen generado automáticamente por inteligencia artificial
Al final, parece que la teoría económica de la «casta» tenía un capítulo que se saltaron en la lectura rápida de los manuales austríacos, o quizás es que la realidad tiene esa mala costumbre de no ajustar sus números a los deseos expresados en la red social X. Resulta irónico, por no decir tragicómico, ver cómo aquellos pronósticos que hace unos meses te convertían automáticamente en un «mandril» que «no entiende nada», hoy se transforman en la piedra angular de la nueva política monetaria. Es fascinante cómo cambia la perspectiva cuando el calendario te recuerda que en 25 días tenés que pagar la tarjeta de crédito —o en este caso, los Bonares y Globales— y la billetera está más seca que lengua de loro.
La narrativa oficial ha pasado de «jamás tocaremos el esquema» a un «estaba todo fríamente calculado» con una velocidad que envidiaría cualquier piloto de Fórmula 1. Santiago Bausili salió a explicar los cambios con la serenidad de quien anuncia que el barco no se hunde, sino que simplemente está bajando el nivel para ver mejor los corales. La realidad es que la licitación de deuda de la semana pasada fue el equivalente financiero a organizar una fiesta de cumpleaños, alquilar el salón más caro, y que solo vengan tus tíos y dos vecinos que pasaban por ahí: esperaban 4.000 millones y juntaron menos de la mitad. Un baño de humildad servido en plato frío por el mercado, ese ente que el gobierno ama hasta que deja de prestarle plata a tasas razonables.
Lo cierto es que ahora entramos en la fase de «flexibilidad», que en el diccionario de la calle significa salir a rascar la olla para que los dólares aparezcan antes del 9 de enero. Mientras tanto, el FMI aplaude desde la tribuna, probablemente aliviado de que alguien haya decidido mirar la planilla de Excel con los ojos abiertos. Por supuesto, todo esto se vende como un triunfo de la planificación estratégica y no como el resultado de ver cómo la inflación subía por el ascensor mientras el ancla cambiaria se quedaba atrapada en la planta baja. En fin, a prepararse, porque cuando la autoridad monetaria dice que «estudió esto con mucha anticipación», generalmente significa que empezaron a rezar la semana pasada.
Contenido humorístico generado por inteligencia artificial
La administración del presidente Javier Milei y el ministro de Economía Luis Caputo ha decidido poner fin a meses de resistencia y ejecutar una modificación sustancial en el esquema monetario y cambiario. Esta decisión, que marca un giro de 180 grados respecto a la postura sostenida desde abril —cuando las autoridades llegaban a calificar de «mandriles» y de «no entender nada» a quienes sugerían cambios—, responde a una urgencia financiera ineludible: la Argentina se encuentra a escasos 25 días de tener que afrontar pagos por US$ 4.300 millones.
Este vencimiento corresponde a los cupones y la amortización de capital de los Bonares y Globales, títulos heredados de la reestructuración de deuda realizada por el exministro Martín Guzmán en agosto de 2020. La necesidad de evitar un default técnico ha forzado al equipo económico a pragmatizar su estrategia.
El fin del ancla rígida y la realidad inflacionaria
Desde el inicio de la gestión, la estrategia se basó en utilizar al dólar como ancla para forzar una baja acelerada de la inflación. El plan de estabilización original proyectaba llevar el Índice de Precios al Consumidor (IPC) por debajo del 1% mensual hacia el período de mayo-julio de 2026. Sin embargo, la dinámica de los precios mostró otra realidad.
A partir de abril de este año, aunque el techo de la banda cambiaria subía a un ritmo del 1% mensual, la inflación comenzó a escalar lentamente, pasando del 1,5% mensual en mayo hasta alcanzar el 2,5% mensual en noviembre. Esta disparidad provocó que todos los tipos de cambio se movieran muy cerca del techo de la banda, generando un atraso cambiario que le impedía al Banco Central (BCRA) comprar reservas de manera genuina.
El detonante: una licitación que no fue
El cambio hacia un esquema más flexible no es casualidad, sino consecuencia directa de un revés en los mercados. La semana pasada, el Gobierno intentó una colocación de deuda en dólares, algo inédito desde enero de 2018. Las expectativas oficiales eran altas: estaban convencidos de recibir ofertas por más de US$ 4.000 millones para colocar un nuevo Bonar AN29 (con cupón del 6,5% anual) a una tasa inferior al 9%.
No obstante, la realidad fue contundente. «La oferta fue de apenas US$ 1.400 millones y para tomar US$ 910 millones (ya que el papel fue colocado bajo la par) se terminó pagando 9,26% anual». Este resultado obligó al titular del BCRA, Santiago Bausili, a comunicar este lunes las nuevas medidas, buscando juntar los dólares necesarios para el pago del 9 de enero. Inmediatamente, los anuncios fueron felicitados por Julie Kozack, vocera del Fondo Monetario Internacional (FMI).
La reacción del mercado y la explicación oficial
En su anuncio, Bausili intentó presentar el cambio de rumbo como una medida «estudiada con mucha anticipación» y positiva, argumentando que tras el triunfo electoral del oficialismo, la demanda de dólares por parte de la población se había frenado. El BCRA informó que la compra de dólares por personas físicas cayó de US$ 6.890 millones en septiembre a US$ 1.100 millones en noviembre.
La respuesta del mercado financiero fue mixta pero evidente. Aunque los anuncios se oficializaron tras el cierre, los rumores previos generaron un escenario donde los dólares financieros mostraron un aumento sensible y el dólar blue dio un salto más importante. En contraste, el BCRA logró aprovechar la jornada para sumar reservas por US$ 332 millones gracias a la intervención del Tesoro, mientras los bonos subieron y los ADR argentinos cotizaron en verde en Wall Street.
Al final, parece que la teoría económica de la «casta» tenía un capítulo que se saltaron en la lectura rápida de los manuales austríacos, o quizás es que la realidad tiene esa mala costumbre de no ajustar sus números a los deseos expresados en la red social X. Resulta irónico, por no decir tragicómico, ver cómo aquellos pronósticos que hace unos meses te convertían automáticamente en un «mandril» que «no entiende nada», hoy se transforman en la piedra angular de la nueva política monetaria. Es fascinante cómo cambia la perspectiva cuando el calendario te recuerda que en 25 días tenés que pagar la tarjeta de crédito —o en este caso, los Bonares y Globales— y la billetera está más seca que lengua de loro.
La narrativa oficial ha pasado de «jamás tocaremos el esquema» a un «estaba todo fríamente calculado» con una velocidad que envidiaría cualquier piloto de Fórmula 1. Santiago Bausili salió a explicar los cambios con la serenidad de quien anuncia que el barco no se hunde, sino que simplemente está bajando el nivel para ver mejor los corales. La realidad es que la licitación de deuda de la semana pasada fue el equivalente financiero a organizar una fiesta de cumpleaños, alquilar el salón más caro, y que solo vengan tus tíos y dos vecinos que pasaban por ahí: esperaban 4.000 millones y juntaron menos de la mitad. Un baño de humildad servido en plato frío por el mercado, ese ente que el gobierno ama hasta que deja de prestarle plata a tasas razonables.
Lo cierto es que ahora entramos en la fase de «flexibilidad», que en el diccionario de la calle significa salir a rascar la olla para que los dólares aparezcan antes del 9 de enero. Mientras tanto, el FMI aplaude desde la tribuna, probablemente aliviado de que alguien haya decidido mirar la planilla de Excel con los ojos abiertos. Por supuesto, todo esto se vende como un triunfo de la planificación estratégica y no como el resultado de ver cómo la inflación subía por el ascensor mientras el ancla cambiaria se quedaba atrapada en la planta baja. En fin, a prepararse, porque cuando la autoridad monetaria dice que «estudió esto con mucha anticipación», generalmente significa que empezaron a rezar la semana pasada.