Con un pie en el ska y otro en el desencanto social de los años 80, Los Intocables supieron hacerse un lugar en la escena musical porteña con su disco debut, producido por Alejandro Mateos. Surgidos tras la disolución de Los Alcaloides, y con una propuesta que evitaba la banalidad sin caer en el panfleto, la banda combinó vientos potentes, letras punzantes y una estética urbana que los distinguió del resto.
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Cuando el país oscilaba entre la hiperinflación y las bermudas de jean, un grupo de muchachos decidió que lo mejor era ponerle ska a la tristeza crónica de los 80. Así nacieron Los Intocables, no como los de Eliot Ness, sino como una patota musical que venía del rockabilly pero terminó haciéndole pogo a la angustia social desde un pub con olor a cerveza tibia y humo de Camel sin filtro.
Surgidos de los restos de Los Alcaloides —sí, ya el nombre era una declaración de principios—, se metieron de lleno en el circuito de boliches con un sonido heredero de Madness, pero con más calle Corrientes y menos Londres gris. Y ahí apareció Alejandro Mateos, hermano de Miguel, a darles una mano: «Los Zas te pueden gustar o no, pero son muy profesionales», decían ellos. Claramente, no querían ser la banda de sonido de ninguna revolución, pero tampoco cómplices del sinsentido fiestero.
En una entrevista con la revista Pelo, Juan Velásquez dejó en claro que no venían a predicar ni a distraer: “No queremos dejar enseñanzas, pero tampoco divertir en forma de una inconsciencia estúpida”. Es decir, nada de lecciones, pero tampoco chistes fáciles. Solo música para quienes viven al margen sin necesidad de que se los explique nadie.
El disco, titulado simplemente *Los Intocables*, no es una obra maestra, pero sí un trabajo sólido. Empieza pareciendo un cover largo de Madness, pero mejora con cada pista: los vientos le ponen el alma, las letras son simples pero con intención, y nadie se luce demasiado porque acá la estrella es la banda, no el ego de un solista.
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Los Intocables fueron una banda de ska, que tuvo su cuarto de gloria en la segunda mitad de los años 80’s. Nacido de las cenizas de la agrupación de rockabilly Los Alcaloides, el grupo fue sumando gente y se volcó al género que lo hizo conocido. Su circulación por el circuito de pubs, junto a su propuesta los hizo conocidos y les abrió las puertas a este disco, producido por Alejandro Mateos, el hermano de Miguel (“Los Zas te pueden gustar o no, pero son muy profesionales. Alejandro sabía lo que nosotros no y nos ayudó muchísimo”).
En una entrevista para la revista Pelo, Juan Velásquez se preocupaba por dejar claro su pensamiento y el del grupo: “No queremos dejar enseñanzas en la gente, todos saben los problemas que hay… Acá se tomó al ska como una música de joda. Nosotros somos más directos. No hay que escuchar a Los Intocables y ponerse a razonar, tampoco queremos divertir en forma de una inconsciencia estúpida”. Finalmente agrega, “Todo el medio (social) que nos rodea nos lastima. No hay solución para lo que pasa, no hay solución para la marginación, pero nosotros queremos seguir representando a la gente que creemos que representamos”.
Los Intocables es un álbum parejo y bien hecho. Aunque al escuchar los primeros temas uno piensa que está ante un clon de Madness, el disco pronto mejora a un trabajo bien elaborado y producido. Las letras son deliberadamente meditadas dentro de su simpleza; no hay un único cantante: las indistintas voces son correctas, lo mismo que el resto del grupo. Los vientos son aquí una presencia saludable que le da frescura a la música de la banda, y su trabajo está por encima del resto.
Temas destacados
- Tiran bombas (J. Velásquez – R. Ridecós)
- El se llama Don José (J. Velásquez – R. Ridecós)
- No hay futuro (J. Velásquez)