Hay momentos en la carrera de un artista que funcionan como un punto de inflexión, una bisagra que redefine el pasado y proyecta un futuro de dimensiones insospechadas. Para Ca7riel y Paco Amoroso, ese momento acaba de ocurrir a más de 18.000 kilómetros de casa, bajo las luces de neón de Tokio y ante la multitud devota del Fuji Rock Festival. Su desembarco en Japón no fue simplemente una fecha más en una gira internacional exitosa; fue la culminación de un peregrinaje, el cierre de un círculo estético y espiritual que ha estado latente en el ADN del dúo desde sus inicios.
Quien haya seguido de cerca la trayectoria de Cato y Paco sabe que Japón nunca fue solo un país en el mapa. Ha sido un concepto, una influencia persistente y palpable en su universo. «Japón es un lugar que siempre me flasheó mucho la cultura, la vestimenta, la arquitectura, el respeto, la forma de ser», confesaba Paco Amoroso a Filo.news poco antes de emprender el viaje, como un devoto a punto de visitar su tierra prometida. Ca7riel, por su parte, lo sintetizaba en la revista G7: «Nosotros siempre tuvimos una data muy japonesa, desde la forma de vestirnos hasta la música que escuchamos. Hay algo en la disciplina y en la vanguardia japonesa que nos interpela directamente».
Esa «data» se materializó de forma explosiva en el escenario del Fuji Rock. En el idílico y a la vez imponente entorno de la estación de esquí de Naeba, el dúo no ofreció un simple concierto: desató un ritual. La barrera del idioma se disolvió en el primer beat. El público japonés, conocido por su escucha atenta y respetuosa, entró en el trance sónico que proponían los argentinos. Clásicos como “Ouke” y las texturas complejas de su álbum Baño María no necesitaron traducción. La conexión fue epidérmica, un diálogo de energía pura que demostró, una vez más, que el groove es un esperanto universal.
El clímax llegó al final. Las imágenes que se viralizaron no mentían: Cato y Paco, abrazados, con lágrimas en los ojos, contemplando a la multitud. No era el llanto del rockstar abrumado por la fama, sino la emoción genuina del artista que ve cómo su obra más íntima es comprendida y celebrada en el lugar que siempre idealizó. «Toda mi vida quise estar en Japón», gritó Paco, con la voz quebrada. «Esta es nuestra primera vez y vamos a volver». Fue una declaración, una promesa sellada ante miles de testigos.
La liturgia continuó, en un formato más íntimo pero igualmente potente, en la disquería HMV de Shibuya. Allí, en el epicentro del caos urbano y la modernidad tokiota, el dúo se enfrentó a sus fans más hardcore. Fue una sesión de sudor y cercanía, la prueba de que su música no solo funciona en grandes festivales, sino que mantiene su filo en la corta distancia.
Este hito japonés —precedido por las conquistas de Coachella y Glastonbury— consolida a Ca7riel y Paco Amoroso no solo como el producto de exportación más potente de la nueva música argentina, sino como artistas conceptuales que han sabido construir un universo coherente y fascinante. Su viaje es la validación definitiva de su método: una amalgama de trap, funk y psicodelia envuelta en una estética que bebe directamente del animé, la moda de Harajuku y el arte digital nipón. Ya lo habían anticipado en «La que puede puede»: “Esto no es Japón, pero me tomo un sake”. Hoy, finalmente, el sake se bebe en su lugar de origen. Y sabe a gloria.