El Congreso se convirtió en un reality show. ¿Próximamente: Gran Hermano Congreso? Diputados protagonizan escenas dignas de telenovela barata: trompadas, besos apasionados en plena sesión (¿con prótesis incluidas?), cachetazos históricos y hasta un «diputrucho» para el quórum. La virtualidad tampoco ayudó: bloopers de vestuario y puteadas a la tecnología. ¿Será que la política argentina necesita un poco de terapia de grupo?
El circo parlamentario: Cuando la política argentina se convierte en espectáculo
Las últimas semanas en el Congreso de la Nación Argentina han sido dignas de un guion cinematográfico, aunque quizás más cercano a una comedia de enredos que a un drama político. Dos legisladores se trenzaron a golpes en el recinto, una diputada emuló a un jardinero regando a su colega con un vaso de agua, otra llevó un megáfono para acusar de «fascista» al presidente de la Cámara (de su mismo espacio político, para agregarle picante a la situación), y un jefe de bloque desafió a un rival a una pelea al mejor estilo maradoniano en «Segurola y Habana».
Estos exabruptos, que parecen estar volviéndose moneda corriente en la práctica parlamentaria, se suman a una larga lista de escándalos que han salpicado al Congreso en los últimos años.
De la pandemia a la pollería: El caso del «diputeta»
En plena pandemia, con el Congreso funcionando en modo mixto, el diputado kirchnerista Juan Ameri protagonizó una escena que lo catapultó a la fama (o infamia) por motivos extraños a la política. Mientras se debatía la refinanciación de la deuda de las provincias, Ameri fue captado por las cámaras besando el pecho de su pareja, quien se había sentado en su regazo y bajado la remera. «Pensé que se había caído internet», explicó Ameri luego del incidente, argumentando que su pareja le estaba mostrando sus nuevas prótesis mamarias. La justificación, tan insólita como la escena misma, no impidió su renuncia bajo la presión de sus pares y del presidente de la Cámara, Sergio Massa. Actualmente, Ameri trabaja en una pollería, un cambio de escenario tan radical como su paso por el Congreso.
La virtualidad y sus desventuras: Bloopers y puteadas en el aire
El trabajo remoto trajo consigo una serie de inconvenientes técnicos y descuidos que aportaron su cuota de humor involuntario al Congreso. Desde Luciano Laspina cambiándose la camisa en plena sesión hasta micrófonos abiertos que transmitieron diálogos domésticos («¿Y la sopa que te hice?») y furiosas puteadas a computadoras rebeldes, la virtualidad dejó en evidencia la falibilidad humana de los legisladores.
Otros escándalos para el recuerdo: Cachetazos y «diputruchos»
La historia del Congreso argentino está plagada de episodios bochornosos. En 2010, la diputada Graciela Camaño propinó una sonora cachetada a su colega Carlos Kunkel tras una discusión reglamentaria. «Me arrepiento, no por Kunkel, sino por lo que puede ocasionarle a la gente ver que un representante del pueblo se saca de sus cabales de esta manera», declaró Camaño años después. Y en 1992, la desesperación por conseguir quórum durante el debate por la privatización de Gas del Estado llevó al menemismo a sentar en una banca a un asesor, Juan Abraham Kenan, quien simuló ser diputado hasta que fue descubierto por un periodista de Clarín. Nació así la leyenda del «diputrucho». Más recientemente, en 2021, un pequeño empujón entre Fernando Iglesias y Carlos Vivero derivó en una comisión disciplinaria que se cerró luego de que Vivero pidiera disculpas.