el peso de un apellido
Aunque el acto del 26 de junio de 2023 se presentaba como una mera formalidad para que Cristina Kirchner refrendara su apoyo a la postulación de Sergio Massa, la entonces vicepresidenta imprimió su sello con contundencia. La maniobra fue a tres bandas: asestó un golpe a Alberto Fernández por defender una PASO peronista, elevó a Eduardo «Wado» de Pedro al estrado de «nuestro candidato» en caso de interna, y de rebote, dejó a Massa en un segundo plano.
De Pedro, sonriente en primera fila, a pesar de haber visto frustrada su propia candidatura —con Juan Manzur como vice y un video de lanzamiento ya en la esfera pública—, reafirmaba su rol central en el universo kirchnerista. Su lealtad a Cristina había sido probada en innumerables ocasiones, pero una en particular quedó grabada en la memoria colectiva: encabezar la amenaza de renuncias masivas tras la derrota en las primarias legislativas de 2021. Un golpe del que Alberto Fernández, con su evidente incapacidad para el ejercicio efectivo del poder, nunca logró recuperarse.
Lealtades y controversias
Con un trato amable y conexiones con grupos de poder que el kirchnerismo públicamente denosta, De Pedro volvió a marcar la cancha apenas su jefa política fue detenida por corrupción. «Por supuesto, el gobierno que viene, la primera condición es Cristina libre», sentenció en una entrevista radial.
Sin embargo, su apellido también se vio enredado en un hecho delictivo. Se supo que al menos un par de dirigentes que habían trabajado bajo su órbita participaron del ataque al canal de noticias TN. Uno de ellos, José Lepere, fue su número dos como ministro en la gestión de Fernández. Otro camporista, Pablo Giles, oriundo de Merlo, reporta políticamente a De Pedro. Aquel ataque, en el que militantes destrozaron vehículos, la recepción del canal e incluso una vitrina con premios, fue la reacción inmediata (aunque no espontánea) a la condena contra la expresidenta.
radicalización o estrategia
El incidente en TN no fue el único episodio de violencia política en el que el kirchnerismo se vio involucrado. Semanas después, se produjo un ataque frente a la residencia del diputado José Luis Espert. La operación incluyó la infame entrega de «seis bolsas llenas de bosta de caballo» y un pasacalle con el elocuente mensaje: «Acá vive la mierda de Espert». Más allá de lo desagradable del hecho, lo más grave residió, quizás, no en el resultado, sino en la meticulosa planificación de la agresión. Y aquí emergió otro nombre crucial en la herencia cristinista: Mayra Mendoza, intendenta de Quilmes, precoz precandidata a gobernadora bonaerense y exégeta inseparable de la expresidenta.
Una estrecha colaboradora suya, Eva Mieri, fue protagonista central del ataque contra la casa de Espert. Mieri no es un cuadro más dentro de la estructura: como reveló Clarín, además de concejal, es desde hace años la sombra política de la intendenta, posicionada primera en la línea de sucesión comunal.
¿Cómo repercute esta radicalización camporista en la interna partidaria? A priori, no muy bien. Ni Axel Kicillof ni Sergio Massa comulgan con la idea de que el eslogan central de campaña sea «Cristina libre». Ambos, entre otros, consideran que dicha consigna podría conducir a una nueva derrota electoral. A pesar de que la camioneta involucrada en el ataque a Espert pasó días antes por el domicilio donde Cristina residía, según consta en el expediente, no existen pruebas concluyentes para determinar la responsabilidad ni la autoría intelectual del caso. Lo que sí queda en claro es que en la estructura verticalista que rige al cristinismo, por encima de De Pedro y Mendoza, no hay mucho más que los Kirchner. Es decir, Máximo y Cristina.