Una mujer de 90 años en Madrid fue víctima de un robo de celular que resultó en la sustracción de 2.400 euros de su cuenta bancaria. A pesar de no tener aplicaciones bancarias en su teléfono, los ladrones lograron acceder a su información personal a través de su correo electrónico y realizar múltiples transacciones fraudulentas. El banco finalmente devolvió el dinero, pero el caso resalta la creciente vulnerabilidad de los adultos mayores ante las ciberestafas y la importancia de la seguridad digital.
Robo exprés y ciberestafa: ¿Quién protege a nuestros abuelos de los delincuentes digitales?
Nieves Pérez, una señora de 90 años, sufrió un robo de celular que la dejó con un sabor amargo y un agujero de 2.400 euros en su cuenta bancaria. ¿El modus operandi? Un clásico: punguis que operan en el transporte público madrileño. Lo que siguió, sin embargo, es una radiografía de la vulnerabilidad digital que acecha, especialmente, a nuestros mayores.
La historia, que parece sacada de un guion digno de Campanella, ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. Nieves, tras colgar una llamada, notó la ausencia de su teléfono. «En la puerta había dos hombres estorbando y otro me lo debió robar», relata. Lo que vino después fue una maratón de transferencias, bizums y extracciones que dejaron a la familia Pérez con la sangre helada. ¿Lo más sorprendente? Nieves no tenía aplicaciones bancarias instaladas. Entonces, ¿cómo lograron vaciarle la cuenta?
Aquí es donde la cosa se pone turbia. Los ladrones, con una velocidad digna de un hacker de Hollywood, accedieron al correo electrónico de Nieves, donde encontraron información clave: datos bancarios, DNI, ¡hasta la declaración de la renta! Un combo perfecto para el desastre. En menos de dos horas, hicieron de las suyas hasta que el yerno de Nieves bloqueó la tarjeta SIM.
¿La clave del problema? Una contraseña infantil y la falta de seguridad digital
La primera brecha de seguridad, según Javier Padial, hijo de Nieves, fue la contraseña: «Tenía el 1234. Su brecha de seguridad era alucinante». Un error común entre las personas mayores, que, por falta de familiaridad con la tecnología, optan por contraseñas fáciles de recordar. Pero, ¿es suficiente culpar a la víctima? ¿Dónde está la responsabilidad de los bancos y las empresas de tecnología en proteger a los usuarios menos expertos?
El caso de Nieves Pérez destapa una realidad preocupante: los delincuentes digitales están cada vez más sofisticados y aprovechan las vulnerabilidades de un sistema que no siempre está preparado para proteger a los más débiles. ¿Son suficientes las medidas de seguridad que ofrecen los bancos? ¿Estamos educando correctamente a nuestros mayores sobre los riesgos del mundo digital?
Ciberestafas: ¿Quién paga los platos rotos?
Afortunadamente, CaixaBank devolvió el dinero a Nieves, aunque no sin antes una batalla burocrática que incluyó llantos, enojos y amenazas de llevar el caso a los medios. «Ha sido con sangre, sudor y lágrimas», resume Padial. Una odisea que plantea interrogantes sobre la respuesta de las entidades bancarias ante este tipo de situaciones.
Una reciente sentencia del Tribunal Supremo establece que, en condiciones normales, la responsabilidad recae en el banco. Sin embargo, la realidad es que muchas víctimas de ciberestafas se enfrentan a un calvario para recuperar su dinero. Los bancos suelen argumentar negligencia por parte del usuario, pero, ¿es justo responsabilizar a una persona mayor por no tener los conocimientos de un experto en seguridad informática?
Carlos Solano, experto en ciberestafas, lo explica claramente: «El usuario tiene dos obligaciones: guardar bien sus contraseñas y, cuando se produce una incidencia, notificarlo inmediatamente al banco». Pero, ¿qué pasa cuando la víctima es vulnerable y no comprende la magnitud del engaño? ¿No deberían los bancos asumir una mayor responsabilidad en estos casos?
La historia de Nieves Pérez es un llamado de atención. Necesitamos un debate serio sobre la seguridad digital de nuestros mayores. Es hora de exigir a los bancos y a las empresas de tecnología que refuercen sus sistemas de protección y que ofrezcan una educación clara y accesible sobre los riesgos del mundo online. Porque, al final del día, ¿de qué sirve la tecnología si no está al servicio de las personas, especialmente de las más vulnerables?