Argentina se suma a la ola de la Inteligencia Artificial con «Cardiomentor», un proyecto que busca revolucionar el diagnóstico y tratamiento de cardiopatías. Desarrollado con el modelo Alia y el apoyo de la Sociedad Española de Cardiología, promete ser un asistente para médicos generalistas, aunque las dudas sobre la privacidad y el sesgo de la herramienta ya están generando debate.
## Inteligencia Artificial Criolla al Servicio del Corazón Argentino: ¿Milagro Tecnológico o Nueva Caja de Pandora?
La inteligencia artificial (IA) generativa, esa que nos prometieron en las películas de ciencia ficción, empieza a asomar la cabeza en el sistema de salud. Y no es un robot cirujano ni nada por el estilo, sino «Cardiomentor», un proyecto que, con el sello de la tecnología española, busca asistir a los médicos argentinos en el intrincado mundo de las cardiopatías. ¿Será la solución a la saturación del sistema o un nuevo dolor de cabeza?
El proyecto, encabezado por Tecnalia y el Barcelona Supercomputing Center, se apoya en Alia, la familia de modelos de IA «Made in Spain». La idea es simple: crear una suerte de ChatGPT especializado en cardiología, para que los médicos generalistas tengan acceso rápido a información confiable y actualizada. Hasta ahí, todo suena lindo y prometedor.
Pero, como suele ocurrir, el diablo está en los detalles.
### ¿Un ChatGPT para el Paciente o un Oráculo Confuso?
La primera fase del proyecto, que ya está en marcha, busca desarrollar un asistente para los médicos, una herramienta que les permita tomar decisiones informadas y acceder a conocimiento actualizado. Según el doctor Julián Villacastín, jefe de cardiología del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, «inicialmente, será una herramienta formativa: ayudará a los generalistas a estar al día y tomar decisiones, que serán siempre solo suyas».
El objetivo es noble: reducir el impacto de la insuficiencia cardíaca, una patología que afecta a unas 800.000 personas en España y que le cuesta al sistema de salud unos 2.500 millones de euros al año. Pero, ¿quién garantiza que esta herramienta no se convertirá en un «copia y pegue» de información desactualizada o sesgada?
Ahí es donde entra en juego la segunda fase del proyecto: entrenar al sistema con datos anonimizados de pacientes. Y es ahí donde las preguntas empiezan a multiplicarse. ¿Quién se ocupará de resguardar la privacidad de los datos? ¿Cómo se evitará que el sistema discrimine a ciertos pacientes en función de su historial clínico? ¿Quién controlará que los resultados sean realmente objetivos y no influenciados por intereses económicos o políticos?
### IA y Salud: Un Matrimonio Peligroso?
El proyecto se presenta como una solución innovadora, pero no está exento de críticas. Lorena Jaume-Palasí, investigadora independiente en ética y tecnología, advierte que «el problema fundamental de los LLM es que sus resultados no son replicables. Son modelos estocásticos: con unos mismos inputs llega a distintos outputs, el sistema te dará respuestas diferentes ante un mismo problema».
En otras palabras, la IA podría dar diagnósticos diferentes ante un mismo caso, generando confusión y desconfianza. Además, Jaume-Palasí plantea que los LLMs no siempre distinguen entre información actualizada y datos obsoletos, lo que podría llevar a tomar decisiones equivocadas.
El doctor Villacastín reconoce estas limitaciones, pero asegura que están trabajando para crear un modelo «lo más fiable posible». Sin embargo, la promesa de eliminar los sesgos y garantizar la objetividad suena, por lo menos, ambiciosa.
Entonces, ¿estamos ante el futuro de la medicina o ante una nueva fuente de problemas? La respuesta, como siempre, estará en el equilibrio. En la capacidad de aprovechar las herramientas de IA sin perder de vista la ética, la privacidad y la necesidad de un contacto humano entre médico y paciente.
Quizás, en vez de buscar un «gemelo digital» que nos diga qué vamos a padecer en el futuro, deberíamos enfocarnos en mejorar la calidad de vida de los pacientes, brindando información clara, acceso a tratamientos adecuados y, sobre todo, un oído atento y comprensivo. Porque, al final del día, el corazón necesita más que algoritmos; necesita afecto, cuidado y mucha, pero mucha, charla.