La inteligencia artificial ha irrumpido en el arte, generando un encendido debate. Mientras artistas como Boldtron, Ana Esteve Reig y Elena Pérez la adoptan como una potente herramienta de exploración y amplificación creativa, reconociendo el arduo trabajo que implica y luchando contra sus sesgos, las asociaciones de autores y trabajadores culturales denuncian una «competencia desleal» y exigen transparencia y remuneración por el uso de sus obras. Teóricos y curadores, por su parte, ven un momento fundacional y una redefinición de la autoría, pero coinciden en la necesidad de ética y de entender la IA como un «pharmakon» digital: una cura y un veneno a la vez.
El arte, ese reducto de la expresión humana más íntima, parece haber encontrado un nuevo compañero de ruta, o quizás, un contendiente inesperado: la inteligencia artificial. Lo que hace apenas unos años era un experimento de nicho en los foros de Reddit, hoy se ha vuelto una realidad palpable que sacude los cimientos de la creación, generando tanto fascinación como un escozor considerable en el ambiente cultural.
Xavier Cardona, parte del dúo Boldtron, lo recuerda bien. Allá por 2019, mientras navegaba los interminables hilos de la web, se topó con la IA aplicada a la creación. "Todo estaba muy embrionario", cuenta. Sin embargo, para alguien que venía explorando el 3D por más de una década y sentía que el medio le "había quedado corto", esos algoritmos rudimentarios como Google Colab encendieron una chispa. "A pesar de que era un poco precario y aburrido, me obsesioné con todo esto", confiesa. Y así, de una exploración casi arqueológica en la red, nació Boldtron, un proyecto que hoy amalgama 3D, realidad virtual e inteligencia artificial, demostrando que para algunos, la frontera es solo un nuevo punto de partida.
El arte bajo el algoritmo: ¿conquista o desafío creativo?
La irrupción de los grandes modelos de lenguaje (LLM) en el proceso artístico ha desatado un verdadero vendaval conceptual. Para los más entusiastas, estamos ante una conquista tecnológica de pilares filosóficos tan esenciales como el logos y la creatividad humana. ¿Será que la máquina ha aprendido a pensar o, peor aún, a sentir? Otros, más pragmáticos, como los artistas digitales de trinchera, simplemente ven un universo de posibilidades inexploradas.
Ana Esteve Reig, artista audiovisual, se sumergió en esto en el verano de 2023. Su objetivo: generar videos. La cosa, aclara, no fue un "atajo" precisamente, sino "una forma distinta, y a menudo ardua, de producir imágenes". Al principio, limitaciones por doquier: clips cortos, fallos constantes. Hoy, aunque las herramientas evolucionaron permitiendo movimientos de cámara y sincronización labial, el proceso sigue siendo una labor de titanes. "Tienes que luchar con la máquina para conseguir lo que quieres", sentencia. Los resultados, a pesar de su fluidez creciente, demandan una "vigilancia constante del artista".
Para Esteve Reig, la IA no es un reemplazo, sino un complemento, una herramienta para "rellenar los espacios vacíos", esas escenas inalcanzables. Una suerte de territorio intermedio. "No es 3D, pero tampoco es real. Es algo a medias". Sin embargo, no todo es color de rosas en este nuevo lienzo digital. La artista ha destapado una cruda verdad: los modelos de IA, lejos de ser neutrales, replican y amplifican sesgos. "Si pides una mujer, te genera siempre un personaje blanco, sexualizado, muy estandarizado. Son huellas de cómo ha sido entrenada". Una revelación incómoda que nos obliga a preguntarnos: ¿quién entrena al entrenador?
"Existe la creencia de que con un clic lo tienes, y no es así. A no ser que te conformes con lo primero que te da la máquina", dispara Esteve Reig. Su trabajo implica días, a veces semanas, de pruebas, mezclas y edición. "Para un vídeo de cinco minutos, puedo tardar 15 días". Un esfuerzo que desarma la ilusión del "arte fácil" y que subraya una verdad innegable: "Un pintor no va a dejar de pintar por la IA. El placer de coger el pincel no se sustituye". La mano humana, parece, sigue siendo insustituible.
Cuando la máquina «crea»: sesgos, esfuerzo y polémica autoral
Elena Pérez, la mente detrás de Remembering Orion, es otra de las exploradoras de este nuevo cosmos. Su IA le permite conjurar "20 mundos en una tarde, y ninguno se parece al otro", algo que antes le hubiera llevado meses. Pérez ha mutado su proceso creativo, pasando de los "prompts" a la alimentación directa de la IA con "referencias visuales, imágenes mías o libres de derechos". Una evolución que demuestra la plasticidad del artista frente a la tecnología en constante cambio.
Pero aquí es donde la polémica se enciende. En 2024, un grito unificado de asociaciones de autores, artistas y trabajadores culturales españoles llegó al Gobierno, denunciando el uso de la IA en la creación. La exigencia era clara: autorización y remuneración por sus obras, además de una transparencia que, hasta ahora, brilla por su ausencia. Eva Moraga, abogada y portavoz, no se anda con chiquitas: "La postura sigue siendo exactamente la misma". Afirma que los productos generados por IA son una "competencia desleal" descarada, que se basan en "el trabajo ajeno, lo replican y lo colocan en el mismo mercado". Un verdadero debate de fondo sobre quién paga la cuenta en esta fiesta creativa.
Pérez, formada en Bellas Artes, adopta una postura más conciliadora. "Entiendo a quienes no quieren usarla porque sienten que se pierde la artesanía, pero eso ha pasado con todas las revoluciones tecnológicas. Resistirse es como intentar frenar algo inevitable". Para ella, la clave está en el uso estratégico de la herramienta. "No todo el mundo logra resultados, igual que no todo el que tiene una cámara es fotógrafo. Lo que convierte algo en arte es la dirección, la mirada humana".
¿Imaginamos con las máquinas? El debate que define el futuro del arte
La revista Nature publicó un estudio de Amy Ding y Shibo Li, quienes pusieron a prueba a ChatGPT-4 y concluyeron que todavía le cuesta el "pensamiento flexible y creativo hecho por sí solo". ¿Un alivio para los defensores de la hegemonía humana? No tan rápido. El teórico finlandés Jussi Parikka nos lanza una bomba: ¿Y si "siempre hemos imaginado con las máquinas"? Para él, toda imaginación es colectiva, y las herramientas, desde un simple pincel hasta los más complejos algoritmos, han sido siempre extensiones de nuestra capacidad creativa. No imaginamos en solitario, ni las máquinas imaginan por sí mismas; lo hacemos con ellas. Además, nos recuerda que la IA no es etérea; está en "centros de datos, en los cables submarinos, en los servidores que se levantan en regiones periféricas. Los datos rematerializan el mundo".
Lluís Nacenta, ensayista y curador de la exposición "IA: Inteligencia artificial" en el CCCB, considera que estamos en un "momento fundacional", comparable al nacimiento del cine. Aunque reconoce que aún falta un "lenguaje artístico articulado", tiene una visión clara: "La tecnología no crea arte por su cuenta. Lo hace la cultura, la tradición, el público, el mercado, todo el ecosistema de la creación". Y para aquellos que desconfían, Nacenta no los tacha de retrógrados; ve en su resistencia una "defensa ética". "No se trata de rechazar la tecnología, sino de oponerse a los abusos en su uso".
La eterna pregunta de "quién firma una obra" se resignifica cuando una máquina es cocreadora. Nacenta minimiza la novedad del dilema, recordándonos que las vanguardias ya abordaron esto con el collage, el arte conceptual o el sampleo. Para él, la IA no destruye la idea tradicional del autor, sino que la redefine. José Luis Ramos, director artístico del Matadero, coincide en que la IA es una extensión creativa, pero con un matiz crucial: la transparencia. "Es fundamental que los espectadores sean conscientes de ello", si una obra fue "creada o asistida por una IA". Después de todo, "el arte debe seguir siendo un espacio de libertad, y la inteligencia artificial, si algo puede aportar, tendrá que hacerlo desde ahí".
Finalmente, Parikka nos invita a convivir con la ambivalencia de la IA, a la que define como un "pharmakon digital", un término griego para referirse a un veneno y una cura simultáneamente. "La IA es un poco tóxica, pero también puede ser sanadora. Y tendremos que vivir con eso". Una conclusión que, lejos de zanjar el debate, nos deja rumiando sobre la compleja relación entre el ser humano, la creatividad y la máquina en este futuro que ya está entre nosotros.