La muerte, ese tabú que la tecnología parece decidida a desafiar. Katarzyna Nowaczyk-Basinska, investigadora del Centro Leverhulme para el Futuro de la Inteligencia en Cambridge, lleva casi una década analizando cómo la inteligencia artificial (IA) está redefiniendo nuestra relación con el más allá. Y lo que está descubriendo es tan fascinante como inquietante.
Avatares póstumos: del cementerio al celular
¿Cementerios virtuales en el horizonte? ¿»Chatbots» que nos permiten charlar con nuestros difuntos? La idea, que hasta hace poco parecía sacada de una película de ciencia ficción, hoy es una realidad tangible impulsada por empresas –principalmente en Estados Unidos y China– que ven un jugoso negocio en la «industria del más allá digital».
Nowaczyk-Basinska, quien dirige el proyecto de investigación Imaginarios de inmortalidad en la era de la IA, sostiene que la IA generativa está abriendo la puerta a los «bots de duelo» o avatares póstumos, una tecnología que, según ella, podría «cambiar de manera profunda la forma en que nos relacionamos con nuestros seres queridos fallecidos y también las normas y prácticas culturales alrededor de la muerte».
El negocio de la inmortalidad digital
Con solo «buscar una empresa, darle acceso a tus datos personales o a los del ser querido que haya fallecido», cualquiera puede contratar una «versión virtual» del difunto, usualmente bajo un modelo de suscripción. Para la investigadora, el riesgo está en el potencial adictivo de estas plataformas, diseñadas para retener al usuario.
«Hace cinco años, cuando lo comentaba con gente o leían artículos en los medios, la expresión que más me decían era ‘qué mal rollo’. Ahora ya no se percibe tanto así», señala Nowaczyk-Basinska, destacando la progresiva normalización de estas prácticas impulsada por el avance tecnológico.
Dilemas éticos y falta de regulación
La preocupación central es la ausencia de reglas claras. «¿Quién decide si se pueden usar tus datos personales? ¿Quién tiene la última palabra para crear un avatar póstumo de alguien?», se pregunta la investigadora, advirtiendo sobre posibles conflictos familiares por la gestión del legado digital.
Entre las propuestas, plantea un «principio del consentimiento mutuo», donde todos los miembros de una familia deberían aprobar la creación de un avatar. Pero las preguntas van más allá: ¿estamos preparados para aceptar «embalsamadores digitales» que modifiquen o curen los restos virtuales de un difunto?
La IA ofrece, según Nowaczyk-Basinska, la posibilidad de «crear nuevas formas de comunicación entre generaciones», como un archivo interactivo de la vida de una persona. Sin embargo, también plantea interrogantes sobre hasta qué punto queremos que un algoritmo reescriba nuestra memoria y nuestra historia.
La cuestión final queda abierta: ¿queremos ser recordados por lo que fuimos o por la versión idealizada que una máquina construya de nosotros? El misterio, como la muerte misma, sigue sin respuesta.
La investigadora Katarzyna Nowaczyk-Basinska analiza cómo la inteligencia artificial está transformando nuestra relación con la muerte. Desde avatares póstumos hasta 'bots de duelo', la tecnología plantea dilemas éticos y legales en torno a la gestión de datos y el consentimiento. Empresas de Estados Unidos y China ya ofrecen estos servicios, mientras crece la preocupación por la falta de regulación y el impacto cultural de esta nueva 'inmortalidad digital'.
Resumen generado automáticamente por inteligencia artificial
Contenido humorístico generado por inteligencia artificial
La muerte, ese tabú que la tecnología parece decidida a desafiar. Katarzyna Nowaczyk-Basinska, investigadora del Centro Leverhulme para el Futuro de la Inteligencia en Cambridge, lleva casi una década analizando cómo la inteligencia artificial (IA) está redefiniendo nuestra relación con el más allá. Y lo que está descubriendo es tan fascinante como inquietante.
Avatares póstumos: del cementerio al celular
¿Cementerios virtuales en el horizonte? ¿»Chatbots» que nos permiten charlar con nuestros difuntos? La idea, que hasta hace poco parecía sacada de una película de ciencia ficción, hoy es una realidad tangible impulsada por empresas –principalmente en Estados Unidos y China– que ven un jugoso negocio en la «industria del más allá digital».
Nowaczyk-Basinska, quien dirige el proyecto de investigación Imaginarios de inmortalidad en la era de la IA, sostiene que la IA generativa está abriendo la puerta a los «bots de duelo» o avatares póstumos, una tecnología que, según ella, podría «cambiar de manera profunda la forma en que nos relacionamos con nuestros seres queridos fallecidos y también las normas y prácticas culturales alrededor de la muerte».
El negocio de la inmortalidad digital
Con solo «buscar una empresa, darle acceso a tus datos personales o a los del ser querido que haya fallecido», cualquiera puede contratar una «versión virtual» del difunto, usualmente bajo un modelo de suscripción. Para la investigadora, el riesgo está en el potencial adictivo de estas plataformas, diseñadas para retener al usuario.
«Hace cinco años, cuando lo comentaba con gente o leían artículos en los medios, la expresión que más me decían era ‘qué mal rollo’. Ahora ya no se percibe tanto así», señala Nowaczyk-Basinska, destacando la progresiva normalización de estas prácticas impulsada por el avance tecnológico.
Dilemas éticos y falta de regulación
La preocupación central es la ausencia de reglas claras. «¿Quién decide si se pueden usar tus datos personales? ¿Quién tiene la última palabra para crear un avatar póstumo de alguien?», se pregunta la investigadora, advirtiendo sobre posibles conflictos familiares por la gestión del legado digital.
Entre las propuestas, plantea un «principio del consentimiento mutuo», donde todos los miembros de una familia deberían aprobar la creación de un avatar. Pero las preguntas van más allá: ¿estamos preparados para aceptar «embalsamadores digitales» que modifiquen o curen los restos virtuales de un difunto?
La IA ofrece, según Nowaczyk-Basinska, la posibilidad de «crear nuevas formas de comunicación entre generaciones», como un archivo interactivo de la vida de una persona. Sin embargo, también plantea interrogantes sobre hasta qué punto queremos que un algoritmo reescriba nuestra memoria y nuestra historia.
La cuestión final queda abierta: ¿queremos ser recordados por lo que fuimos o por la versión idealizada que una máquina construya de nosotros? El misterio, como la muerte misma, sigue sin respuesta.