Un estudio reciente de la NASA revela que las nubes ecuatoriales se están evaporando a un ritmo alarmante, incrementando la cantidad de luz solar que llega a la Tierra y acelerando el calentamiento global. Científicos investigan si este fenómeno explica el desequilibrio energético del planeta, mientras otros exploran la influencia de aerosoles y desarrollan tecnologías para proteger a los drones de la acumulación de hielo en vuelo.
Las nubes, esos misterios flotantes del clima terrestre, guardan toneladas de agua en forma de gotitas suspendidas en la atmósfera. Su rol es dual: reflejan la energía solar enfriando el planeta, pero también atrapan el calor irradiado desde el suelo, contribuyendo al calentamiento. Un equilibrio delicado que, según los científicos, está pendiendo hacia el lado equivocado.
De momento, el efecto neto de las nubes es el enfriamiento, pero la complejidad de su interacción con el clima introduce incertidumbre en los modelos de predicción. Y ahí radica el nudo del asunto: ¿cómo afectará el calentamiento global a las nubes, y viceversa?
## El abrazo que se desvanece: la NASA detecta la pérdida de nubes ecuatoriales
Un estudio reciente publicado en la revista *Climate Dynamics*, desarrollado por investigadores del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA y la Universidad de Estocolmo, analizó más de 30 años de imágenes satelitales de nubes. Los resultados son inquietantes: una de las franjas nubosas más consistentes del planeta, la que rodea el Ecuador, se está estrechando a un ritmo del 1,5% por década.
Este fenómeno, según los climatólogos, permite el ingreso de más luz solar, lo que potencia el calentamiento global en una espiral ascendente. Pero la cosa no termina ahí. Los instrumentos espaciales llevan tiempo detectando un desequilibrio entre la energía solar que recibe la Tierra y la que emite. Buena parte se atribuye a las emisiones de gases de efecto invernadero y la pérdida de hielo reflectante, pero ¿podría la desaparición de las nubes ser el eslabón perdido?
### Aerosoles: los compañeros turbios de las nubes
En los cielos no solo hay agua. Los aerosoles, partículas suspendidas en la atmósfera como polvo, cenizas, emisiones volcánicas y polen, también juegan un papel crucial. «Los aerosoles permiten la formación de nubes, pero también reflejan y atrapan la energía, de forma que ambos se afectan mutuamente”, explica Carmen Córdoba Jabonero, investigadora del INTA.
Para desentrañar la intrincada relación entre nubes, aerosoles y radiación, la Agencia Espacial Europea (ESA) y la japonesa JACSA lanzaron el satélite EarthCARE. Esta misión, equipada con tecnología de punta, busca entender cómo interactúan estos elementos para influir en el clima. Córdoba Jabonero, responsable de la validación y calibración de los instrumentos de EarthCARE, también dirige el proyecto CLAVEL, que estudia la interacción de las nubes con el polvo desértico y el aerosol marino.
Córdoba Jabonero añade que, “todos estos estudios, tanto de aerosoles como en nubes, lo hemos aplicado a otros proyectos planetarios, por ejemplo, instrumentación que hay en Marte también dedicada al polvo, o a nubes de hielo. Nuestros resultados terrestres son extrapolables a otros entornos. Siempre estamos faltos de financiación, pero hacemos lo que más o menos podemos con los recursos dados”.
## Del granizo a los drones: investigando los secretos de las nubes
José Luis Sánchez, investigador de Física Atmosférica en la Universidad de León, lleva años estudiando las tormentas y el granizo. Recuerda su fascinación infantil por cómo el calor del verano podía derivar en la caída de hielo desde el cielo.
Sánchez está a la espera de financiación para un proyecto con el INTA que busca probar un sistema antihielo en drones, utilizando modelos climáticos de observación y predicción. «Hay un tipo de gotas en las nubes que están en fase líquida, aunque estén a temperaturas muy bajas. Cuando esas gotas impactan contra un avión o un dron, pueden congelar y producir una carga de hielo enorme: pueden formar un centímetro de hielo en un minuto».
La carga de hielo es un riesgo crucial en la aviación, y si bien los aviones comerciales tienen sistemas calefactores, los drones carecen de esa ventaja debido a limitaciones energéticas.
Sánchez y su equipo también trabajan en un proyecto para detectar, vía satélite, zonas de formación de granizo. Los datos recopilados a lo largo de más de 25 años revelan que, con el calentamiento global, hay más energía para que las tormentas sean más grandes, aunque no necesariamente implica más eventos de granizo. «En las zonas de montaña, no tiene tiempo para descongelarse y hemos visto que el número de impactos de granizo está aumentando. En las zonas cercanas a baja cota, a 100 o 200 metros de altura, sí le ha dado tiempo a descongelar. Aquí vemos claramente que cada vez hay menos días de granizo, pero más de granizo grande».
Así las cosas, mientras algunos científicos se dedican a desentrañar los misterios de las nubes y su impacto en el clima, otros buscan soluciones prácticas para mitigar los riesgos asociados a estos fenómenos atmosféricos. La carrera contra el cambio climático, al parecer, se libra también en las alturas.