La era digital transformó la expectativa romántica de «Tienes un e-mail» en una avalancha de correos sin leer, con promedios que superan el millar en algunos países. Expertos señalan que esta acumulación, producto de la hiperconexión y el consumismo, genera sobrecarga mental, estrés y procrastinación. Más allá de lo psicológico, dejar documentos importantes en la bandeja de entrada, confiando solo en el buscador, puede derivar en problemas prácticos como facturas impagas o la pérdida de información crítica. La organización en carpetas y la descarga proactiva son clave para mitigar este caos digital. El email, aunque «invisibilizado», sigue siendo un pilar fundamental de nuestro mundo conectado.
Aquella romántica fantasía de «Tienes un e-mail», donde la notificación de un nuevo correo prometía el mensaje esperado de un Tom Hanks virtual, hoy suena a cuento de otra época. En pleno 2025, la bandeja de entrada promedio se asemeja más a un laberinto de notificaciones incesantes que a un buzón coqueto. ¿Quién, con la mano en el corazón digital, no ha sentido el escalofrío de ver ese número creciente junto al ícono del correo, un monumento silencioso a la procrastinación y el caos electrónico?
Si aquella película de Nora Ephron transcurriera en nuestros días, los protagonistas probablemente tendrían que rescatar sus mensajes de amor entre una avalancha diaria de promociones, boletines a los que se suscribieron alguna vez y correos no deseados. La cruzada por el «inbox-zero», esa utopía de la bandeja de entrada vacía, se ha convertido en una meta inalcanzable para la mayoría.
Las estadísticas pintan un retrato incómodo de nuestra relación con el correo electrónico. Mientras AllAboutCookies cifra en mil los mails no abiertos en Estados Unidos, Hubspot apunta que el 40% de los consumidores tiene al menos cincuenta esperando su turno. Pero, ¿qué nos cuenta esta radiografía digital de nosotros mismos, como sociedad y como individuos? ¿Es un simple desorden o una señal de algo más profundo?
Elisenda Ardèvol, catedrática de Estudios de Artes y Humanidades de la UOC, sentencia: «La cantidad de correo que nos llega hace casi imposible su gestión diaria». Describe un escenario de «mensajes personalizados que no nos conciernen o que son para confirmar lo que ya sabemos», así como suscripciones a listas que «nos abruman». Ante tanta información «redundante, no solicitada o promocional», la mayoría opta por la vieja y conocida táctica de «después lo veo».
«Todos estos correos sin leer indican que vivimos en una sociedad hiperconectada, de abundancia comunicativa, superconsumista y sin consciencia del gasto energético que supone todo este envío digital», asegura Ardèvol. Un planteo que nos obliga a cuestionar no solo nuestra disciplina, sino también la vorágine de información que nos rodea.
El psicólogo José Antonio Tamayo, del Colegio Oficial de Psicología de Madrid, no se anda con chiquitas: la sobrecarga informativa es el origen del problema. Gestionar esa catarata digital es una tarea que, aunque no lo notemos, nos drena energía. «Nos enfrentamos a tal cantidad de mensajes diarios que abrir cada uno implica un esfuerzo de selección y decisión constante. Para muchas personas, evitar revisar o eliminar los correos es una manera de ahorrar energía mental y posponer decisiones ante informaciones que perciben como no urgentes», explica. Un comportamiento que, advierte, puede estar peligrosamente ligado a «la procrastinación, la evasión ante posibles tareas o incluso la ansiedad frente a demandas externas».
El drama del buzón lleno: más que un problema, ¿una radiografía social?
En las últimas dos décadas, la academia ha puesto el ojo en este fenómeno. Estudios, como el publicado en Human-Computer Interaction en 2021, revelan una tendencia preocupante: priorizamos los mensajes urgentes sobre los importantes y postergamos los no urgentes, respondiendo antes a los «fáciles». ¿Será que nuestra mente, en la era de la inmediatez, ya no tiene tiempo para lo realmente trascendente?
Otro estudio, de 2025, sugirió que la acumulación digital (y no solo de emails) se correlaciona con «fallos cognitivos», pequeños lapsus en tareas cotidianas. En los estudiantes analizados, el desorden digital predecía positivamente estos fallos, una relación mediada por la fatiga. Es decir, el caos en nuestra bandeja de entrada no solo nos estresa, nos vuelve más despistados.
La acumulación de mensajes sin atender puede generar sensaciones de culpa, sobrecarga y ansiedad, convirtiéndose en recordatorios visuales de tareas pendientes y compromisos sin cerrar. «El hecho de estar siempre conectados por medio del correo electrónico dificulta la desconexión y agrava el nivel de estrés digital», señala Tamayo. El paralelismo entre el desorden digital y el físico es asombroso: ambos están influenciados por procesos psicológicos compartidos, como la procrastinación, la dificultad para tomar decisiones y ciertos rasgos de la personalidad.
Así, nuestra bandeja de entrada se erige como un espejo, a veces incómodo, de quiénes somos. «Las personas con tendencia a la ansiedad, inseguridad o miedo a perder información relevante suelen acumular mensajes sin leer por temor a equivocarse al eliminar algo importante», observa Tamayo. Por otro lado, quienes «valoran el orden, el control y tienen rasgos perfeccionistas» buscan el inbox zero, encontrando en él «sensación de tranquilidad y dominio sobre sus asuntos digitales». Una declaración de principios, una batalla campal en cada buzón.
¿Correo electrónico o archivero de la desidia? El riesgo de la acumulación digital
Más allá de los padecimientos del alma digital, la bandeja de entrada sobrecargada esconde peligros más mundanos: el caos en el que se entierran documentos importantes. Matt Balogh, un investigador australiano, se propuso desentrañar cómo gestionamos estos archivos personales electrónicos. «Son documentos que se necesitan para lidiar con la vida diaria y que, hace 30 años, estaban en papel», enumera: «Facturas, recibos que es necesario guardar, garantías, manuales de electrodomésticos, informes médicos, documentos de seguros…».
Los resultados de uno de sus estudios, publicado en Information Research en 2024, son elocuentes: el 69% de los participantes dejaba esos archivos en el correo electrónico, frente a un 29% que los descargaba al disco duro, un 20% que los subía a la nube y un 8% que los guardaba en dispositivos móviles. Una clara mayoría confía en que el correo lo guarde todo.
Sin embargo, descargar algo es una cosa, y organizarlo es otra bien distinta. Balogh y su equipo también indagaron sobre el uso de carpetas. Mientras la mitad de quienes no descargaban nada sí organizaban en carpetas dentro del correo, el 77% de quienes sí descargaban lo hacía en su ordenador. La paradoja es que la facilidad de búsqueda de lo digital nos da «la sensación de que sí estamos gestionándolo todo de forma efectiva», explica Balogh. Pero esa misma comodidad, advierte, «da pie a errores y gastos innecesarios».
«Los participantes en la investigación que lo dejaban todo en la bandeja de entrada sin categorizar estaban por lo general bastante satisfechos con la situación», revela el investigador. Pero aquí viene la crujiente verdad: «cuando se les preguntaba si había surgido algún problema por habérseles pasado tareas al no gestionar sus documentos, la investigación mostraba una correlación fuerte entre despistes y la no gestión». La ilusión de control, al fin y al cabo, es solo eso: una ilusión.
La factura oculta de la hiperconectividad: estrés y decisiones postergadas
Para aquellos que se identifican con el equipo «todo en la bandeja de entrada porque para eso está su buscador», pero que también recuerdan algún susto reciente, Balogh tiene un mensaje claro: dedicarle un poco de tiempo a ese caos es una inversión. Quienes usan carpetas o etiquetas, tanto en el correo como en el ordenador o la nube, experimentan menos descuidos que quienes confían en la acumulación y las herramientas de búsqueda.
Otro consejo básico, casi una obviedad que solemos ignorar, es no olvidar los correos que, en lugar de adjuntar archivos, contienen un enlace para descargarlos: hay que hacer clic, guardarlos y organizarlos. No solo para detectar a tiempo errores en facturas o extractos, sino para evitar perderlo todo al cambiar de banco o encontrarse con enlaces que, con el tiempo, dejan de funcionar.
Finalmente, Balogh recomienda borrar los correos innecesarios para reducir el desorden y transformar la bandeja de entrada en una especie de lista de tareas pendientes. «Cuando la gente hace esas tres cosas, descubre que se reduce el número de problemas como tener de pronto una póliza de seguro caducada o costes extra por pagar fuera de plazo impuestos o facturas. Y les es más fácil reunir los documentos que necesitan para las declaraciones de impuestos o para solicitar un préstamo», concluye. La eficiencia, al parecer, no es magia, sino método.
El problema de las bandejas de entrada sobrecargadas no es una novedad. El concepto inbox-zero, esa bandera de la organización digital, lo acuñó el escritor Merlin Mann allá por 2006. Veinte años después, alcanzarlo sigue siendo un propósito de Año Nuevo recurrente, lo que subraya la vigencia, y a la vez el drama, del correo electrónico. «Hablamos mucho de las redes sociales, parece que el email sea algo del pasado o no le damos importancia. Ha quedado invisibilizado, como toda tecnología que pasa a formar parte de nuestras vidas cotidianas», reflexiona Elisenda Ardèvol. Pero la realidad es otra: «la mayor parte de transacciones pasan por el correo digital. Es una pieza clave de nuestro sistema mundo». Y como una ironía del destino, todos los expertos consultados para este artículo enviaron sus valiosas respuestas y reflexiones, claro está, por correo electrónico.