Gimnasios y redes: ¿postureo o privacidad?

Redacción Cuyo News
9 min
Cortito y conciso:

La proliferación de la autofilmación en gimnasios para redes sociales ha generado un debate entre quienes comparten sus rutinas y quienes buscan entrenar sin aparecer en videos ajenos. Mientras la industria del fitness crece, impulsada en parte por usuarios jóvenes activos en redes, surgen conflictos por la privacidad, llevando incluso a multas millonarias contra centros deportivos por no garantizar el consentimiento de sus clientes al ser grabados. Expertos señalan los riesgos legales y la necesidad de empatía entre usuarios, mientras la industria coquetea con espacios «instagrameables» y otros intentan proteger la intimidad.

La creciente influencia de las redes sociales ha reconfigurado, para bien o para mal, la experiencia de ir al gimnasio. Ya no se trata solo de sudar la gota gorda, sino también de registrar cada paso, cada repetición, con la misma devoción con la que se documenta un concierto o un plato de comida. El fenómeno, que algunos ven como una natural evolución digital y publicitaria, otros lo sufren como una invasión a su derecho a levantar fierros (o hacer spinning) en paz, sin ser extras involuntarios en el videoblog de nadie.

H2>La millonaria industria del «selfie» en el gimnasio

Con un sector del fitness que mueve cifras sideroides –unos 2.100 millones de euros anuales en España, con 5,4 millones de clientes–, no es de extrañar que las redes sociales se hayan convertido en un filón de oro. Y aquí viene lo interesante: casi la mitad de esos usuarios, cerca del 40%, tiene entre 14 y 24 años. ¡Qué casualidad! La franja de la población que vive pegada a la pantalla y comparte hasta el color de su orina. Claro, no son los únicos. Cualquiera puede ser víctima (o protagonista, según se mire) de una cámara indiscreta con fines de «contenido». Gimnasios, entrenadores e ‘influencers’, todos aprovechan esta ola. Y ojo, también el «usuario anónimo», ese que quizás sueña con ser el próximo gurú del músculo.

Laura Moreno, entrenadora personal de 32 años, defiende su derecho a filmar sus rutinas. «Me es muy útil para generar contenido, para mostrar alguna técnica o para explicar rutinas de entrenamiento a mis clientes», asegura. Vaya, el viejo truco de la «utilidad» para justificar la exposición. Reconoce, a regañadientes, que «siempre hay que grabar con ciertas precauciones para tratar de que salga la menor cantidad de gente posible». Un eufemismo que, seamos sinceros, a veces es más deseo que realidad.

H3>Cuando tu entrenamiento se vuelve el fondo de la escena

Aquí aparece Rodrigo, 32 años, uno de esos individuos que suelen desfilar, sin querer, por el fondo de los videos. Y no le hace ninguna gracia. «A mí me molesta. Antes la gente venía a ponerse en forma, pero ahora, con esto de las redes sociales, todo se ha convertido en un postureo», sentencia. Una declaración que resuena en el corazón de muchos que solo quieren transpirar sin el foco encima. Moreno, desde la otra trinchera, responde con la típica cantinela motivacional: «Más allá de verte guapa o guapo, estás motivando a otra gente que quiere alcanzar el mismo objetivo». ¿Motivación o exposición forzada? Ahí el debate.

Pero no todo es blanco o negro. Borja González, veterano de gimnasios con 35 años y más de 15 de entrenamiento, es más pragmático. «Por mí, que se graben; siempre y cuando no molesten por llevar un trípode muy aparatoso o acaparar los aparatos durante mucho tiempo», apunta. Reconoce, eso sí, que en sus inicios se motivaba con el contenido de otros, aunque él no se graba. Un punto interesante: consumir contenido ajeno para progresar es una cosa, ser parte involuntaria de él, otra muy distinta.

El asunto, como era de esperar, ha saltado del ámbito de la «etiqueta» al de la ley. Recientemente, la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) metió un flor de palo: una multa de 21.000 euros a un gimnasio en Madrid por grabar una clase sin el consentimiento adecuado de sus socios. «Cada vez crecen más este tipo de delitos en Internet y los afectados”. Lo dice Pablo Maza, abogado experto en redes sociales. Parece que grabar a mansalva tiene consecuencias.

Las leyes de privacidad y protección de datos existen, aunque, ¿se cumplen? Desde el año pasado, los centros deben informar sobre sus políticas de grabación y, lo que es crucial, obtener el consentimiento explícito. Algunas regiones incluso prohíben grabar en vestuarios y zonas de ejercicio sin autorización. «Creo que debemos ser más empáticos entre nosotros, tanto los que queremos ser grabados como los que no quieren salir en redes sociales», reflexiona Moreno. Una reflexión tibia, pero que al menos reconoce la tensión.

H3>De multas a la cárcel: el lado oscuro de la grabación

Maza, el abogado, afina la puntería legal. No es lo mismo un «accidente» en el fondo de un plano que una grabación continua y cercana. La segunda puede vulnerar el derecho al honor, la intimidad y la propia imagen. Hacer deporte, para él, es «algo íntimo». Y la cosa puede ponerse picante. En Chile, por ejemplo, un juez está siendo procesado por una causa mucho más turbia: grabar a más de 90 mujeres en un gimnasio con fines sexuales. Un recordatorio macabro de que, detrás de la supuesta «motivación» de las redes, pueden esconderse intenciones muy oscuras.

En España, grabar sin consentimiento puede terminar en multas o, en casos extremos, en penas de hasta cuatro años de prisión. Si las imágenes se difunden, el panorama empeora. Ante esto, algunos gimnasios están tomando medidas. Clandextino, en Madrid, pide permiso antes de grabar y, si alguien se niega, lo excluye o recorta el plano. Pero no siempre es fácil controlar a todos los que andan con el celular en mano.

En Estados Unidos, el fenómeno se replica, y varias cadenas optan por restringir el uso de móviles en sus instalaciones. La prohibición total, según Maza, «acabarán» llegando. «La gente va allí a desconectar y eso es contrario al fenómeno de quien quiere ser ‘influencer’ de gimnasio», sentencia. Clara como el agua.

Pero Moreno, la entrenadora, insiste en el lado positivo de la autofilmación: «Si la gente se acostumbrara a grabarse más y a verse más, les resultaría muy útil para aprender y mejorar». Una visión que choca de frente con la idea de desconectar.

Ante este panorama de conflicto y cohabitación forzada, una solución parece asomar en el horizonte: las zonas de grabación designadas. Un lugar donde los que quieran exhibirse puedan hacerlo sin molestar a los demás. «Supongo que, por mera lógica empresarial, los gimnasios acabarán dividiendo al público más joven y al público más ‘senior’ que quiere más intimidad», dice Maza. La clave, coinciden las fuentes, es que la exposición sea una decisión personal. Mientras tanto, el gimnasio sigue siendo una suerte de reality show espontáneo, donde el sudor y los filtros de Instagram se mezclan en una coctelera de difícil digestión para algunos.

Compartir

🔺 Tendencia

🔺 Tendencia