IA y privacidad: cómo limitar el uso de tus datos en apps diarias

Redacción Cuyo News
13 min
Cortito y conciso:

La inteligencia artificial (IA) ya maneja casi todo lo que hacemos en nuestras apps favoritas, desde Gmail hasta Spotify. ¿Queremos parar la pelota con la recolección de datos? Mala noticia: apagar la IA por completo es casi una utopía. Pero ojo, que no todo está perdido: todavía podemos meterle mano para limitar qué datos entregamos y con qué fin. Acá te contamos cómo, plataforma por plataforma, para que no te vendan gato por liebre.

La inteligencia artificial (IA) dejó de ser una quimera futurista para convertirse en el arquitecto invisible de nuestra vida digital. No hay app que se salve: desde el bendito Gmail, que nos filtra el spam sin que nos demos cuenta, hasta Instagram, que decide con mano de hierro qué contenido te muestra, pasando por Spotify, que te arma la playlist perfecta como si te leyera la mente. La IA está en todos lados y, para bien o para mal, ya es parte del ADN de casi todas las plataformas que consumimos a diario.

Ahora, si usted es de los que frunce el ceño cada vez que escucha la palabra ‘datos’ y ‘recolección’ en la misma frase, prepárese para una revelación que, quizás, no le caiga del todo bien: desactivar la IA por completo es, en la vasta mayoría de los casos, una misión imposible. Es el corazón del sistema, y sin ella, simplemente no hay servicio. Sin embargo, no todo es resignación. Existe una luz al final del túnel, una pequeña, pero significativa, posibilidad de limitar el banquete de información que estas plataformas se dan con nuestra vida digital. La pregunta es: ¿cuánto control real tenemos?

En las próximas líneas, vamos a desmenuzar, plataforma por plataforma, la cruda verdad de lo que podemos y no podemos hacer para proteger nuestra privacidad, para que, al menos, sepamos dónde estamos parados en esta era de algoritmos omnipresentes.

El imperio de Google: IA en cada clic y cada pixel

Empecemos por el gigante de Mountain View, ese que nos acompaña desde que abrimos la pestaña del navegador. Google se vale de la inteligencia artificial para casi todo: desde barrer con el spam en Gmail y sugerir respuestas que parecen sacadas de nuestra propia cabeza, hasta recomendarnos videos en YouTube con una precisión que asusta, pasando por el autocompletado mágico y la organización casi autónoma de nuestros archivos. Es decir, sin IA, Google no sería Google.

Y aquí viene el primer baldazo de agua fría: si su idea es apagar la IA de Google, olvídese. Es tan vital para sus servicios que es inseparable. ¿Pero hay algo que podamos hacer? Sí, algo se puede. Para ponerle un freno a la recolección masiva de datos, hay que ir a la sección Datos y privacidad de su cuenta. Allí, el primer paso es pausar el historial de actividad en la web y en aplicaciones, el historial de ubicaciones (¿quién necesita que Google sepa dónde estuvimos hasta para ir al kiosco?) y el historial de YouTube. Parece poco, pero es un comienzo.

Además, no está de más darse una vuelta por Configuración de anuncios para desactivar la personalización, y revisar con lupa la sección Mi actividad para borrar esos rastros digitales viejos que, a esta altura, solo sirven para alimentar más algoritmos. Un pequeño acto de rebeldía digital en un mar de control.

Meta: el algoritmo que nos conoce mejor que nuestros amigos

Pasamos de Google a Meta, la compañía de Zuckerberg que alberga a Instagram y Facebook. Aquí la IA es la orquesta que dirige el show completo: organiza el feed para que veamos lo que ‘debemos’ ver, nos empuja recomendaciones que misteriosamente nos interesan, personaliza los anuncios hasta el hartazgo y, claro, detecta contenidos, lo cual a veces es bueno, a veces… cuestionable. Y como si fuera poco, toda esa información nutre sus propias herramientas de IA generativa.

¿Podemos apagar este Gran Hermano digital? La respuesta, previsiblemente, es no. Pero, atención, porque hay una pequeña ventaja para los habitantes del viejo continente: los ciudadanos de la Unión Europea tienen el derecho de oponerse al uso de sus datos para el entrenamiento de estos modelos. Un privilegio que aquí, en estas latitudes, miramos con cierta envidia.

Para quienes puedan, el camino es Configuración y privacidad, y luego Anuncios. Ahí se puede achicar la personalización basada en nuestra actividad fuera de Meta y en los intereses publicitarios. Más adelante, en Información y permisos, está el famoso formulario de oposición al entrenamiento de IA. Los especialistas, con razón, nos advierten: revisen las apps y webs conectadas a su cuenta. Y una verdad incómoda: la personalización del feed seguirá activa. Meta seguirá usando IA para mostrarnos contenido. El control es relativo, la máquina sigue mandando.

WhatsApp: ¿el oasis de la privacidad en la tormenta de IA?

Y si hablamos de Meta, no podemos obviar a WhatsApp, la aplicación que se convirtió en una extensión de nuestras manos. Seguramente ya notaron ese pequeño círculo azul que apareció en sus chats: es Meta AI, el chatbot que llegó para ‘facilitarnos’ la vida, prometiendo buscar información, generar textos creativos, traducir, resumir y hasta escribir código. Un verdadero comodín digital.

Aquí viene una de cal y una de arena. La buena noticia, al menos, es que si no se le da bola a esta herramienta, es decir, si no se interactúa con ella, Meta asegura que no recoge ni analiza nuestros datos. Un respiro, aunque sea pequeño. Y lo mejor de todo es que, gracias al cifrado de extremo a extremo, las conversaciones privadas permanecen, en teoría, a salvo de los ojos y oídos de la inteligencia artificial. ¿Un oasis de privacidad en el desierto de la recolección de datos? Quizás. O quizás solo una tregua.

Apple: ¿el bastión de la privacidad o un mero espejismo?

Ahora bien, si lo suyo es el ecosistema de la manzanita, la narrativa cambia un poco, o al menos eso nos quieren hacer creer. Los dispositivos de Apple también se valen de la IA para el reconocimiento facial que desbloquea el teléfono con un parpadeo, o para las famosas sugerencias de Siri. Sin embargo, la gran diferencia, según la compañía de Cupertino, es que la mayor parte de este procesamiento se realiza directamente en el propio aparato.

Esto, en teoría, minimiza el envío de información a servidores remotos y, con ello, reduce el uso de nuestros datos para entrenar esos modelos globales que tanto nos preocupan. Así, cuando su iPhone reconoce caras en Fotos, clasifica correos en Mail, predice la palabra que va a escribir o le sugiere una app, todo eso se cocina en casa, en su propio dispositivo. Una supuesta tranquilidad para el usuario.

Claro, para tareas más complejas, hay que mandar la información a los servidores de Apple. Pero, ¡atención!, la empresa jura y perjura que esos datos viajan cifrados, no se asocian directamente a la cuenta del usuario y se borran una vez que la tarea está terminada. ¿Y cómo entrenan sus modelos entonces? Aquí viene la ‘solución creativa’: Apple dice usar datos sintéticos, es decir, generados artificialmente, para reducir los riesgos de privacidad. ¿Una jugada maestra o una forma elegante de maquillar la realidad? La duda siempre está presente, pero, al menos, la intención es noble.

X (antes Twitter): el laboratorio de Musk y la libertad vigilada

Y no podíamos dejar de lado a la plataforma que alguna vez conocimos como Twitter y que ahora, bajo la batuta de Elon Musk, es simplemente X. Aquí la IA también tiene un rol central: se encarga de la moderación de contenidos (con todo lo que eso implica en una red tan convulsionada) y, además, es el combustible que alimenta a Grok, su modelo generativo estrella.

La salvedad, y el punto a tener en cuenta, es que si bien uno puede intentar limitar el uso de sus datos para el entrenamiento de esta IA, la verdad de la milanesa es que sus tuits públicos, esos que uno lanza al aire sin filtros, siguen siendo analizados por sistemas automáticos. ¿Para qué? Para la moderación, para las recomendaciones (para que usted vea lo que X quiere que vea) y para el funcionamiento general de la plataforma. La libertad de expresión, en X, parece venir con una vigilancia algorítmica constante.

Si quiere ponerle algún tipo de coto, el camino es Configuración y privacidad, y luego Privacidad y seguridad. Allí, hay que buscar la opción relacionada con el uso de datos para IA y desactivar la opción de entrenamiento. Un pequeño parche en una canilla que gotea información sin parar.

Spotify: la banda sonora de nuestras vidas, ¿con costo de privacidad?

Finalmente, llegamos a Spotify, el musicalizador de nuestras vidas, el que nos acompaña en la rutina y en los momentos especiales. Aquí, la inteligencia artificial es la batuta que dirige la orquesta entera: nos hace recomendaciones que, hay que admitirlo, muchas veces le aciertan; nos genera playlists personalizadas que parecen leer nuestro estado de ánimo y nos facilita el descubrimiento de nueva música. Sin la IA, Spotify no sería ni la sombra de lo que es.

La mala noticia, si es que todavía se sorprende, es que nada de esto se puede desactivar. Apagar la IA en Spotify es como pretender que una orquesta toque sin director. Es la esencia de su servicio, lo que lo hace funcional y, sobre todo, adictivo. Entonces, ¿todo perdido?

Bueno, no del todo. Si usted es usuario de la versión gratuita, al menos puede desactivar los anuncios personalizados, un pequeño gesto para evitar que su música sea interrumpida por publicidades demasiado precisas. Y, para los más valientes, siempre queda la opción de solicitar el acceso o el borrado de sus datos personales, amparados en normativas como el RGPD. Un derecho que, aunque tedioso de ejercer, demuestra que todavía tenemos, aunque sea por un hilo, un mínimo de injerencia sobre nuestra huella digital.

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