En la década de 2010, un sitio web conocido como «Let Me Google That For You» (Déjame buscarlo en Google) alcanzó notable popularidad por su propósito singularmente sarcástico. La plataforma permitía generar un enlace personalizado que, al ser enviado a quien formulaba una pregunta, reproducía una animación ilustrando el proceso de búsqueda en Google. La premisa era clara: evidenciar la sencillez con la que el interlocutor podría haber encontrado la respuesta por sí mismo.
Fundamentalmente, se trataba de un elegante insulto digital; ingenioso, pero innegablemente descortés.
Si bien una dosis controlada de insolencia puede ser admisible en contextos específicos, como frente a individuos hostiles que deliberadamente agotan el tiempo con preguntas triviales en redes sociales (una suerte de agresión pasiva con premio), su aplicación en ámbitos personales o profesionales adquiere una connotación diferente. Utilizar «Déjame buscarlo en Google» en estos escenarios sugiere una marcada falta de respeto hacia la persona y una descalificación de su interrogante como una pérdida de tiempo.
Si alguien en su entorno laboral o personal le consulta, busca su perspectiva específica. Por lo tanto, la respuesta idealmente debería provenir de usted, aportando un contexto único que solo usted puede ofrecer, en lugar de remitir a una página de resultados genéricos.
Ahora bien, ya en 2025, los creadores de esta peculiar herramienta han evolucionado, presentando «Let Me ChatGPT That For You», cuya funcionalidad es exactamente la que uno imagina. Su existencia subraya una nueva dimensión de la descortesía: responder una pregunta con la «salida de una IA», especialmente en un contexto más profesional, se ha vuelto un gesto tan poco elegante como inesperado.
El laberinto de la cortesía digital: ¿es la IA el nuevo «googléalo»?
Indicar a alguien que «busque en Google» puede resultar satisfactorio en lo personal, pero raramente es útil. Extrapolando este concepto, copiar y pegar, o incluso hacer una captura de pantalla, de una conversación con ChatGPT, Claude o cualquier otro agente de inteligencia artificial, se inscribe en la misma categoría: ni es útil ni es considerado.
El desarrollador Alex Martsinovich abordó este punto en una de sus publicaciones, calificando de descortés mostrar resultados de IA a interlocutores humanos. Su opinión sobre la etiqueta en el uso de la IA es categórica: «solo se puede transmitir el resultado de la IA si se adopta como propio o si hay un consentimiento explícito de la parte receptora». Consideramos este marco como un estándar razonable para la interacción con inteligencia artificial.
Si alguien le formula una pregunta, teniendo la posibilidad de consultársela a una máquina, es porque valora su punto de vista. Internet, al menos en su concepción original, existe para conectar a seres humanos y permitirnos capitalizar el conocimiento mutuo. Responder con resultados generados por IA, particularmente sin declarar su origen, ignora esta dinámica fundamental.
Es importante recalcar: existen situaciones donde la intención es ser descortés. Ello no modifica el carácter impolítico del acto.
La sombra de la imprecisión: cuando la IA «alucina»
Existe una razón adicional para considerar la difusión de resultados de IA como un acto descortés: la posibilidad de que sean completamente erróneos. Aunque los modelos de lenguaje evolucionan constantemente, aún incurren en errores, algunos de ellos sorprendentemente hilarantes. Compartir resultados de un gran modelo de lenguaje (LLM) en conversaciones, sin una verificación previa de su exactitud, conlleva el riesgo de propagar información errónea.
Peor aún, al no declarar que los resultados provienen de una IA, se transmite la impresión de que usted avala y puede responder por la veracidad de dicha información, cargando con la responsabilidad de posibles «alucinaciones» digitales.
La IA como herramienta, no como oráculo
Nada de lo expuesto sugiere que la inteligencia artificial carezca de utilidad o que no deba emplearse para responder interrogantes. Sin embargo, al igual que con Google, utilizar la IA para obtener respuestas no constituye el fin del trabajo, sino su punto de partida.
Cuando la IA se emplea como herramienta de investigación, su función primordial es la de catalizador para la búsqueda de fuentes primarias. Es apropiado solicitar un panorama general, pero también artículos y estudios que permitan profundizar en un tema. Posteriormente, la tarea recae en el usuario: analizar esas fuentes para determinar si el resumen de la IA es preciso o no. Es incluso recomendable complementar la investigación con el contacto directo a los expertos involucrados, para que la humanidad siga en el circuito.
La cortesía digital enfrenta un nuevo desafío con la proliferación de herramientas como 'Let Me Google That For You' y su sucesor, 'Let Me ChatGPT That For You'. Estas plataformas, diseñadas originalmente para responder sarcásticamente a preguntas básicas, ahora exponen la creciente descortesía de emplear respuestas generadas por inteligencia artificial como sustituto de la opinión humana o la investigación personal, particularmente en entornos profesionales donde la precisión y el contexto son fundamentales.
Resumen generado automáticamente por inteligencia artificial
Contenido humorístico generado por inteligencia artificial
En la década de 2010, un sitio web conocido como «Let Me Google That For You» (Déjame buscarlo en Google) alcanzó notable popularidad por su propósito singularmente sarcástico. La plataforma permitía generar un enlace personalizado que, al ser enviado a quien formulaba una pregunta, reproducía una animación ilustrando el proceso de búsqueda en Google. La premisa era clara: evidenciar la sencillez con la que el interlocutor podría haber encontrado la respuesta por sí mismo.
Fundamentalmente, se trataba de un elegante insulto digital; ingenioso, pero innegablemente descortés.
Si bien una dosis controlada de insolencia puede ser admisible en contextos específicos, como frente a individuos hostiles que deliberadamente agotan el tiempo con preguntas triviales en redes sociales (una suerte de agresión pasiva con premio), su aplicación en ámbitos personales o profesionales adquiere una connotación diferente. Utilizar «Déjame buscarlo en Google» en estos escenarios sugiere una marcada falta de respeto hacia la persona y una descalificación de su interrogante como una pérdida de tiempo.
Si alguien en su entorno laboral o personal le consulta, busca su perspectiva específica. Por lo tanto, la respuesta idealmente debería provenir de usted, aportando un contexto único que solo usted puede ofrecer, en lugar de remitir a una página de resultados genéricos.
Ahora bien, ya en 2025, los creadores de esta peculiar herramienta han evolucionado, presentando «Let Me ChatGPT That For You», cuya funcionalidad es exactamente la que uno imagina. Su existencia subraya una nueva dimensión de la descortesía: responder una pregunta con la «salida de una IA», especialmente en un contexto más profesional, se ha vuelto un gesto tan poco elegante como inesperado.
El laberinto de la cortesía digital: ¿es la IA el nuevo «googléalo»?
Indicar a alguien que «busque en Google» puede resultar satisfactorio en lo personal, pero raramente es útil. Extrapolando este concepto, copiar y pegar, o incluso hacer una captura de pantalla, de una conversación con ChatGPT, Claude o cualquier otro agente de inteligencia artificial, se inscribe en la misma categoría: ni es útil ni es considerado.
El desarrollador Alex Martsinovich abordó este punto en una de sus publicaciones, calificando de descortés mostrar resultados de IA a interlocutores humanos. Su opinión sobre la etiqueta en el uso de la IA es categórica: «solo se puede transmitir el resultado de la IA si se adopta como propio o si hay un consentimiento explícito de la parte receptora». Consideramos este marco como un estándar razonable para la interacción con inteligencia artificial.
Si alguien le formula una pregunta, teniendo la posibilidad de consultársela a una máquina, es porque valora su punto de vista. Internet, al menos en su concepción original, existe para conectar a seres humanos y permitirnos capitalizar el conocimiento mutuo. Responder con resultados generados por IA, particularmente sin declarar su origen, ignora esta dinámica fundamental.
Es importante recalcar: existen situaciones donde la intención es ser descortés. Ello no modifica el carácter impolítico del acto.
La sombra de la imprecisión: cuando la IA «alucina»
Existe una razón adicional para considerar la difusión de resultados de IA como un acto descortés: la posibilidad de que sean completamente erróneos. Aunque los modelos de lenguaje evolucionan constantemente, aún incurren en errores, algunos de ellos sorprendentemente hilarantes. Compartir resultados de un gran modelo de lenguaje (LLM) en conversaciones, sin una verificación previa de su exactitud, conlleva el riesgo de propagar información errónea.
Peor aún, al no declarar que los resultados provienen de una IA, se transmite la impresión de que usted avala y puede responder por la veracidad de dicha información, cargando con la responsabilidad de posibles «alucinaciones» digitales.
La IA como herramienta, no como oráculo
Nada de lo expuesto sugiere que la inteligencia artificial carezca de utilidad o que no deba emplearse para responder interrogantes. Sin embargo, al igual que con Google, utilizar la IA para obtener respuestas no constituye el fin del trabajo, sino su punto de partida.
Cuando la IA se emplea como herramienta de investigación, su función primordial es la de catalizador para la búsqueda de fuentes primarias. Es apropiado solicitar un panorama general, pero también artículos y estudios que permitan profundizar en un tema. Posteriormente, la tarea recae en el usuario: analizar esas fuentes para determinar si el resumen de la IA es preciso o no. Es incluso recomendable complementar la investigación con el contacto directo a los expertos involucrados, para que la humanidad siga en el circuito.