Un reciente análisis ha trazado paralelismos inquietantes entre el auge de la inteligencia artificial (IA) y los imperios históricos, revelando una serie de prácticas que evocan la apropiación, la explotación y el control característicos de las potencias imperiales del pasado. El estudio, que ha generado un intenso debate en el ámbito tecnológico y académico, destaca cómo las empresas líderes en el desarrollo de la IA están redefiniendo las dinámicas de poder en el siglo XXI.
La IA como nuevo imperio: paralelismos históricos
La investigación argumenta que las «empresas de IA» operan de manera similar a los imperios, reclamando recursos y mano de obra que no les pertenecen, interpretando las normas para justificar sus acciones. «La razón por la que utilizo el término ‘imperio’ está relacionada con el hecho de que existen cuatro paralelismos clave entre los imperios actuales de la IA y los imperios históricos», señala el autor del análisis.
Uno de los puntos clave es la extracción de datos de internet, que las empresas de IA justifican como «dominio público», a pesar del desacuerdo de las personas cuyos datos son utilizados. Además, se critica la explotación de la mano de obra en el Sur global y en comunidades vulnerables, como en Kenia, para producir tecnología de IA. La automatización del trabajo, impulsada por la IA, también genera preocupación por la supresión del mercado laboral y el socavamiento de los derechos de los trabajadores.
El control del conocimiento y la narrativa del «imperio bueno»
Otro paralelismo alarmante es el control de la producción de conocimiento por parte de la industria de la IA. Las empresas ofrecen salarios extremadamente altos, monopolizando la investigación y distorsionando la ciencia en función de sus intereses comerciales. Esta concentración de poder en la producción de conocimiento plantea serias interrogantes sobre la transparencia y la rendición de cuentas en el desarrollo de la IA.
Además, el análisis destaca la narrativa de los «buenos» contra los «malos» que utilizan las empresas de IA para justificar su expansión y control. OpenAI, por ejemplo, ha identificado a Google y a China como imperios «malos» a los que enfrentarse, creando una narrativa que sugiere que su propio dominio es necesario para «civilizar el mundo» y «traer el progreso». Esta estrategia narrativa plantea interrogantes sobre los verdaderos motivos detrás del desarrollo de la IA y los riesgos de concentrar el poder en manos de unas pocas empresas.
El caso de Chile: extractivismo y los costos del «progreso»
El análisis también examina el caso de Chile como un ejemplo de cómo la extracción de recursos para la IA impacta negativamente a las comunidades locales. La historia de Chile, marcada por la explotación de sus recursos naturales por potencias extranjeras, se repite en el contexto de la IA. «El término ‘extractivismo’ viene del español y se debe a cómo América Latina ha lidiado históricamente con la extracción a gran escala de sus recursos, y sin beneficio local», se explica en el estudio.
En el norte de Chile, la minería en el desierto de Atacama extrae minerales como el litio y el cobre, esenciales para la construcción de centros de datos y redes eléctricas para la IA. Sin embargo, los líderes indígenas del desierto denuncian que esta extracción no trae progreso a sus comunidades, sino que las empobrece y las despoja de sus tierras. «Cuando hablé con los líderes indígenas del desierto, fueron muy claros sobre cómo su litio se extrae para construir autos eléctricos y lo mismo ocurre con el cobre, que en cambio se extrae para la IA. ¿Progreso para quién?», cuestiona el análisis.
La situación en Chile plantea interrogantes fundamentales sobre el costo real del «progreso» tecnológico y la necesidad de garantizar una distribución justa de los beneficios y las cargas de la IA. A medida que la IA continúa transformando el mundo, es crucial analizar críticamente sus implicaciones sociales, económicas y políticas, y evitar repetir los errores del pasado imperialista.