La IA: ¿la burbuja tecnológica definitiva? Un análisis crucial

Redacción Cuyo News
6 min

La inteligencia artificial (IA) podría no ser simplemente una “burbuja”, ni siquiera una de grandes dimensiones. Podría ser, parafraseando a los más audaces, la burbuja definitiva; aquella que, de ser diseñada en un laboratorio con el objetivo de encarnar el ideal platónico de una burbuja tecnológica, reventaría a todas las demás. Un fenómeno que, sin duda, merece un análisis pormenorizado.

Desde el suceso viral de ChatGPT a fines de 2022, que impulsó a innumerables empresas en Silicon Valley y más allá a reorientar su estrategia hacia la IA, la sensación de un inflado burbujístico se ha vuelto ineludible. Ya en mayo de 2023 los titulares lo advertían, y para el otoño se había consolidado como la opinión generalizada. Analistas financieros, firmas de investigación independientes, escépticos tecnológicos e incluso los propios ejecutivos del sector coinciden: estamos frente a una particular burbuja de inteligencia artificial.

¿Por qué se habla de la burbuja de la IA?

Sin embargo, a medida que el debate sobre la burbuja escalaba, pocos se detuvieron a analizar con precisión por qué la IA encaja en esta categoría, qué implicancias reales posee y qué significa esto. No basta con señalar la especulación desenfrenada, que es evidente, o la inversión en IA, que supera en 17 veces lo inyectado en empresas de internet antes de la crisis de las puntocom. Es cierto que se registran niveles de concentración de mercado sin precedentes; y que, sobre el papel, Nvidia se ha llegado a valorarse, en ciertas ocasiones, en casi la totalidad de la economía canadiense. Pero, en teoría, aún podría argumentarse que el mundo considera que la IA justifica semejante caudal de inversión.

Lo que se buscaba era un método fiable y probado para evaluar y comprender la “manía” por la IA. Para ello, la referencia obligada fueron los académicos que literalmente escribieron el libro sobre las burbujas tecnológicas.

En 2019, los economistas Brent Goldfarb y David A. Kirsch, de la Universidad de Maryland, publicaron Bubbles and Crashes: The Boom and Bust of Technological Innovation. Mediante el examen de unos 58 ejemplos históricos, que abarcan desde la iluminación eléctrica hasta la aviación y el auge de las puntocom, Goldfarb y Kirsch desarrollan un marco para determinar si una innovación específica condujo a una burbuja. Numerosas tecnologías que se convirtieron en grandes éxitos empresariales, como el láser, el freón y la radio FM, no generaron burbujas. Otras, como los aviones, los transistores y la radio, sí lo hicieron.

Mientras que muchos economistas conciben los mercados como el resultado de decisiones acertadas tomadas por agentes puramente racionales (al punto de que algunos incluso niegan la existencia de las burbujas), Goldfarb y Kirsch sostienen que la historia de lo que una innovación puede lograr, su utilidad y el potencial de generación de capital, crea las condiciones para que se origine una burbuja en el mercado. “Nuestro trabajo pone en primer plano el papel de la narrativa”, escriben. “No podemos entender los resultados económicos reales sin entender también cuándo surgen las historias que influyen en las decisiones”.

El marco de Goldfarb y Kirsch para evaluar las burbujas tecnológicas considera cuatro factores principales: la presencia de incertidumbre, las empresas pure play, los inversionistas novatos y las narrativas en torno a las innovaciones comerciales. Los autores identifican y evalúan los factores implicados, y clasifican sus ejemplos históricos en una escala de 0 a 8, siendo 8 el valor que indica mayor propensión a predecir una burbuja.

Al comenzar a aplicar este marco a la IA generativa, se estableció contacto con Goldfarb para recabar su opinión sobre la posición de la última “locura” de Silicon Valley en cuanto a su cualidad de “burbuja”, aunque es preciso señalar que estas son las conclusiones de este análisis, no las suyas, a menos que se indique lo contrario.

La incertidumbre

En 1895, la ciudad de Austin, Texas, adquirió torres de luz de luna (moonlight towers) de 50 metros de altura y las instaló en puntos de acceso público. Las torres estaban equipadas con lámparas de arco, que quemaban filamentos de carbono. Los espectadores se reunían para contemplar con asombro la lluvia de ceniza que caía sobre ellos.

Según Goldfarb, el valor de algunas tecnologías es evidente desde el inicio. La iluminación eléctrica “era tan claramente útil, que podías imaginar inmediatamente ‘Oh, podría tener esto en mi casa’”. Aun así, escriben él y Kirsch en el libro, “por maravillosa que fuera la luz eléctrica, la economía estadounidense pasaría las cinco décadas siguientes averiguando cómo explotar plenamente la electricidad”.

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