La eSIM, entre promesas y trabas: el futuro móvil que no llega

Redacción Cuyo News
6 min
Cortito y conciso:

La tecnología eSIM, presentada en 2016 como la revolución de las tarjetas SIM con promesas de comodidad, seguridad y conectividad para «wearables», no logró la masificación esperada. Pese al reciente impulso del «iPhone Air», que eliminó la SIM física, su disponibilidad es limitada entre operadores y dispositivos, y el proceso de activación dista de ser el simple y universal que se vendió. Una década después, sus beneficios coexisten con barreras que impiden su despegue, planteando interrogantes sobre los intereses que frenan su avance.

2016 fue el año en que se presentó el primer dispositivo compatible con eSIM. Esa fue la gran noticia, la promesa de una tarjeta virtual que nos libraría de los plásticos, nos daría libertad para cambiar de operador con un clic y nos mantendría conectados a nuestros «wearables» sin ataduras. Un «smartwatch», el Samsung Gear S2 Classic 3G, fue el pionero, abriendo la puerta a un futuro sin límites para llamadas, mensajes y música en plataformas de streaming. Nueve años después, uno se pregunta: ¿dónde está esa revolución?

Porque la realidad, queridos lectores, es que la eSIM, esa maravilla tecnológica que lleva casi una década entre nosotros, sigue siendo más una anécdota que una norma. Ahora, el «iPhone Air» de Apple, un dispositivo que promete ser la delgadez hecha teléfono al prescindir de la SIM tradicional, la vuelve a poner en el centro del debate. ¿Es este el empuje definitivo o solo otro capítulo en la novela de una tecnología que se niega a despegar? Porque, seamos sinceros, no todas las operadoras la ofrecen, no todos los dispositivos son compatibles y, para colmo, su activación a menudo es un laberinto burocrático.

La promesa y la realidad: ¿Un futuro que no llega?

Aunque cada vez más «móviles» de gama alta y «smartwatches» la incorporan, el uso de la eSIM sigue siendo residual. En algunos mercados, las principales operadoras la ofrecen, sí, pero no siempre gratis y, lo que es peor, las operadoras móviles virtuales (OMV), que son las que a menudo ofrecen los precios más competitivos y que se supone que son las más dinámicas, brillan por su ausencia en este servicio. ¿Es que el futuro es solo para los que pueden pagar más?

Y si la disponibilidad ya es un filtro, la activación es directamente una odisea. Uno esperaría la sencillez de un código QR y listo. Pero no. A veces hay que ir a la tienda, otras veces llamar por teléfono, y en ocasiones, la experiencia es un popurrí de trámites que desdibujan por completo la promesa de cambiar de operador en segundos. ¿No se suponía que la eSIM era sinónimo de agilidad? Parece que a algunos les interesa más la retención que la facilidad, forzando trámites presenciales o pasos adicionales que complican la experiencia del usuario.

Las caras de la misma moneda: ventajas y desventajas

Claro que la eSIM tiene su encanto. Para el viajero, es una bendición: comprar una tarifa de datos local online y activarla al instante, sin depender de los costos del roaming o buscar una tienda de conveniencia en un aeropuerto desconocido. Para el profesional, la doble línea en un mismo «móvil» –una personal y otra laboral– es un alivio. Y para los dispositivos «ponibles», como los relojes inteligentes, la conectividad autónoma es un salto cualitativo. Hay un potencial innegable en mantenernos conectados sin el teléfono cerca.

Pero el balance, por ahora, es agridulce. La restricción a dispositivos de gama alta, la limitada oferta de operadoras y la falta de un sistema de activación universal son los nudos que esta tecnología aún no logra desatar. Uno podría pensar que con el tiempo se resolvería, pero los años pasan y las barreras persisten, haciendo que la comodidad prometida sea más una utopía que una realidad cotidiana.

¿Por qué la eSIM sigue en modo «stand by»?

Los expertos no se ponen de acuerdo en una única razón para este estancamiento, aunque la mayoría coincide en que conviviremos con la SIM física y la virtual durante años. Aquí entran en juego varios factores, y algunos, digamos, levantan la ceja. Por un lado, la inercia del usuario, que está acostumbrado a su tarjeta de plástico y no ve la urgencia de cambiar. ¿Comodidad o desinterés?

Por otro lado, la falta de un estándar universal para el proceso, que es casi un chiste de mal gusto para una tecnología que se vendió como la panacea de la sencillez. Y, finalmente, la cereza del postre: ¿acaso a algunas operadoras les conviene que el cambio no sea tan inmediato, para así tener más margen para retener a sus clientes? Es una pregunta incómoda, pero necesaria. Al fin y al cabo, la comodidad del cliente no siempre es la prioridad número uno del negocio.

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