La IA y la intimidad: cómo nos vinculamos secretamente con los chatbots

Redacción Cuyo News
11 min
Cortito y conciso:

Olivia Tai, psicóloga de Harvard, explora en sus sesiones el uso personal y, a menudo, secreto que cada individuo le da a la inteligencia artificial, revelando desde consultas triviales hasta la carga de datos sensibles como correos laborales o historiales médicos. Su análisis postula la emergencia de una «economía de la intimidad», donde la IA capitaliza la creciente desconexión social. Tai advierte sobre fenómenos como la psicosis inducida por la IA o las relaciones afectivas con chatbots, señalando a los adolescentes como la población más vulnerable ante este nuevo paradigma que difumina los límites entre lo humano y lo artificial, y que las empresas ya empiezan a explotar.

El avance imparable de la inteligencia artificial ya no es una novedad, pero lo que sucede puertas adentro de cada pantalla, en la intimidad de cada usuario con su chatbot preferido, eso sí que empieza a ser material para un análisis mucho más profundo. La licenciada en Psicología por la Universidad de Harvard, Olivia Tai, lo sabe bien. Desde sus sesiones en Nueva York y San Francisco, y más recientemente en el Festival Mozilla de Barcelona, donde presentó “Tu cuñado ChatGPT: amor en tiempos de la IA”, Tai se ha propuesto desentrañar una de las dinámicas más veladas y, a la vez, trascendentales de nuestro tiempo. La cuestión no es menor: estamos hablando de un uso personal, a menudo inconfesable, que nadie ve, pero que lo cambia todo.

El abanico de interacciones es tan vasto como inquietante. Tai distribuye en sus encuentros fichas con 14 categorías, que van desde la "conversación casual" hasta la "exploración de tabúes" o las "preguntas existenciales". La utilidad de la IA, a primera vista, parece incuestionable. Pero bajo esa superficie de eficiencia y conveniencia, subyacen reflexiones que tocan fibras sensibles de nuestra relación con la tecnología: la privacidad de lo que compartimos con ChatGPT y, quizás lo más alarmante, el renovado valor de la intimidad en un mundo hiperconectado y, paradójicamente, cada vez más solo.

La «economía de la intimidad»: ¿un refugio o una trampa?

La IA, según Tai, nos empuja hacia una nueva era: la "economía de la intimidad". Hace apenas una década, la atención era el recurso a capturar; hoy, en un mundo donde la gente le quita tiempo a sus amigos para sumergirse en las redes, la soledad se ha vuelto una epidemia silenciosa. "Todos sienten que están conectados socialmente en Instagram, pero no se sienten socialmente satisfechos", dispara Tai, poniendo el dedo en una llaga universal.

La intimidad, entonces, se convierte en la nueva moneda de cambio, el bien escaso que la IA promete ofrecer. "Si viviéramos en una sociedad sana, no podríamos crear la economía de la intimidad. Nadie compraría esos servicios", sentencia Tai, develando la paradoja central. Los chatbots no nacen de la nada; prosperan en el terreno fértil de una sociedad que ya ha normalizado la interacción digital sobre la humana. Primero, nos acostumbran a chatear; luego, insertan a la IA como el nuevo confidente, el consejero infalible. Un hábito, ni más ni menos, que nos prepara para lo que viene.

Confidencias digitales: cuando el «no debería estar haciendo esto» se vuelve un mantra

En sus sesiones, Tai indaga sobre el uso más inconfesable de la IA. Y los resultados, aunque esperables, no dejan de sorprender: hay quienes suben a su chatbot todos los correos de su jefe para descifrar cómo lidiar con él, o incluso, toda su información de salud, desde fotos personales hasta análisis de sangre. La frontera entre lo útil y lo perturbador se diluye a una velocidad alarmante.

Aunque Tai no ha documentado un aluvión de "cosas rarísimas" en el ámbito amoroso, reconoce que "debe haber muchos más casos en EE UU porque vivimos más esta epidemia de soledad". Y es allí donde la IA revela su doble filo, mostrando fenómenos intensos y, a la vez, dañinos para una porción de la población: "la psicosis inducida por IA" o, directamente, el enamoramiento con una máquina. "Son cosas fuertes que hacen que la gente se pregunte qué está pasando", advierte Tai.

Pero más allá de los extremos, la mayoría de los usuarios se topa con un gris incómodo. Acciones que, aunque aparentemente normales, dejan un sabor amargo, una pregunta latente: "¿Creo que realmente no debería estar haciendo esto?". Tai lo conecta con impulsos que afloran en la soledad de la noche, una curiosidad inagotable sobre lo que la IA podría decir. La diferencia, sin embargo, es abismal. La IA ofrece algo que antes era impensable: la validación social llevada al extremo, la posibilidad de que un algoritmo ordene tus pensamientos, le dé sentido a tus experiencias. "Si subo todo mi diario a una IA, es algo que un amigo no puede hacer", subraya Tai.

¿Un espejo digital o una nueva conciencia?

"Dime quién soy en el fondo de mi ser". Esta pregunta, antes reservada para confesionarios o divanes, ahora se susurra a una IA. ¿Es una segunda mente? ¿Un banco de memoria con todas nuestras fotos y recuerdos? La IA se convierte en una especie de oráculo personal, una herramienta para indagar sobre la identidad, el propósito, el camino a seguir. "Es como si estuviera ordenando mis pensamientos y experiencias, dándoles sentido, preguntándome quién soy. Y mucha gente usa la IA justamente para eso, para preguntarle quién soy: ¿qué me falta por entender de mí mismo?, ¿quién soy profesionalmente?, ¿hacia dónde debería ir?", explica Tai.

Y si bien puede parecer un monólogo interior digital, Tai confiesa usarla para lo mismo. Pero hay una trampa: "Si eres una persona muy mental, que piensa demasiado, puedes hacerle una pregunta a la IA y ella te responde, pero solo te hace dar vueltas. No llegas realmente a una resolución, ni a obtener claridad o simplicidad sobre tu pregunta". Lo que sí permite es explorar zonas muy oscuras, "sobre algo muy tabú que te pasa por la cabeza o sobre una opinión política radical que no sacarías en voz alta". La IA como el confidente de lo impensable.

Cuando la IA se sienta a la mesa: ¿celos y poliamor algorítmico?

De la confidencia a la relación, el paso es corto. Los titulares más extremos ya hablan de "usuarios que se autoengañan con chatbots acaban viviendo en una ‘secta para dos’". Pero no hace falta ir tan lejos. Hay quienes ya experimentan celos. "Hay gente que me ha dicho: ‘Sí, tengo pareja, pero mi compañera se pasa el día hablando con una IA y me da un poco de celos’", relata Tai. Otros, directamente, redefinen sus vínculos y consideran su relación con la pareja y el chatbot como poliamorosa.

El futuro, según Tai, es predecible: "Creo que habrá presencia de IA en las mesas de celebraciones como Acción de Gracias o Navidad". Si bien hoy la IA carece de contexto social —"no son muy buenos porque, por ejemplo, Replika [un chatbot centrado en conversaciones personales] tontea con cualquiera"—, esto cambiará. Pronto, la IA distinguirá quién es quién en una reunión. El teléfono, que hoy ya es un comensal más, mañana entenderá el contexto de la cena. Y entonces, la jugada del día no se comentará solo con la pareja, sino con la IA. O con ambos.

La rana en el estanque digital: la vulnerabilidad adolescente

Los adultos, con años de relaciones y desengaños, tienen una distancia más clara con un chatbot. Pero la gran pregunta de Tai es qué sucederá a mediano plazo, y las respuestas, dice, solo las tienen dos grupos: terapeutas y profesores. Los primeros, por la excepcionalidad de los casos. Los segundos, por la masividad.

"En encuestas a estudiantes, los de 18 dicen que no se ven en una relación con una IA. Pero los más jóvenes, los que nunca han besado y tienen solo preguntas y miedo, pueden afrontar una relación diferente con sus IA", advierte Tai. Es el concepto de la "rana" en ecología: la especie más sensible que nota primero los cambios en un ecosistema. Esos adolescentes, son las ranas.

Y un sector de la sociedad, por supuesto, no los dejará en paz: las empresas. Ya existen chatbots diseñados para adolescentes, centrados en chismes de instituto, como Tolan. Se habla con el chatbot sobre lo ocurrido en clase, y luego ese chatbot puede conversar con el chatbot de una amiga. De pronto, la conversación deja de ser de dos para ser de cuatro. La intimidad adolescente, monetizada. El debate apenas empieza, y las implicaciones son, cuanto menos, escalofriantes.

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