La UNESCO acaba de dar la voz de alarma. Por unanimidad, en Samarcanda, la organización aprobó un documento crucial que exige el uso ético de la neurotecnología. La preocupación central radica en los riesgos inminentes a la «privacidad mental», la posible manipulación de individuos y la profundización de las desigualdades, con un foco especial en los niños y adolescentes. Mientras la rama médica de estas tecnologías está regulada, sus aplicaciones comerciales —desde videojuegos hasta marketing— operan en un vacío legal, manejando datos neuronales generados de forma inconsciente. Un llamado urgente a la reflexión global antes de que el control de nuestros pensamientos se convierta en una mercancía más.
La Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) ha puesto el grito en el cielo, y lo hizo por unanimidad. Desde la Conferencia General de Samarcanda, Uzbekistán, se aprobó un documento que no es moco de pavo: un llamado urgente al uso ético de "la tecnología dedicada a entender el cerebro e interactuar con él", ni más ni menos que la neurotecnología. La Unesco, con la vista puesta en un futuro que ya nos pisa los talones, considera indispensable establecer un marco de actuación. ¿El motivo? Antes de que estas tecnologías se masifiquen y se metan hasta la cocina de nuestras mentes, hay que advertir que su mal uso entraña "riesgos serios para la privacidad mental", especialmente para los pibes y jóvenes, y puede, ¡atención!, "exacerbar las desigualdades" que ya conocemos.
Aquí es donde la cosa se pone picante. Si la neurotecnología en el ámbito médico tiene regulaciones estrictas –algo que uno esperaría de una práctica que manipula el cerebro–, sus aplicaciones comerciales bailan en la cuerda floja, sin control alguno. Estamos hablando de los omnipresentes wearables de consumo, los que se usan en videojuegos, en la productividad laboral, en la educación o hasta en el marketing. El siguiente paso, en el que la industria ya pisa el acelerador, son las interfaces neuronales, esas maravillas (o pesadillas) que conectarían nuestro cerebro directamente con una máquina. La frontera entre lo humano y lo tecnológico se desdibuja, y la pregunta que flota en el aire es: ¿quién pone los límites?
"Los datos neuronales, que capturan las reacciones y emociones básicas de los individuos, están muy demandados en el mercado", subraya el documento. Y aquí viene el golpe de efecto, el verdadero dilema ético: "A diferencia de los datos recogidos por las redes sociales, la mayor parte de datos neuronales son generados de forma inconsciente, y, por tanto, no podemos dar nuestro consentimiento sobre su uso". Controlar estos datos permitiría a compañías o gobiernos construir perfiles detalladísimos de los individuos, abriendo la puerta a escenarios distópicos donde la manipulación no sería una teoría conspirativa, sino una triste realidad. ¿Estamos dispuestos a ceder la última frontera de nuestra intimidad?
El texto pone un énfasis especial en los menores, y con razón. El cerebro humano no termina de desarrollarse y madurar hasta bien entrados los 25 o 30 años. La alarma de la Unesco es clara: si se usan interfaces neuronales durante la adolescencia, "existe el riesgo de que se afecte a la identidad futura del joven con efectos duraderos o hasta permanentes". La directora general de Unesco, Audrey Azoulay, lo sintetizó con una frase que debería hacernos reflexionar a todos: "Este texto encarna una profunda convicción: que el progreso tecnológico solo vale la pena si está guiado por la ética, la dignidad y la responsabilidad hacia las generaciones futuras". ¿Un ideal o una utopía?
"Los desafíos son muchos. Haya o no implantes, hace falta seguridad de concepto, hacer muchas pruebas. Las empresas ahora mismo no están en eso: están ocupadas en desarrollar la tecnología, no en ver qué pasa con ella", deslizó Dafna Feinholz, responsable de bioética de la Unesco, en una reunión virtual con periodistas internacionales. Una declaración que suena a un reproche velado, una crítica a la voracidad del mercado que prioriza la innovación por sobre la precaución.
Sin embargo, no todo es oscuridad en este panorama. La experta destacó que esta tecnología, bien encauzada, puede ser una bendición para la humanidad. "Aporta oportunidades únicas para aliviar el sufrimiento. Puede ayudar a identificar dónde empieza una depresión, puede ayudar a tratar el párkinson o a quienes tienen epilepsia. Puede ser clave para que personas que han perdido la visión la recuperen, y lo mismo con el habla". Un lado B, el de las promesas médicas, que nos recuerda el potencial transformador de la ciencia cuando se alinea con el bienestar humano.
El documento de recomendaciones de la Unesco, que se rubricará el próximo 12 de noviembre, no es un mero formalismo; busca abrir un debate internacional urgente sobre esta cuestión. Más allá de la protección de niños y adolescentes, se plantea la necesidad de garantizar el derecho fundamental a la privacidad mental, desarrollando normativas especialmente duras en torno al tratamiento de datos neuronales. "Debemos proteger las emociones, los sentimientos y los pensamientos de las personas. Hay que saber quién va a usar esta información y para qué. Estamos hablando de la comercialización de la información más importante sobre nosotros", alertó Feinholz. "Estos neurodatos deben quedar protegidos; de otro modo, se podrá inferir nuestro estado mental", añadió. La pregunta es: ¿Estamos a tiempo de ponerle un freno a la caja de Pandora?
El ascenso imparable de los neurodatos
La agencia no actúa por capricho; el momento de enfrentar este desafío es ahora. Los números, fríos y contundentes, hablan por sí solos: un informe de la Unesco reveló un aumento del 700% en las inversiones en neurotecnología entre 2014 y 2021. Las solicitudes de patentes y las adquisiciones de compañías del sector por parte de gigantes tecnológicos "sugieren que el momento en que las neurotecnologías se conviertan en objeto de gran consumo puede ser inminente", subraya otro documento. Ya no es ciencia ficción; es la esquina, a la vuelta.
Nuestros móviles, esas extensiones de nuestro cuerpo, junto con pulseras, relojes, auriculares o gafas inteligentes, ya incorporan aplicaciones que miden el rendimiento deportivo, dirigen la concentración o calibran la fatiga y el estrés. Y la irrupción de la inteligencia artificial (IA) generativa, según la Unesco, ha metido la quinta a este desarrollo, facilitando a las empresas la decodificación de nuestros datos neuronales. El cerco se estrecha.
La neurotecnología, ¿un privilegio del norte global?
Otro de los elementos que encienden la alarma en las recomendaciones de la Unesco es el riesgo de que esta tecnología, lejos de nivelar, aumente las desigualdades existentes. La concentración es alarmante: el 50% de las compañías que trabajan en esto están en Estados Unidos y el 35% en Europa, mientras que el 80% de las personas con acceso a esas aplicaciones residen en el llamado "norte global". La ecuación es clara: "Si se limita el acceso de la neurotecnología avanzada a los ricos, podría aumentar las diferencias sociales a nivel nacional e internacional", sentencia el documento. La mente, ese último reducto de la individualidad, podría convertirse en el nuevo campo de batalla de la desigualdad global.