Miguel Ángel Russo, con su experiencia y optimismo, ha logrado revitalizar a San Lorenzo, aislando al equipo del quilombo institucional. El Ciclón, con un estilo utilitario pero efectivo, se clasificó a octavos del Apertura tres fechas antes del final, emulando la mística del segundo ciclo de Insua.
Russo, el domador de fieras en Boedo
La sonrisa de Miguel Ángel Russo te la clava como un córner olímpico de Riquelme, y su experiencia pesa más que la mochila de Maradona en el ’86. En San Lorenzo, el tipo no solo domó un vestuario que parecía la Bombonera un día de clásico, sino que también le cambió la cara a un equipo que venía de capa caída. Y lo hizo con la misma paciencia que Gallardo le tenía a Pratto en la final de Madrid.
Un oasis en medio del desierto institucional
Mientras la dirigencia se pelea más que los barras de Boca y River, Russo armó un búnker anti quilombo en el vestuario. Aisló a los jugadores de las inhibiciones, los reproches y las facturas impagas, algo así como lo que hacía Bilardo con la Selección en el ’86: concentración pura y cero distracciones. Muchos técnicos se comieron el garrón de lidiar con este despelote dirigencial, pero Miguel, con más oficio que Mostaza Merlo en un picado de barrio, logró neutralizar el bardo.
El efecto Insua 2.0: ¿Se repite la historia?
San Lorenzo está viviendo un déjà vu del segundo ciclo de Insua, con un técnico que, al igual que el Gallego, se identifica con la historia del club. El equipo, ojo, el equipo (no el club), resurgió de las cenizas como el Ave Fénix. Y la mano de Russo, por ahora, le gana por goleada a la billetera. Recordemos que con recursos limitados, como los que tenía el Bambino Veira en Ferro, el Gallego armó un equipazo que peleó arriba. ¿Podrá Russo repetir la hazaña?
El festejo de Braida y Vombergar (Emmanuel Fernández).
La limpieza de diciembre fue clave, como cuando Bianchi limpió a media Boca en el 98. Los que quedaron son los que querían estar, un mantra que repetía Russo, cual mantra de Mostaza en Racing. Y ahí está la similitud con el segundo ciclo de Rubén Darío: un grupo unido que se potenció y pasó de pelear el descenso (en aquel entonces) a jugar copas internacionales.
Un equipo utilitario con un as en la manga
Russo sabe que no tiene un Dream Team, pero armó un equipo que funciona como un reloj suizo, aunque a veces juegue más feo que el Cholo Simeone bailando cumbia. Gana, que es lo que importa, aunque no brille (salvo cuando la toca Iker Muniain, el refuerzo que le cambió la cara al equipo, un golazo de media cancha como el de Battaglia a River).
A octavos con tres fechas de anticipación: Un batacazo a lo Palermo
El Ciclón se metió en octavos del Apertura tres fechas antes del final, algo así como si el Deportivo Morón le ganara la final de la Libertadores al Real Madrid. Hace unos meses, el objetivo era zafar del descenso (que por suerte ya no existe), pero ahora el panorama cambió. Los temblores institucionales siguen, pero la sonrisa de Miguel y su sabiduría futbolística, por ahora, tapan el quilombo.
Los festejos luego de la victoria (Emmanuel Fernández).
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