Inteligencia Artificial: la velocidad imparable y sus dilemas urgentes

Redacción Cuyo News
10 min
Cortito y conciso:

Oriol Vinyals, vicepresidente de Google DeepMind y una de las mentes más influyentes en IA, reflexiona sobre la velocidad de un avance que ni sus propios creadores logran asimilar. Tras el lanzamiento de Gemini 3.0, el modelo que desafía a ChatGPT, Vinyals aborda las impresionantes capacidades de la IA, sus inexplicables «alucinaciones», los dilemas éticos y la carrera global, mientras reconoce que la prisa actual dificulta la comprensión plena de sus consecuencias.

Cuando Walter Benjamin, en 1939, se embarcaba en la monumental tarea de desentrañar el impacto de la fotografía y el cinematógrafo en su célebre obra, un siglo había transcurrido desde la invención del daguerrotipo. La reflexión, entonces, era un lujo que el tiempo permitía. Hoy, la Inteligencia Artificial (IA) ha pulverizado esos tiempos: en apenas tres años, lo que era un concepto científico pasó a ser una herramienta cotidiana, dejando a su paso una estela de asombro y, por qué no, una buena dosis de desconcierto. Ni siquiera aquellos que le dan forma a este nuevo universo logran, a veces, entender la vertiginosa cadencia.

Oriol Vinyals (Sabadell, 42 años), figura prominente en la élite de la IA y vicepresidente de Google DeepMind, lo admite sin rodeos: la cosa va tan rápido que se siente como una “emoción” comparable a la de “ir a la Luna”. Aunque los rumores de una posible burbuja en el negocio de la IA resuenan en los pasillos de la tecnología, el dinero sigue fluyendo a raudales, y la maquinaria no para. Vinyals, recientemente investido doctor honoris causa por la UPC de donde egresó como una joven promesa, siente el peso de esta era. Su equipo en DeepMind, la empresa británica adquirida por Alphabet en 2014, es el cerebro detrás de Gemini, el modelo de IA que planta cara a ChatGPT y que, la semana pasada, estrenó su versión 3.0. De esa usina de talento también nacieron maravillas como AlphaGo, el algoritmo que doblegó al campeón mundial de Go con una creatividad que desconcertó a la humanidad, o AlphaFold, la IA que predice estructuras de proteínas y le valió el Nobel a sus impulsores.

La vertiginosa carrera de la inteligencia artificial

Vinyals, quien comenzó su andar en el mundo de la IA en 2007, cuando era un reducto puramente científico, relata la cronología de este estallido. “La tecnología que usamos hoy es similar a la de hace décadas, lo que hacemos es ir refinando la receta”, explica, refiriéndose a la emulación de las conexiones neuronales. Después de años de investigación y publicaciones en Google, la semilla de algo «más grande» empezó a germinar. Las demostraciones de AlphaGo o AlphaStar pusieron a la IA en boca de todos, pero el verdadero punto de inflexión llegó en 2016 con la irrupción de OpenAI y su decisión de no solo publicar, sino de enfocarse en crear una inteligencia “más potente”. El ChatGPT, con su popularidad masiva hace tres años, redefinió el juego. Google no se quedó atrás: unió fuerzas en 2019 entre Google Brain y Google DeepMind, y así nació Gemini, que, tras una curva de aprendizaje, hoy compite en las ligas mayores.

Gemini 3.0: promesas y los fantasmas de las «alucinaciones»

La flamante versión 3.0 de Gemini promete un salto cualitativo significativo. “Todo parece bastante similar, pero la calidad aumenta mucho y las posibilidades de lo que se puede hacer también”, asegura Vinyals. Destaca la potencia del motor Nano Banana Pro para la creación de imágenes, así como mejoras sustanciales en código, matemáticas y razonamiento. Incluso, anuncian una optimización en su «personalidad». Pero es aquí donde, inevitablemente, surge el elefante en la habitación: las famosas “alucinaciones” o los bucles de la IA.

¿Cómo es posible que una herramienta tan sofisticada, capaz de predecir estructuras proteicas o ganar al campeón de Go, diga cosas que simplemente no existen? “Es difícil explicarlo, depende del tipo de problema”, admite Vinyals con franqueza. El meollo de la cuestión es que la IA es, en ciertos aspectos, una caja negra. No se puede “mirar dónde en el código algo ha fallado, porque no es un programa, es una red neuronal”. Es decir, sus propios creadores no siempre entienden cómo se llega a un error. Una paradoja que nos obliga a cuestionar la autonomía de la máquina y la comprensión humana de sus procesos. “La explicación de por qué hay errores en la IA es también que en Internet hay errores, y el modelo de lenguaje saca sus respuestas de ahí, se entrena con el contenido de Internet y consigo mismo”, explica. ¿Y el usuario, es realmente consciente de esto? Si hasta los expertos se asombran, la responsabilidad de discernir lo real de lo artificial se vuelve un desafío titánico para el común de los mortales.

El futuro incierto de la IA: entre la emoción y la responsabilidad

La “personalidad” de la IA, su capacidad para “no solo interpolar” sino también para “tener creatividad”, abre un debate fascinante. En ciencia, los modelos son capaces de conectar artículos de campos disímiles, generando «lluvias de ideas» inéditas. En matemáticas, la IA se convierte en un compañero inestimable, capaz de comprimir cincuenta años de investigación humana en un solo día de procesamiento. El mismo Terence Tao, considerado el mejor matemático del mundo, la utiliza. La promesa es audaz: “No es imposible pensar que una IA pueda solucionar uno de los problemas matemáticos más complejos”.

Sin embargo, esta velocidad trae consigo un ineludible manto de preocupación. Geoffrey Hinton y otros «padrinos» de la IA ya han lanzado sus advertencias. Vinyals, que fue colega de Hinton, se ubica en un punto medio: “Hay quien ve mucho peligro y hay quien no ve ninguno, yo estoy en el centro”. Y Google, según él, asume su responsabilidad, aunque reconoce el dilema: “si no lanzas los modelos para el gran público no podrás ver tan rápido los problemas que tienen”. Es la carrera por liderar, pero con la sombra de las repercusiones a cuestas.

¿Nos arrepentiremos de ir tan deprisa? Vinyals, pensando como científico y como padre, se cuestiona el mundo que le espera a las nuevas generaciones, el impacto en lo laboral, en las relaciones. “Sería preferible ir más despacio, tener más tiempo para entender qué cosas son buenas y qué cosas no”, confiesa. Pero la dinámica actual, con sus incentivos económicos y la “emoción” de estar en un momento histórico, hace que “es complicado que se pare o se ralentice”. Un llamado a la prudencia que choca de frente con la locomotora del progreso.

En el tablero geopolítico, la aparición de DeepSeek, la IA china, fue un sacudón. Demostraron que con un equipo pequeño se puede «copiar lo que se estaba haciendo», aunque Vinyals aclara que los modelos de Google y OpenAI siguen a la cabeza. Esto expone la carrera de fondo entre China y Estados Unidos por la supremacía tecnológica. ¿Y Europa? Vinyals prefiere un elocuente «sin comentarios» sobre la regulación que impulsa el Viejo Continente. Acepta que hay startups potentes, pero la cruda realidad es que la inversión de capital, los centros de datos, la infraestructura… todo está en Estados Unidos o China. Una bofetada a las aspiraciones de soberanía tecnológica europea.

Finalmente, el impacto energético de estos monstruosos centros de datos es otra cuenta pendiente. Google promete la neutralidad de emisiones, y Vinyals confía en que lo lograrán, no solo con inversiones sostenibles sino porque la IA misma puede ser parte de la solución, ayudando a descubrir nuevas tecnologías para combatir el cambio climático. ¿El futuro cercano? Conversaciones fluidas con la IA mediante la voz, videos generados automáticamente y, en el horizonte de cinco años, la robótica: humanoides que interactuarán con nosotros, al igual que los coches autónomos ya lo hacen. La tecnología existe, la pregunta es cuándo y cómo será accesible y útil para todos. Un futuro inminente, deslumbrante y, a la vez, cargado de interrogantes que nos invitan a la reflexión. Si el tiempo nos lo permite, claro.

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