El arquero Gabriel Arias tuvo una actuación destacada a pesar de la derrota, con varias atajadas clave que evitaron una goleada. Un análisis de su rendimiento que nos hace pensar ¿fue el único que jugó bien?
Arias, ¿la figura de la derrota?
¿Se puede ser figura en un partido perdido? Parece una pregunta digna de Mostaza Merlo, pero el rendimiento de Gabriel Arias en el arco nos obliga a plantearla. Si bien el resultado no acompañó, el «1» demostró por qué es titular indiscutido. Cuatro intervenciones clave, como si fuera el mismísimo Goycochea en Italia 90, evitaron una goleada que hubiese sido catastrófica.
Un tiro libre con aroma a gol de Gutiérrez, dos zapatazos de Francisco González que parecían ir directo al ángulo, tipo misil teledirigido, y un cabezazo de Cannavo que ya se cantaba como gol… Arias dijo «no». Con reflejos felinos y una agilidad sorprendente para su tamaño, el arquero se agigantó bajo los tres palos. Salió a cortar centros con precisión quirúrgica, como si fuera un cirujano en vez de un arquero, anticipando el peligro y despejando el área con autoridad.
Un oasis en el desierto
Sin embargo, el fútbol es un deporte de equipo. Y así como el «Beto» Alonso no podía ganar un mundial solo, Arias tampoco pudo evitar la derrota. Su actuación fue un oasis en el desierto, una luz de esperanza en medio de un panorama oscuro. ¿Jugaron mal los demás? No sería justo caer en la crítica fácil, al estilo «Ruggeri» en sus comentarios, pero es innegable que Arias fue el único que estuvo a la altura de las circunstancias. Si todos hubieran jugado con la misma garra y concentración que él, otro hubiese sido el cantar.
¿El futuro del equipo depende de Arias?
Con este tipo de actuaciones, Arias se consolida como una pieza fundamental del equipo. ¿Será suficiente para levantar el ánimo y revertir la situación? ¿O estamos condenados a depender de las atajadas milagrosas de nuestro arquero para rascar algún punto? Solo el tiempo lo dirá. Por ahora, nos queda el consuelo de saber que, al menos en el arco, tenemos a un jugador que deja la piel en la cancha, como si fuera el último partido de su vida. Un gladiador en el Coliseo. Y eso, en estos tiempos futbolísticos que corren, ya es mucho.