Vélez volvió al triunfo tras ocho fechas de sequía, con un agónico gol de Braian Romero ante San Martín de San Juan. El Fortín sufrió más de la cuenta, pero el desahogo llegó en Liniers.
El Fortín volvió a sonreír en Liniers: Romero, el héroe de la agónica victoria
Vélez Sarsfield, un equipo que supo brillar con la intensidad de un Maradona gambeteando ingleses, venía de capa caída. Ocho fechas sin conocer la victoria, ni siquiera un gol para calmar la sed. Un panorama desolador para un club acostumbrado a pelear campeonatos, a jugar finales como si fueran amistosos de barrio. Parecía que el equipo de Liniers había perdido el rumbo, como un boxeador que recibe un gancho al hígado y no se puede levantar. Pero ayer, en el Amalfitani, la historia fue diferente.
El partido contra San Martín de San Juan no fue una obra de arte, ni un recital de fútbol champagne. Fue una batalla, un partido trabado, con más pierna fuerte que toques de primera. Vélez, con la actitud renovada tras la llegada de Marcelo Bravo como interino, salió a la cancha con la garra que caracteriza a los equipos que pelean el descenso o un campeonato, una mezcla rara, pero así es el fútbol argentino, mi amigo.
En el primer tiempo, el Fortín tuvo un gol anulado a Braian Romero por un offside milimétrico, como esos que te hacen acordar al VAR y te dan ganas de tirarle con un control remoto al televisor. Una jugada que pintaba para golazo, con Maher Carrizo desbordando como si fuera el Caniggia del ’90, pero el línea levantó la bandera y la ilusión se esfumó. El equipo sintió el golpe y se fue apagando de a poco. San Martín, por su parte, creció en el segundo tiempo y llegó a dominar el partido.
### La expulsión que cambió el rumbo
La expulsión de Marco Iacobellis, figura del Santo hasta ese momento, fue un punto de inflexión. Con un hombre de más, Vélez se adueñó del partido y empezó a generar peligro. Marcelo Bravo, con la astucia de un Bilardo dirigiendo la selección, mandó a la cancha a Maximiliano Porcel e Isaías Andrada, dos pibes de la cantera que le cambiaron la cara al equipo. Y sobre el final, cuando parecía que el empate era inevitable, apareció Braian Romero para empujar la pelota al fondo de la red. Un gol de área chica, un gol de potrero, un gol para desatar la locura en Liniers.
El desahogo del Fortín
El grito de Romero fue el grito de todo Vélez. Un grito de alivio, de desahogo, de esperanza. Un grito que se escuchó en todo Liniers y que resonó en los corazones de los hinchas fortineros. Vélez volvió a ganar, volvió a convertir, volvió a ser. No fue un partido brillante, pero fue un triunfo con sabor a revancha, un triunfo que vale oro para un equipo que necesitaba levantar cabeza como sea.
Vélez –