Cuatro personas fueron detenidas en Corea del Sur por hackear miles de cámaras de vigilancia IP en hogares y negocios, obteniendo y vendiendo videos de contenido sexual en una plataforma global por más de 30.000 euros en criptomonedas. Otros dos almacenaron material y la policía también arrestó a compradores. Este incidente expone la alarmante vulnerabilidad de estos dispositivos conectados a internet, a menudo con contraseñas de fábrica, una problemática recurrente que afecta a cientos de miles de cámaras a nivel mundial y pone en jaque la privacidad digital. Especialistas sugieren cambiar contraseñas y actualizar el software para mitigar el riesgo.
Corea del Sur, esa meca de la tecnología y la hiperconectividad, ha puesto bajo la lupa una cruda realidad que, lejos de ser un incidente aislado, nos invita a cuestionar la fragilidad de nuestra privacidad en la era digital. Cuatro personas han sido detenidas, no por un robo tradicional, sino por incursionar en el santuario más íntimo de los hogares y negocios: las cámaras caseras de vigilancia colocadas en domicilios o negocios. Su objetivo, lamentablemente previsible en un mundo donde la intimidad es una moneda de cambio, era obtener grabaciones de contenido sexual para su posterior venta en una página pornográfica global.
El modus operandi no es producto de la ciencia ficción, sino de una negligencia casi endémica. Estas cámaras IP (“protocolo de internet” en sus siglas en inglés), omnipresentes para cuidar niños, monitorear ancianos, mascotas o por cuestiones de seguridad, se conectan a internet para ofrecer a sus dueños la comodidad de la vigilancia remota. Una comodidad que, paradójicamente, las convierte en el eslabón más débil de nuestra cadena de seguridad. La transmisión del contenido por internet las hace muy vulnerables. Dispositivos que llegan de fábrica con contraseñas preinstaladas y que, si no se modifican, son un plato servido para cualquier ciberdelincuente con un mínimo de pericia. No es secreto que la web está plagada de sitios que transmiten en vivo decenas de miles de estas cámaras, muchas veces públicas, pero otras tantas, peligrosamente privadas.
La industria del voyeurismo digital y sus protagonistas
Los números son escalofriantes. Uno de los detenidos, curiosamente en el paro, logró acceder a la friolera de 63.000 cámaras, generando 545 videos de contenido sexual y embolsando cerca de 20.000 euros en criptomonedas. Otro sospechoso, un oficinista, no se quedó atrás: 70.000 cámaras hackeadas y 648 videos producidos, con una ganancia de unos 10.000 euros. Estos más de mil clips representan, según las autoridades, el 62% del material publicado en la plataforma porno global, un ecosistema sombrío donde coexisten grabaciones de múltiples países. La policía coreana, en un esfuerzo titánico, colabora con autoridades internacionales para desmantelar esta red, aunque la lucha, parece, es contra un hidra de mil cabezas.
Pero la trama se complejiza. Otros dos individuos también fueron detenidos por hackear menos cámaras, aunque sin llegar a comercializar el contenido, limitándose a almacenarlo en dispositivos propios. Asimismo, la justicia alcanzó a tres personas que adquirieron este material ilícito en internet, un recordatorio de que la demanda alimenta la oferta y que la complicidad, aun pasiva, también es delito. Hasta ahora, las autoridades han comunicado a 58 víctimas que han sufrido este hackeo, pero ¿cuántas más quedarán en el anonimato de esta violación masiva?
El costo de la conveniencia: cuando la privacidad se esfuma
Lo más preocupante no es solo el caso coreano, sino su repetición constante a escala global. La facilidad de acceso para cualquiera con un conocimiento técnico básico convierte estos ataques en una amenaza permanente. Es habitual que ocurran casos similares. Recordemos el pasado noviembre en India, donde hackers vendieron cerca de 50.000 clips extraídos de hospitales, escuelas y casas de todo el país. Las autoridades explicaron entonces la pasmosa sencillez del proceso técnico gracias al uso de tres piezas de software que se usan para encontrar cámaras en una región determinada, los puertos abiertos que permiten la comunicación en remoto y luego el acceso más sofisticado a sus contraseñas. Un proceso al alcance de muchos, con consecuencias devastadoras para la privacidad de todos.
Y no son incidentes aislados. Ha habido otros casos notables que han ido emergiendo en los últimos años, como la vulnerabilidad en 2021 de 150.000 cámaras de la empresa Verkada o un informe de junio de este año donde han encontrado más de 40.000 cámaras de seguridad que emitían en abierto en internet. Cifras que, lejos de tranquilizarnos, deberían encender todas las alarmas.
¿Seguridad o espejismo? La encrucijada digital
La conclusión es, a todas luces, desoladora: es muy probable que existan cientos de miles de cámaras enfocando el interior de edificios, tanto públicos como privados, fácilmente accesibles de forma remota. La tormenta perfecta se configura con la combinación de dispositivos intrínsecamente inseguros, usuarios que pecan de desinformados y una masificación de cámaras de este tipo que, sin una adecuada concientización, se convierte en un caldo de cultivo para abusos a gran escala. Los especialistas insisten en la misma letanía: la mejor solución es el cambio de las contraseñas que vienen de fábrica por defecto, las actualizaciones del firmware (el software interno que permite que funcione un dispositivo) y la limitación del acceso remoto. Consejos que suenan sensatos, pero que, a la luz de los hechos, parecen ser ignorados sistemáticamente. ¿Estamos acaso condenados a vivir bajo la mirada omnipresente de extraños, o es hora de que la comodidad no sea sinónimo de la más absoluta exposición?