La inteligencia artificial nos liberará de la tiranía de las pantallas

Redacción Cuyo News
8 min

Al despuntar el día, uno podría prescindir de la inmediata revisión del teléfono móvil. En su lugar, dispositivos discretamente integrados en el cuerpo se activarían, y una serie de interacciones conversacionales con objetos inanimados se sucederían. Bastarían gestos en el aire, con una gestualidad digna de una secuencia cinematográfica de Minority Report de Spielberg, y un parpadeo oportuno, para que las cosas cobren vida, las tareas se ejecuten y la jornada comience. La premisa es clara: el smartphone se volvería superfluo.

Un coro de pronósticos resonantes acompaña la irrupción de la Inteligencia Artificial. Por un lado, se alza la bandera del pensamiento crítico y el progreso sin precedentes; por el otro, se vaticina el fin de los tiempos, sin dejar de lado la recurrente inquietud por la plaza laboral. En este panorama, la confusión persiste, no tanto por desestimar los escenarios catastróficos, sino por la convicción de que estos obvian la manifestación más palpable y evidente en la que la IA reconfigurará nuestra sociedad. Hoy, nuestra existencia se desenvuelve bajo el fulgor, a menudo inclemente, de las pantallas. Son ubicuas. Sin embargo, en la inminente era de la IA, afortunadamente, su hegemonía podría evaporarse.

En esencia, la inteligencia artificial no sentenciará el fin del teléfono móvil. Si se implementa con sapiencia, nos liberará por completo de la tiranía que la pantalla ejerce sobre nuestras vidas.

El Ocaso de la Pantalla: Una Promesa de la IA

La cuestión que nos interpela es contundente: ¿Por qué este debate no ocupa un espacio más preponderante en la agenda? Al menos, un actor de peso como Sam Altman sí ha puesto el tema sobre la mesa. En una reciente velada, al ser interrogado sobre la flamante asociación de OpenAI con el célebre diseñador de Apple, Jony Ive, su respuesta fue lapidaria: "No se consigue un nuevo paradigma informático muy a menudo". Es una verdad ineludible, y probablemente la razón por la que pocos se atreven a aventurarse en pronósticos tan audaces. Las nuevas tecnologías siempre se perciben como imposibles, hasta que, de repente, se vuelven inevitables. El smartphone era una quimera. ¿Una laptop de bolsillo? ¿Con aplicaciones y comunicación en red? La visionaria (y quizá malograda) iniciativa de General Magic concibió la idea y desarrolló un prototipo unos trece años antes de que Steve Jobs anunciara el iPhone. La tecnología aún no estaba madura, y el público en general tampoco.

Es decir, es plausible que nos encontremos a una década y media de la paulatina desvinculación de estos dispositivos. Sin embargo, este proceso ineludible ya ha comenzado a gestarse. Observamos una clara tendencia a reducir la interacción textual con nuestras IA en favor de la comunicación verbal. ¿El botón lateral de nuestros iPhones? La otrora cuestionada Siri ahora cede su lugar a la voz de ChatGPT. Prontamente, adheriremos a la lógica de los agentes de IA, instalaremos altavoces inteligentes de IA en nuestros hogares y portaremos dispositivos de grabación con IA en nuestros atuendos. Con el tiempo, tanto nosotros como estos sistemas interactuaremos con el mundo y comenzaremos a preguntarnos, y luego a exigir: ¿Por qué no hay interfaces avanzadas de IA por doquier, en todo, en nuestros vehículos y electrodomésticos inteligentes, en los autoservicios y los puestos de información? Por algo se les denomina chatbots: la voz es su aplicación estrella.

Altman e Ive: La Conspiración del Nuevo Hardware

Pero, como en toda gran historia de innovación, será la emergencia de un producto disruptivo lo que precipitará el desenlace de esta era. La mirada se posa, entonces, sobre OpenAI, pues es su juego. En el último año, Altman ha movilizado talentos clave de la manufactura de Apple y del ecosistema de los wearables, y ha puesto a Ive al frente de proyectos de diseño bajo un secretismo absoluto. Nadie puede afirmar con certeza en qué están trabajando, pero, por favor, el sentido común nos guía. Nosotros lo sabemos. Ellos lo saben. La obsesión con el film Her, en el que Joaquin Phoenix se enamora de un chatbot con la voz de Scarlett Johansson, parece ser un hilo conductor. Al parecer, Altman incluso, con una audacia digna de un personaje de cuento, intentó "apropiarse" de la reconocida voz de Johansson para su ChatGPT. Si aspira a dominar el mundo y sus océanos de datos de IA, OpenAI requiere una sólida base de hardware. Así que podemos estar seguros de que su gente está, al mismo tiempo que conversamos, prototipando un dispositivo que es un "antiteléfono", una suerte de compañero siempre conectado, acaso dotado de una voz femenina aún más envolvente.

¿Hablamos de un dispositivo intraauricular, a la usanza de Her? Según los documentos presentados en el marco de un litigio de marcas en curso, esta hipótesis se desvanece. Aparentemente, ni siquiera se trataría de un wearable. Este dato, francamente, no deja de sorprendernos. Con los AirPods, su última gran innovación en hardware, Apple ha adiestrado a generaciones enteras en la adopción de diminutos altavoces intrauriculares flotantes, lo que implica que las piezas están perfectamente alineadas para un factor de forma de próxima generación optimizado para la IA. Y, seamos francos, no se convoca a una figura como Ive para un reinicio absoluto; su impronta es la de un rediseñador, no la de un innovador radical.

La Resistencia de los Displays y el Clamor del Futuro

Apple parece persistir en la necesidad de pantallas. Al igual que Microsoft, Samsung y tantos otros, la compañía expande su oferta de "hogares inteligentes" añadiendo displays a diestra y siniestra. Meta, por su parte, se aboca a la inversión, o quizás reinversión, en el segmento de las gafas inteligentes. Sin embargo, no importa cuán "buenas" puedan ser, las gafas nunca alcanzarán una universalidad plena. Incluso propuestas novedosas como el Rabbit R1, concebido para operar por voz y sin aplicaciones, y que un CEO de IA describe como "un alejamiento del paradigma tradicional basado en pantallas", curiosamente mantiene una interfaz visual. Los viejos hábitos, se sabe, cuestan erradicar.

Lo cierto es que las pantallas, desde su génesis, han representado una interfaz con aristas. Según el Pew Research Center, en un mundo fragmentado por incontables disensos, un consenso emerge de manera sorprendente: la vasta mayoría, incluyendo un significativo 74% de los adolescentes, parece coincidir en esta apreciación. Las pantallas resultan torpes, un mal necesario, un mero eslabón transitorio. Si bien algunos pueden aferrarse a ellas, su permanencia eterna nunca estuvo garantizada, por la sencilla razón de que ralentizan considerablemente nuestra interacción con las cada vez más trascendentales máquinas.

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